Metafóricas

Metafóricas

Hablar (y escribir), no constituye únicamente ese acto exclusivo del ser humano que como reflejo del raciocinio le otorga rango superior entre los seres vivos; representa también un elemento clave en la relación del Hombre con su conciencia y el entorno.

Ya lo había dicho el francés Louis Lavelle: “La palabra humana está a medio camino entre el mutismo de los animales y el silencio de Dios”; la comunicación mediada por la razón, y no por el instinto, será, pues, uno de los rasgos más complejos de nuestra actividad cerebral.

Así, el corpus teórico que sobre aquella relación lenguaje-pensamiento ha ido conformándose a través de la historia, se consolidará gracias a la contribución de múltiples disciplinas, quizás la más importante entre ellas la Filosofía.

En la concepción originaria de la metáfora, Aristóteles fue uno de los primeros en considerarla cualidad de instrumento cognoscitivo de dicha figura retórica; la describió fundamentalmente como ornamento, como estrategia útil para el poeta cuya función primordial consistirá en la comparación.

Se reconoce, por ende, que fue el estagirita quien acuñó la acepción “metáfora” (del griego meta, arriba, sobre, más allá, y phérein, llevar) a fin de establecer la acción semántica que ella facilita: “llevar sobre, encima” un asunto particular hacia otro de forma que este último equivaldrá al primero.

Curiosa dualidad aquella en tanto que el filósofo siempre consideró al lenguaje “un sonido de la voz” símbolo de las afecciones del alma.

No fue sino hasta centurias más tarde, sin embargo, que otros eruditos, Santo Tomás a la cabeza, retomarán la idea pensante de la metáfora y su rol cognoscitivo que le permitirá abrazar las verdades espirituales ajenas al lenguaje literal.

Esto así contrario al Dante de De vulgari eloquentia que consideró la palabra“espejo” de la realidad, y a los sabios renacentistas que entendían el lenguaje como instrumento de naturaleza puramente estética.

Desprovisto de intención sarcástica alguna, me pregunto para qué sirven los símbolos; con qué propósito hablamos y escribimos blandiendo frases y palabras a todas luces ajenas al contexto particular de un enunciado.

Es decir: por qué insistimos en disfrazar la idea si comunicar y comprender son acciones que requieren la mayor “claridad” en el proceso de interacción entre los humanos. En este contexto, la pragmática y la lingüística aplicada representan disciplinas científicas de incomparable utilidad en la disección de tales disyuntivas; en la cabal comprensión de la lengua escrita y en el estudio de la teoría literaria.

En tal proceso, decenas de tratados y propuestas han conformado variados esquemas y respuestasque, con toda franqueza, generalmente atraen solo a aquellos cuyo trabajo se enmarca en la especialización.

Los pedestres lectores (y los escritores) preferimos reinventar y transformar, ya sea en los recovecos de la mente o en el horizonte de la página, cada una de las piezas que construyen el armazón del lenguaje.

Mas, siempre habrá excepciones entre aquellos doctos, y gracias a ello, una que otra vez saldremos enriquecidos con la lectura de autores como Graciela Reyes, catedrática emérita de la Universidad de Illinois en Chicago y reconocidísima ponente en el ámbito transcontinental de la lingüística.

El libro más reciente de Reyes, el de la académica (porque, además, es cuentista publicada de primer orden), representa un riquísimo viaje a través del universo de los significados y los significantes plasmado en sus páginas con la autoridad del estudioso y, sobre todo, adornado con la riqueza del escritor que ha vivido las palabras. Porque en Palabras en contexto.

Pragmática y otras teorías del significado (Arco/Libros-La Muralla, S.L., Madrid) se asiste a una celebración del rigor didáctico e investigativo y de la fiesta que en el día a día protagonizan las palabras en la construcción de la comunicación oral o literaria.

En este volumen se habla de explicatura, deixis y metarrepresentación; de efectos poéticos, ironía y semántica, pero, sobre todo de la metáfora, motivo y razón de ser de las divagaciones hasta aquí narradas.

