Mérito y humilde bondad amalgamados

Mérito y humilde bondad amalgamados

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
La virtud enflaqueció y el mundo, nuestro pequeño mundo, se empobreció de bondad el día que Monseñor Felix Pepén entregó su vida y su alma buena al creador. El nombre de este humilde apóstol del silencio quedará por siempre asociado al culto Altagraciano afanosamente por él enaltecido con la dedicación de la imponente casa de la Virgen de La Altagracia. Así, con el tenaz silencio del tiempo, el naranjo se convirtió en templo, y el templo en símbolo arquitectónico de la vetusta «villa de Salvaleón de Higüey».

Él no estaba en la Iglesia, ésta estaba en él y con él doquier se encontrara. En la modesta sala de su casa, las varias ocasiones en que lo visité, no se respiraba vestigio alguno de pompa episcopal, sino la amable bondad del comprensivo cura parroquial. Con él me sentía ser iglesia y pertenecer a ella. Este sacerdote con alma grande pero a la vez humilde, tenía la privilegiada virtud de despojarse de la pesada carga de sus cuantiosos méritos, para escuchar pacientemente y sin interrumpir las buenas y malas razones de su interlocutor. Era el tolerante oído de una Iglesia que desciende para comprender y a la vez enseñar, al nivel del feligrés.

Personalmente lamento en la triste hora de su muerte, carecer del don privilegiado del poeta; en lugar de ello ofrezco mi dolorido sentimiento y mis espontáneas lágrimas.

 



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