Mercado de arte RD

<P>Mercado de arte RD</P>

En la primera parte de este reportaje (Areito/19/02/2011) advertía en síntesis sobre la favorable, expansiva y compleja situación del mercado del arte en la República Dominicana, luego de los efectos dañinos de la crisis financiera en las grandes capitales del dinero, así como sobre el proceso de recuperación definitiva que actualmente experimentan los mercados del arte moderno y contemporáneo a nivel global.

Desde mi muy particular punto de vista, entre los  activos que  nos permiten apreciar de inmediato las perspectivas favorables para el mercado del arte en el Santo Domingo de estos opulentos, espectaculares y misérrimos umbrales del siglo XXl, hay que registrar, en primera instancia, la diversidad de lenguajes, medios o propuestas conceptuales, además de la notable calidad estética que sostienen nuestra producción plástica y visual.

Para ir “aterrizando” habría que tener en cuenta siempre que si esta producción resiste principalmente sobre tales cualidades es porque entre sus autores destacan algunas individualidades cuyos logros extraordinarios evidencian una  profundidad de convicción creadora, una honestidad de oficio y una unicidad expresiva en las que confrontamos de manera cristalina los depurados niveles de elaboración simbólica que adquieren la consciencia nacional, los valores y los signos identitarios a través de la plástica y la visualidad dominicanas del presente.

Las numerosas exposiciones individuales y colectivas de artistas locales, entre consagrados, reconocidos y emergentes, que organizan regularmente instituciones como el Museo de Arte Moderno, el Museo Bellapart, el Museo de las Casas Reales, la Galería Nacional de Bellas Artes, el Centro Cultural de España, Casa de Teatro, el Colegio Dominicano de Artistas Plásticos, la Sala de Arte Ramón Oviedo del Ministerio de Cultura, la Alianza Francesa, la Fundación Global Democracia y Desarrollo, la Embajada de Francia, el Laboratorio Evolutivo de Arte Contemporáneo, el Instituto Cultural Dominico Americano, el Centro Dominico Alemán,  el Centro Cultural Quinta Dominica y la Casa de Italia, en Santo Domingo, así como el Museo Cándido Bidó, en Bonao, y el Centro León, en Santiago de los Caballeros, sin olvidar la reactivación del Circuito de Galerías de la Asociación de Galerías de Arte de la República Dominicana-AGA-, constituyen pruebas incontrastables para la confirmación del proceso expansivo de la presencia de las artes plásticas en el desarrollo de la sensibilidad, el gusto, las aficiones recreativas, espirituales y culturales de la sociedad dominicana contemporánea.

Ahora bien, aquí debo subrayar lo que he venido suscribiendo durante la última década: en realidad, en Santo Domingo todavía no se puede hablar con propiedad de un mercado de arte “como Dios manda”, sino más bien de un “esplendoroso mercado de imágenes”, pues aunque muchas personas con recursos económicos adquieren obras de arte cuando le “sobra dinero”, tanto de artistas reconocidos como emergentes, quizás se puedan contar con los dedos de las manos los que realmente saben y asumen con criterios la pasión y el mismo arte del coleccionismo.

Otra muy buena razón por la que no se puede hablar propiamente de un mercado de arte en nuestro país es la falta de políticas o programas de adquisición o de formación de colecciones, tanto en las instancias oficiales correspondientes como en el mismo sector privado, que en este sentido tienen la misma responsabilidad. Notables excepciones serían la Dirección General de Aduanas, El Banco de Reservas, el Banco Popular, el Banco Central y la Cámara de Diputados. Y, precisamente, algo que no debemos olvidar es que, en los países de fuertes mercados de arte e industrias culturales altamente productivas, el universo empresarial es el reservorio de los nuevos administradores que pasan a dirigir o formar parte de los consejos consultivos de los museos, fundaciones, bienales, ferias e instituciones artísticas representativas. Este tipo de acceso a la cultura es el que motivaría el apoyo del sector  privado a la creación de las leyes de mecenazgo y al mismo tiempo sería una forma  legítima de jugar el fascinante juego del mercado del arte y de la poderosa industria de la representación cultural a nivel global.

Entonces, a la hora de dar seguimiento de cerca a la dinámica expansiva del “mercado de imágenes” en la República Dominicana, a la trama nebulosa de sobrevaluaciones, devaluaciones, falsificaciones, cambalaches y transacciones; a la asombrosa multiplicidad de vías  a través de las cuales la producción de nuestros artistas plásticos y visuales llega efectivamente a las galerías, a las salas de exposiciones, a los museos, a los centros culturales, a los “gift shop”, a los hoteles, a las tiendas de los grandes “mall”,  a las ferias de arte, a las subastas y, finalmente, a las colecciones privadas, se puede comprobar con dificultad que este sector, a pesar de su notable incidencia en la producción de riqueza espiritual, material y patrimonial, se encuentra en la misma situación de caos y desprotección que confrontan sectores vitales y sumamente productivos de nuestra sociedad.

Asi, mercado de arte y/o “mercado de imágenes” es el de nuestra compleja y encantadora media isla. Escenario movedizo en el que ninguno de sus actores quiere ni se atreve a pisar firme o profundizar, pues nadie sabe “nada de nada” y al mismo tiempo todos somos expertos,  connoisseur,  “art dealer”, gestores, promotores o especialistas “full time” en Jaime Colson, Yoryi Morel, Vela Zanetti, Gausachs, Paul Giudicelli, Clara Ledesma, Eligio Pichardo, Gilberto Hernández Ortega, Plutarco Andújar, Iván Tovar, Oviedo, Ramírez Conde, Rincón Mora, Peña Defilló, Gaspar Mario Cruz, Antonio Prats Ventós, Guillo Pérez, Cándido Bidó, Jorge Severino, Alberto Ulloa, Dionisio Blanco, Elsa Núñez o Jesús Desangles, para solo citar a algunos de los pintores y escultores cuyas obras, con sus altas y sus caídas precipitosas, siguen gozando de considerable estimación en el mercado local.

 «En tiempos de crisis los coleccionistas de arte dominicanos también se ponen muy conservadores”, afirma Roberto Henríquez, reconocido “art dealer” cuya actividad a  nivel local hemos seguido durante las últimas dos décadas y quien, consciente de que los efectos de  la crisis económica apenas repercutieron en los grandes circuitos mercantiles del arte a nivel internacional, sostiene que “lo importante siempre se vende aun cuando los grandes y verdaderos coleccionistas dominicanos ya no compran, otros se murieron, como Jesús Hernández López-Gil, Frank Marino Hernández y otros se muestran desconfiados por el grave problema de las falsificaciones”…

 Ahora bien. Roberto Henríquez está claro en que “las obras de los maestros emblemáticos como Colson, Eligio Pichardo, Celeste Woss y Gil, Giudicelli, Yoryi, Gausachs, Clara Ledesma y Hernández Ortega, siguen teniendo un gran respeto entre los coleccionistas viejos y jóvenes, pero las obras de artistas reconocidos que la gente conoce, busca y buscará siempre porque han llegado al corazón del pueblo y de los extranjeros, como es el caso de Ada Balcácer, Marianela Jiménez, Leon Bosch, Plutarco, Condesito, Hilario Rodríguez, Mariano Eckert, José Cestero,  Guillo, Bidó, Dionisio y Ulloa, Elsa Núñez o Tete Marella, siguen y seguirán  vendiéndose  bien»…

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