El ciempiés era bueno, y era amigo de Dios. Se contemplaban, se admiraban y amaban mutuamente. Dios le tenía dicho: confórmate con vivir y amar. Pero si deseas, como los hombres, aprender a pensar, procura mis consejos, porque el camino del conocimiento del bien y del mal tiene muchas trampas. Debes pensar antes de actuar, los seres materiales tienen dificultad en pensar y actuar al mismo tiempo. El ciempiés salió al prado y a poco andar, un grillo que lo observaba desde una pequeña roca, le dijo: Señor ciempiés, qué criatura tan maravillosa es usted. ¿Cómo puede usted mover todas esas patas tan rítmica y acompasadamente, sin equivocarse ni trabarse? El ciempiés se detuvo.
Nunca había pensado por cuenta propia, pero en este preciso momento se puso a un lado del trillo, intentando percatarse de esos mecanismos según los cuales él podía realizar esas coordinaciones de sus patas. Pasó largo rato observando cada patita, descifrando cada impulso de su voluntad y de sus diminutos músculos.
Cuanto menos comprendía el funcionamiento de su sistema pisco-neuro-muscular, tanto más fascinado y orgulloso de sí mismo se sentía. Quiso reanudar la marcha, mas no pudo moverse, ni por largo tiempo coordinar sus patas. Resolvió, en lo adelante, dedicarse a pensar, a ser una suerte de gurú entre bichos e insectos.
Pasado el tiempo, soñó el ciempiés que él era un político aficionado al golf, deporte del cual disfrutaba en alegre camaradería con jóvenes empresarios, y con colegas políticos de reciente encumbramiento. Le encantaba ver la pelotita blanca, sobre el verde perfecto del césped.
Pero al nuevo habito de actuar y pensar simultáneamente, ahora se le había agregado el de contemplarse y admirarse a sí mismo, y de disfrutar conscientemente el placer de pegarle virilmente y diestramente a la esferoide. Le era difícil golpear con precisión la pelota en el tiro de salida, y peor aun en los tiros cortos; porque quería hacer tres cosas a la vez: golpear, pensar el golpe, y deleitarse siguiendo la pelota volar y luego rodar hasta la bandera, por el “puro, tierno y casto green” (Guillén). Nunca aprendió a jugar, pero aquel ambiente lo purificaba hasta el misticismo, y hacía más llevaderas su vanidad y su corrupción. Pero no volvió a ser bueno.
Soñó que gobernaba su país, pero el sentirse poderoso y aplaudido, lo paralizaba catatónicamente. Y hasta en el sexo tenía igual problema: quería disfrutar y analizar el amor, y admirarse a sí mismo más que a su pareja. Le diagnosticaron, por error, impotencia. Por suerte despertó siendo aun ciempiés y se aferró a lo que Dios le dijo un día: cuando tengas dificultades acude a mí, que no siendo materia puedo ayudarte a manejarte, sin confundirte con las complejidades bioenergéticas. Soy el que soy, mas no tengo ego ni súper ego, ni alter ego; ni conflicto entre el ser y el deber ser. Simplemente soy, y no tengo necesidad de auto evaluarme. Tampoco tengo ambición ni vanidad. Me gozo en la pelota, en el golpe, en su vuelo y en su llegada.