Metafísica del huracán

Metafísica del huracán

EDUARDO JORGE PRATS
Siguiendo por internet y televisión el pasado fin de semana la trayectoria del huracán Dean, me venía a la cabeza una pregunta formulada por un ciudadano a los precandidatos presidenciales del Partido Demócrata de los Estados Unidos en el debate televisivo organizado por ABC en el Estado de Iowa: «¿qué usted piensa del poder de la oración y de la posibilidad de que a través de ésta sea posible impedir que ocurran catástrofes como las de Katrina»?

Rogando a Dios, como me enseñaron de pequeño, que a Dean no se le ocurriera virarse para nuestra isla y azotar una tierra bastante sacudida por los fenómenos de la pobreza estructural y el alza de los precios del petróleo, pensé en la distinción que resalta Zygmunt Bauman, recogiendo las ideas de Susan Neiman y Jean Pierre Dupuy, entre desastres naturales y males morales: los primeros son aleatorios en tanto los segundos son intencionales o deliberados.

Desde la triple sucesión de fenómenos (terremoto, tsunami e incendio) que destruyó a Lisboa en 1755, la filosofía moderna ha estado clara en cuanto a que un fenómeno natural puede tener consecuencias más catastróficas y de mayor escala dependiendo del cúmulo de fallos humanos, debidos ya sea a la miopía, a la avaricia o a la torpeza humanas. Mi madre, sin ser filósofa, ya me había hablado de la tragedia de Matanzitas en 1946 cuando un maremoto cegó la vida de cientos de personas, muchas de ellas que se habían lanzado al mar retirado a pescar sin anzuelo y carnada lo que la naturaleza le brindaba a los pies de los pescadores. Rousseau, citado por Bauman, explica el fenómeno: si «los habitantes de una ciudad tan grande (como Lisboa) se hubieran dispersado de manera más proporcionada y hubieran construido casas más ligeras, el daño habría sido mucho menor y quizás, incluso, habría resultado nulo… ¿Y cuántos infelices perdieron la vida en la catástrofe tratando de recoger sus pertenencias (algunos, sus documentos; otros, su dinero)?». ¿Quiénes fueron arrastrados por las olas del Dean en nuestras costas murieron a consecuencia del fenómeno o de sus propias fallas o de las autoridades?

Como (pos)modernos que somos, ya no buscamos las culpas en los pecados nuestros que motivaron la ira o el castigo de Dios sino que perseguimos los errores, las omisiones o las faltas humanas que permitieron o acrecentaron los efectos de las catástrofes naturales. Ningún fenómeno natural nos parece inocente: si se cae un puente, fue una falla de construcción; si golpea un tsunami o un ciclón  remember George  , hay que averiguar por qué no se nos avisó a tiempo. «La culpa moral  afirma Paul Taponnier citado por Dupuy y recogido por Bauman  ha cubierto finalmente el terreno que debería haberse mantenido dentro de los dominios del mal natural bajo el confiado supuesto de que las olas gigantes se habrían frenado si hubieran estado presentes los obstáculos físicos necesarios para pararlas».

Y, sin embargo, lo cierto es que «los desastres naturales  como bien afirma Barman  parecen comportarse, de pronto, como sólo los males de origen humano, morales, se suponía anteriormente que se comportaban. Se han vuelto descaradamente selectivos, diríamos incluso que ‘exigentes’, si no nos importara que nos acusaran de caer en una falacia antropomórfica». Esta selectividad es clara en la redistribución social de sus efectos: los desastres afectan más a los más pobres, los más viejos, los más enfermos, los más débiles, los más vulnerables, en fin, los excluidos y aquellos que llevan vidas que no vale la pena vivir. La cultura no ha corregido la implacable naturaleza como quería Voltaire si no que la hecho más cruel: hoy como ayer, «el inocente, como el culpable, sufrió por igual ese golpe inevitable». En la sociedad moderna, el riesgo sistémico se ha vuelto natural y el riesgo natural ha devenido sistémico (Ulrich Beck).

Siguiendo al Dean en internet, fue claro para mí que hoy como ayer los humanos vivimos en una sociedad temerosa, de «miedo líquido» (Bauman). Tememos lo inmanejable, lo que no podemos controlar: terrorismo, catástrofes medio-ambientales, enfermedades incurables. Vivimos en un régimen de alerta temprana global. Mucho miedo para haber salido hace tanto tiempo y con tanto trabajo de las cuevas.

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