Mesura no es debilidad

Mesura no es debilidad

Hay procesos penales que incitan, inquietan, alocan- como el querube de Pedro Flores-. Procesos transformados, gracias a la curiosidad, intromisión e interés del público, en culebrones interminables, plagados de dudas, intrigas, suspenso, mentiras. Algunos pretenden anularlos, desaparecer pruebas, protagonistas, objeto, causa. Cuando la transacción se frustra, aspiran al silencio o al olvido complaciente, una categoría fácil de construir con la habitual complicidad. En aras de una diafanidad inventada, ajena al rigor del juicio y a informes especializados, los intercambios ocupan la plaza pública.

Leguleyos y doctos convierten el bar en estrado, la terraza en juzgado, el paseo sabatino en descenso a los lugares. Nadie mejor que ellos para descubrir el móvil de un asesinato, para detallar el itercriminis y especular sobre diálogos y coartadas improbables. Dicen tener datos que no tienen, confidencias que nadie les ha hecho. Aseveran, imputan, juzgan. Es imposible controlar esa práctica social. Quienes no escapan del control son las autoridades. Elegir entre el circo y la solemnidad, dependerá de actitudes personales. A veces la atracción es irresistible y se sacrifica el rigor, el resultado de un peritaje, por el instante de gloria que garantiza una cámara o un twit.

Alejandro Nieto en “El Desgobierno Judicial” describe la personalidad del juez con rasgos que opinantes se empeñan en desdeñar. “El juez no es, por su naturaleza y función, un individuo sensible, atento a cuanto sucede en la realidad que pueda afectar la vida y derecho de los particulares que están bajo su protección, sino un funcionario alejado de las preocupaciones de los litigantes y justiciables, sordo a los gritos del mundo y que únicamente reacciona ante las presiones formalizadas de los abogados y fiscales. En suma, una efigie impasible”. La descripción es aplicable, con leves modificaciones, a los representantes del Ministerio Público.

Azorín recomienda la eubolia a los políticos. La virtud descrita en “El Político” consiste en “ser discreto de lengua, en ser cauto, en ser reservado, en no decir sino lo que conviene decir”. Antes de las redes sociales, de los teléfonos inteligentes, de la inmediatez que destruye o salva, el erudito español sugería contrarrestar el embate de “publicistas, gaceteros, informadores y periodistas”. La advertencia debe incluir otros oficios. Las consecuencias de comportamientos imprudentes no son exclusivas de la clase política. La necesidad de transparencia, en sociedades que se gestaron con el ocultamiento y el secretismo como premisas, no debe ser parodia. El derecho a la información, por ejemplo, no puede colidir con la obligación de respetar las reglas para el buen funcionamiento del poder judicial y del Ministerio Público. Sin temor a la insatisfacción de la curiosidad o la extorsión mediática, a la reivindicación de la transparencia, las leyes que pautan el proceso penal, incluyen la discreción como exigencia. La publicidad del proceso penal stricto sensu, cede cuando puede afectarse el pudor, la vida privada o la integridad física de alguno de los intervinientes o cuando peligre un secreto oficial, particular, comercial (artículo 308 Código Procesal Penal). La ley orgánica del Ministerio Público establece que la fase de investigación no es pública para los terceros. Considera falta grave la violación al artículo 11 que manda guardar discreción durante ese período.

Nieto, en la obra citada, recrea la descripción que hace Gómez de Liaño del “juez estrella”. Es una descripción aplicable al comportamiento de cualquier servidor público deslumbrado por el protagonismo, presa de la publicidad. “Hambriento de éxito y fama, egocéntrico y narcisista, se considera por encima de sus colegas”. Sarcástico, el jurista agrega la hiperactividad e incluye en la rutina del prototipo: gimnasio, entrevistas, cátedra, viajes, seminarios, actos oficiales, vida familiar, tiempo para diversión, higiene, descanso, redacción, estudio. Es poco decoroso satisfacer los requisitos, aunque la vanidad obligue. El estrellato afecta otras instancias, propicia la frivolidad, es nocivo. Irrespeta y engaña. Es un sacrificio rechazarlo y por eso, algunos prefieren confundir mesura con debilidad y no se rinden.

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