Sí, el mundo estuvo celebrando el hecho feliz de la caída del Muro de Berlín, hecho que posibilitó la unificación de un país grande – por lo humano, espiritual, aporte a la historia, su economía y todo su potencial-. Se unieron familias, y todo un pueblo dejó atrás la zozobra por la posibilidad de una guerra que involucraría en ambos bandos a sectores de una misma nación. Se vivió en aquellos momentos la ilusión que con la evaporación de la Unión Soviética el mundo sería fácilmente gobernable y que, convertido en una “aldea global”, nos vendría la paz eterna. Se suponía que había terminado la Guerra Fría, período de 45 años desde que Winston Churchill dio por finalizada la Alianza Atlántica y surgieron dos bloques militares antagónicos: la OTAN y el Pacto de Varsovia.
Lo cierto es que en esa etapa no se llegó a una conflagración bélica no por la existencia de dos bloques, sino por alcanzarse una situación de equilibrio estratégico entre ambos, especialmente entre Estados Unidos y Unión Soviética, dotados de una capacidad nuclear de la que incesantemente perfeccionaban y sofisticaban los vectores e iniciativas operacionales con que podrían dar un golpe contundente de respuesta ante un eventual ataque sorpresivo. La posibilidad real de sufrir una destrucción impuso mesura en ambos. Incluso, en momento tan crítico como durante la Crisis de los Misiles, aquí en el Caribe, cuando hace 52 años el mundo estuvo realmente al borde de la guerra nuclear.
Entonces, si fue la capacidad nuclear la que ha servido de contención tanto en un mundo dividido ideológicamente y en organizaciones militares antagónicas como ante el hecho de la existencia de potencias nucleares con intereses encontrados – que es la situación actual – podemos inferir que en realidad la Guerra Fría comenzó cuando en 1949 la URSS se convirtió en potencia nuclear demostrándoselo al mundo con su primera prueba atómica. Hasta ese momento, se supo después, el Pentágono había diseñado eventuales planes de ataque a la URSS a los que no les siguió la decisión política y la prueba nuclear enfrió las cabezas más calenturientas. Entonces no nos engañemos, la Guerra Fría concluirá cuando desaparezcan de la faz de la tierra todas las armas nucleares y el ser humano haga valer su condición de ser inteligente armando un escenario basado en la colaboración y no la confrontación; en el respeto a la ley internacional, en el no uso de la fuerza ni de su amenaza.
Robert Mcnamara, secretario de Defensa en momentos de la Crisis de los Misiles y que fue inicialmente partidario de una línea dura, al que el Presidente Kennedy llegó a calificar como el hombre más inteligente que había conocido, comentaría años más tarde que Kennedy, Kruschev y Castro eran hombres racionales que estuvieron a punto de provocar un desastre mundial. Diría también que las armas nucleares no eran útiles militarmente. Cierto, su uso significaría el fin de la humanidad. Seamos todos racionales.