No debería sorprender el que, como ya establecimos, desde las épocas pretéritas de la Grecia clásica y los albores de la Ilustración hasta el presente digital, dicha licencia haya ocupado y preocupado a tan importantes pensadores y a otros, que como Cervantes, marcaron el devenir de nuestro idioma por el resto de los tiempos.

Recuérdese que este último empleó la metáfora casi como ningún autor al extremo de construir personajes y circunstancias valiéndose de aspas, molinos, y asnos inteligentes que marcarán la imaginación de los lectores desde hace cuatro siglos. Digo que no sorprende porque metáfora es imaginación, y esta última es pensamiento, motor, y razón de ser de la naturaleza humana desde sus mismos orígenes.

En la obra que nos ocupa, Reyes enfatiza con elegante estilo el rol persuasivo de la metáfora como creadora de representaciones no factuales; su similitud y diferenciación con la hipérbole y la ironía las que, a pesar de hacer la comunicación más trabajosa, provocan “una cosecha mayor de significados implícitos que indudablemente enriquecen al lenguaje”.

Abunda en las tesis contemporáneas que pretenden explicar cómo la metáfora constituye un fenómeno del pensamiento expresado lingüísticamente, y, por ende, principio determinante en la organización de nuestra conceptualización del mundo como ya se ha aludido.

Podría cuestionarse con sobrada razón la relación existente entre el uso de la licencia metafórica en el lenguaje oral del día a día, cosa de la que el hablante pocas veces está consciente, y su empleo en el contexto literario, particularmente en la poesía.

En esta última, no cabe duda, se requiere de una mayor reflexión, acota Reyes, indicando que las metáforas literarias son más novedosas y demandan un mayor esfuerzo del lector ya que construyen imágenes provistas de más complejidad.

En la expresión verbal, por el contrario, es el propio cerebro quien cuasi automáticamente las incorpora consciente de la necesidad de construir una comunicación más diáfana a partir de todo lo que nuestros “ojos mentales” han captado desde que adquirimos raciocinio.

La evocación inducida por la metáfora “suscita respuestas cognitivas, sensoriales y emocionales que dan al verbo mayor poder de expresión y compartición”, dice Reyes, provocándonos el deleite del lenguaje mismo y el producto artístico creado por él.

Aún más, podría argumentarse, insisto, que las metáforas desencadenarán en la mente del lector o del hablante complejos fenómenos de índole biológica y filosófica conectores de memoria e inteligencia; de abstracción y realidad.

De creatividad y pensamiento, en suma.

Muestra de lo anterior es un verso ilustrador del potencial de la metáfora en el contexto poético comentado por la autora; se trata del soneto “A Flori, que tenía unos claveles entre el cabello rubio” de Francisco Quevedo.

En su construcción simbólica, acota Reyes, el sustantivo relámpago y el adjetivo púrpura crean conceptos ad hoc que se alejan de su literalidad para dar al traste nuevas propuestas imaginativas.

Estas surgen en el verso Y cuando con relámpagos te ríes / de púrpura…como desafíos que nos obligan a comprender la naturaleza de la relación relámpago-púrpura; a asimilar el diálogo entre el resplandor de los dientes y el color de los labios que hará magia, es decir, poesía, desde la sonrisa de la amada.

Sobra decir que, sin metáfora, digamos, sin imagen, el poema no podrá existir; será pretensión natimuerta, y el lenguaje simple instrumento de intercambio instintivo desprovisto de la incomparable riqueza que la comunicación humana acarrea en su seno.

Jochy Herrera es cardiólogo y escritor; autor de Estrictamente corpóreo (Ediciones del Banco Central de la República Dominicana, 2018) y coeditor de la revista Plenamar.do.

Los pedestres lectores (y los escritores) preferimos reinventar y transformar, ya sea en los recovecos de la mente o en el horizonte de la página, cada una de las piezas que construyen el armazón del lenguaje

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