El merengue recoge la historia del pueblo dominicano, de la nación, porque es el baile que encarna el alma del pueblo dominicano; articula e interpreta de forma alegre los hechos y las dinámicas económicas, religiosas, familiares y políticas. Algunos merengues denuncian las injusticias de forma metafórica, hiperbólica y hasta usando polisíndeton para dar énfasis y crear un ritmo repetitivo que proyecte un lenguaje literal y asimilable para todas las esferas sociales. El merengue actúan como una herramienta contestataria y recoge el tiempo perdido. Nos hace recordar aquellos hombres y mujeres que hoy descansan en el polvo del suelo dominicano y caribeño.
Mi propósito en esta reflexión no es exaltar a todos los merengueros, esto sería una labor quijotesca y casi utópica; más bien, estoy resaltando la importancia del merengue más allá de la parte bulgar, porque en realidad el merengue es un símbolo, es más que sonidos secos, rápidos y espontáneos. Más que un género, es un grito inconsciente y al mismo tiempo intencional, pariendo una catarsis desenfrenada; y justamente en ese caldo de expresiones cargadas de notas musicales, surgen figuras y personajes que han desempeñado un papel sociológico, místico y antropológico en la formación de la cultura dominicana usando el merengue como una herramienta que ha trascendido el suelo dominicano. En el caso de Johnny Ventura, como una de las figuras simbólicas, que aunque duerme en el éter desconocido para muchos, pero continúa presente a través de sus composiciones. Johnny
entendió el poder del arte, logró fusionar alegría con la realidad social del pueblo dominicano. El real artista no se limita al gozo sin contexto, no se gasta en expresiones y comportamientos hedonistas, un creador de merengue logra restaurar aquellas raíces taínas, africanas y españolas, y así, formar mosaicos que dejen un legado a las generaciones venideras. Además, logra revivir la expresiones intrínseca de una etnia rítmica creada por Dios. Realmente así es, creada por Dios. El maligno no tiene la capacidad de crear, lo que hace es desnaturalizar, torcer y confundir.
Muchos no han entendido las dimensiones antropológicas y sociológicas del merengue. Creo que muchos han logrado usar el merengue como una herramienta para reivindicar las expresiones artísticas desaparecidas. El merengue es un símbolo nacional. Es tan así que, la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró el 30 de noviembre de 2016, el merengue de República Dominicana Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
El territorio isleño precolombino ha sido testigo de manifestaciones culturales y de bailes. Sería sabio recordar la cita del escritor J. M. Coopersmith, citando al Padre Las Casas, el expresa que los taínos estaban acostumbrados a bailar mucho. Otro escritor, militar y colonizador, Gonzalo Fernández de Oviedo Valdés, nos relata:
«Tenían esas gentes una buena e gentil manera de memorar las cosas pasada e antiguas; y esto era en sus cantares e bailes, que ellos llamaban areito, que es lo mismo que nosotros llamamos bailar cantando…dicen sus memorias e historias pasadas, y en esos cantares relatan de la manera que murieron los caciques pasados, y cuántos y cuáles fueron, e otras cosas que ellos quieren que no se olviden».
Hablando del maligno, el dictador y asesino, Rafael Leónidas Trujillo, supo manipular el merengue. Trujillo logró reclutar y capitalizar los mejores músicos para perpetuarse en el poder. Una de las canciones que le cantaban a Trujillo se titula: “Recogiendo limosna No lo tumban Que va` gallo, que va`
No lo tumban”. El supo usar el arte para su propia conveniencia y egoísmos. Su meta principal era reinar y vivir después de su muerte. Sin embargo, todos sabemos que el real arte lo que provoca es liberación, gozo, diversidad, unidad, reflexión y todo lo bueno que se produce en el seno de una sociedad tan heterogénea como lo es la República Dominicana.
¿Cómo podemos redimir el merengue para resaltar lo cultural, lo sacro y lo familiar? Creo que debemos usar el merengue como una herramienta redentora y conservadora de la cultura dominicana. Debemos escribir la historia en el merengue, las costumbres familiares, el amor de Dios, debemos escribir la doctrina de la democracia, debemos denunciar las injusticias y exaltar lo bello que es nuestra isla; debemos ser intencionales y crear una línea crítica que nos guíe hacia donde queremos llevar el merengue y la conservación de todas las expresiones culturales que mantienen la identidad y la libertad del pueblo dominicano.