Mensaje de la editora

<STRONG>Mensaje de la editora</STRONG>

“El que es honrado en lo poco, también lo será
en lo mucho; y el que no es íntegro en lo poco,
tampoco lo será en lo mucho”.

                                               Lucas 16, 10

Muchas veces pensamos que la poca cantidad en cualquier falta, aminora y hasta elimina la culpabilidad. Es tal la excusa, que hace que nos sintamos limpios, buenos, correctos, todo porque nos suscribimos al “chin” como salvoconducto de la culpa. Salimos airosos porque siendo tan solo “un chin”, un poquito, nadie lo va a notar o se va a dar cuenta, o en definitiva, no es trascendente a los ojos del mundo. Pero la corrupción, sea tan pequeña como “un chin”, es igualmente corrupción. El “chin” de deshonestidad, te incrimina como deshonesto. Robar 10 pesos, 100 pesos, o un millón de pesos, es exactamente lo mismo, y recibes para siempre el mismo título de “ladrón”. Una “canita al aire” es igualmente una infidelidad, aunque se quiera matizar de intrascendente o pasajera. Y es que estamos viviendo una falsa moral, donde acomodamos a nuestro antojo las reglas que rigen la sociedad. Es por eso que la mal llamada comisión, o el chantaje, han sido asumidos como parte de “las reglas de juego” si quieres triunfar en un negocio o avanzar en tu carrera. Y así, para alcanzar el éxito se deben doblegar principios y prostituir dignidades. Para alcanzar la prosperidad, se va por el camino fácil “comprando decisiones” y “serruchando palos”. Y eso, “luce correcto” y la sociedad lo percibe como “algo normal”. Y así, sin darnos cuenta, el mal está en todas partes, corroe a los más honestos, invade la mente y el corazón de todos desde su perspectiva tolerante, desprovista de lo más esencial para sentirnos dignos hijos de Dios.  Hemos perdido hasta la capacidad para sentir vergüenza, para asombrarnos de los escándalos, de sorprendernos de las iniquidades, de comentar actos inexcusables, y de sobrevivir conformándonos con compartir con lo mal hecho. Y es que como afirma Edmund Burke “Lo que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada” De esta manera, los pocos honrados, los escasos seres humanos con principios sólidos parecemos ingenuos seres fuera de contexto. Y eso hay que pararlo. Hay que elevar la voz de la esperanza en un mundo que ha perdido el camino de la verdad y encaminarlos por el sendero verdaderamente sano, donde la vergüenza vuelva a tomar su sitio preponderante, donde los honorables tengan cabida y brillen por encima de los poderosos, donde los verdaderos hombres y mujeres honestos sean los que reciban los reconocimientos. ¿O es que acaso estamos viviendo la Sodoma y Gomorra del siglo XXI? Pienso que si Dios nos pidiera que hagamos una pequeña lista de hombres justos, honrados, dignos, quizás  nos sería difícil encontrarlos, pero de que los hay, los hay y tan sólo con esos, Dios promete que podemos cambiar el rumbo de las cosas. Por eso, hay que dar ejemplos, hay que ser consistente con lo que se predica, hay que enorgullecerse de hacer el bien y hay que castigar a los que actúan mal. Hay que ser coherente en un mundo incoherente, hay que ser luz en un mundo de oscuridad. Para ello, es necesario revestirse con la coraza de la fe, y lidiar el mal con la espada de la justicia. Hemos de entrenarnos para la batalla, en un aprendizaje profundo de la Palabra de Dios, que es vitamina y alimento para el espíritu. Tenemos que vivir en el mundo, no aislarnos de el, pero haciendo valer el sentido de la justicia, de la paz y del amor, contrarios por supuesto, a los adjetivos que motivan al ser humano de hoy. Debemos sentirnos orgullosos de enarbolar la bandera del bien, de proclamar que somos auténticos cristianos, hacedores de la Palabra y no simples espectadores en un mundo en declive. En fin, hay que lanzar al mundo a los nuevos líderes de la justicia, de la paz y del amor, para batallar la gran batalla de la esperanza de un futuro de armonía y paz para las generaciones que nos han de seguir.

En nuestra portada y entrevista central les presentamos al brillante director de la nombrada película “La Fiesta del Chivo”, Luis Llosa, quien nos narra su experiencia en el rodaje de la misma y su gran satisfacción en este su primer proyecto personal. Pero igualmente engalanamos nuestras páginas con interesantes y divertidas secciones, a más de la trayectoria social de nuestro país, en actuales gráficas llenas del entusiasmo de nuestra palpitante sociedad.

Espero que la disfruten y que Dios los bendiga,

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