Mensaje de la editora

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“Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra.”

2 Crónicas 7:14

La sorpresa tiene cara de monstruo cuando se trata de la desgracia.  Es arrolladora e implacable y solo se escapan de ella los cautos y los valientes.  Pero, ¿hay acaso sorpresa en un país que con diez minutos de lluvia se inundan las calles y hay caos en el tráfico? Era de esperarse que después de tres días lloviendo sin parar existiera algo más que un ordinario aguacero y era necesario sobre todo, alertar a los que viven en situaciones de extremo peligro, en las márgenes de los ríos y arroyos y en cañadas de obvia inseguridad.  Pero, nos preguntamos, ¿Es esto nuevo? ¿Acaso no ha pasado otras veces? ¿Cuántas muertes tienen que sobrevenir para que aprendan los que deciden colocar sus hogares en lugares de este tipo o el Gobierno, para aplicar las sanciones de lugar? Es tiempo de aplicar medidas de prevención, con la suficiente responsabilidad que incluya dejar de lado las políticas partidarias, la irresponsabilidad disfrazada de campaña de captación de votos y la ignorante terquedad de los que no tienen nada. Pero, si bien es cierto que no podemos escapar de las impredecibles desgracias humanas, sí podemos minimizarlas, sí podemos afrontarlas con valentía, y sí podemos sacar buenas cosas de las cosas malas. Una de ellas es la solidaridad. Un sentimiento que nos impulsa a la generosidad, a adherirnos al dolor o la causa del otro, aunque no lo conozcamos. Pienso pues que la solidaridad es el prologo del amor. Pero sucede que a veces esa solidaridad, real, auténtica y veraz que sentimos como un impulso incontrolable hacia la desgracia ajena, no deja de ser eso: un impulso. Tan pronto pasa la parafernalia de la tragedia, y la normalidad aparece nuevamente en nuestras vidas, lo olvidamos. No nos damos cuenta que la “normalidad” para muchos no llega nunca, que la desgracia permanece como alimento diario en la vida de muchos, y que necesitamos tener una solidaridad constante.  Esa solidaridad constante no tiene que ver con dinero, ni con fundas de ropa o alimentos, aunque siempre serán bien recibidos. Esa solidaridad constante tiene que ver con la fe. Tiene que ver con la oración. Porque la fe y la oración unidas, traen a nuestras vidas las promesas de Dios para nosotros, sus hijos. Así lo anunció a Salomón cuando dijo: “Cuando yo cierre los cielos para que no llueva, o le ordene a la langosta que devore la tierra, o envíe pestes sobre mi  pueblo, si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra.”  Con esto, no estamos diciendo que Dios nos envía las calamidades o las desgracias. Ellas están ahí y nosotros, sólo nosotros, permitimos que entren a nuestras vidas. ¿Cómo? Por nuestras acciones alejadas del amor, por nuestra indiferencia, por nuestro egoísmo, por nuestra falta de fe. Porque ya lo dijo Juan cuando afirmó. “Esta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que si pedimos conforme a su voluntad, El nos oye. Y si sabemos que Dios oye todas nuestras oraciones, podemos estar seguros de que ya tenemos lo que le hemos pedido.”  En consecuencia, tenemos en nuestras manos nuestra salvación y por supuesto, la salvación de nuestros hermanos es posible a través de la oración. Así que, si siente que debe ser solidario con su pueblo, ore. Nuestra labor es orar, creer y buscar Su rostro. Búsquelo hoy, ajuste las cosas que lo habían alejado de su presencia y viva en la seguridad de que es usted un vencedor porque el mismo Jesús  lo ha proclamado: “El Señor es bueno. Su gran amor perdura para siempre.” No en algunos momentos, sino para siempre.  Así es que descanse hoy en los brazos de Dios, ore por aquellos que no han descubierto que tienen un Padre Todopoderoso, confíe en que nuestra Nación descansa en los brazos eternos de Dios y proclame convencido junto al salmista: “Dichoso el que teme al Señor, el que halla gran deleite en sus mandamientos. No temerá recibir malas noticias; su corazón estará firme, confiado en el Señor.”

En nuestra portada y páginas centrales descubra las novedades de la cirugía estética, a través de uno de sus exponentes más destacados: el doctor Enzo Rivera Citarella, director médico de la famosa clínica brasileña de Ivo Pitangui, en una entrevista exclusiva para ES durante su estadía en nuestro país. Pero además, interesantes artículos, nuestras atractivas secciones, un recorrido gráfico por importantes actividades sociales y en nuestra sección de Voz Alta, un listado con informaciones detalladas de Fundaciones e instituciones de ayuda para los refugiados de la tormenta Noel, con el objetivo de que la solidaridad continúe llegando a los más necesitados a través de canales confiables.

Hasta la próxima y que Dios les bendiga,

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