Meter el cántaro en la fuente

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FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Para los contados eruditos que conozcan al dedillo cómo tradujo San Jerónimo este o aquel pasaje del Antiguo Testamento, tal vez no sea tan útil y atractivo el estudio del doctor Dunker.  Esos poquísimos privilegiados, enterados del transito de los escritos bíblicos desde el hebreo al griego, del griego al latín y de este a las lenguas modernas, es posible que echen de menos largas precisiones lexicograficas sobre el significado de antiguos vocablos hebreos y acerca del valor actual de las palabras españolas con que se traducen.  Se dice en Italia que toda traducción es una traición. 

El traductor siempre ?traiciona? un poco el texto que traduce.  Vanidad, una palabra que aparece una y otra vez en Eclesiastés, la relacionamos hoy con “ostentación”, “pretensiones” sociales, “artificiosidad” o frivolidad.  Para Salomón solo queria decir vapor, “bocanada”, soplo, nube que se desvanece.  El doctor Dunker, desde luego, pone una nota sobre la voz hebrea “hebel”, porque son muchos los pasajes de Eclesiastés donde se usa.  También Dunker ofrece información del sentido de otras palabras hebreas que son importantes para la mejor comprensión de un escrito arcaico.  Aflicción, provecho, sabiduría, trabajo, potestad, desvarío, sucesión, rectitud, son algunas de ellas. 

Es obvio que para disfrutar de este magnifico estudio, y leerlo provechosamente, no es obligatorio conocer lenguas muertas como el arameo, el griego, el latín, o el contemporáneo hebreo “renacido”.  Solamente algunos especialistas tienen la suerte de poseer esos conocimientos humanísticos.  Pero aun estas personas expertas -hebraístas o helenistas- encontrarían aspectos interesantes en el trabajo del  doctor Dunker.  Por tratarse de un problema literario en conexión con un texto venerable, habrá quien reclame mayor intervención de los lingüistas, de los historiadores de la literatura oriental.  La poesía en  lengua hebrea antigua tenia reglas diferentes a las de la versificación en nuestro idioma.  Pero eso no impide que nos aproximemos a su espíritu, a su “intención estética”, a su significado humano e intelectual.  Es posible acercarse a la belleza de la poesía arcaica, aunque seamos ignorantes de las formas métricas o estroficas de los poemas hebreos de la tradición “clásica”.

Las averiguaciones de Dunker alrededor de Salomón y sus poemas nos ponen en situación de “entender” el contexto social del rey sabio, nos ayudan a percibir con claridad las particularidades del pueblo judío, de su historia y de su arte.  El lector actual de la Biblia no puede evitar cierto malestar cuando choca con expresiones anticuadas, con párrafos retorcidos, de complicada construcción gramatical.  La Biblia es un libro que llega hasta nosotros filtrado a través de cuatro lenguas: hebreo, griego, latín, español.  Cada versión introduce problemas nuevos, sea por razones de “autoridad”, de fidelidad al texto o de forma literaria.  Los escritos de Salomón funcionan como catapultas que nos lanzan a la selva bíblica:  El Cantar de los cantares,  El Eclesiastés, los Proverbios que él compiló, son caminos que nos conducen a los libros de los reyes, a la historia de Israel, al nacimiento en Occidente del compromiso ético con la divinidad, a las raíces del cristianismo primitivo.  Salomón nos proporciona los documentos ?novelescos? de donde parte la cultura occidental.  Dunker nos facilita el acceso a ese mundo confuso, arropado por convenciones religiosas, doctrinarias y, sobre todo, por las rutinas de lo consabido y repetido. 

En las primeras paginas del estudio de Dunker he leído que Ernesto Renan afirmaba que Eclesiastés constituía “la única literatura agradable que ha sido compuesta por un judío”; también opinaba Renan que “Eclesiastés es como un pequeño escrito de Voltaire perdido entre los infolios de una biblioteca de teología”.  Descontados los excesos del ingenio francés, debemos aceptar que la vitalidad de los escritos de Salomón salta por encima del tiempo y de las traducciones, buenas o malas.  No creo que esa sea la “única literatura agradable compuesta por un judío”, una evidente injusticia de Renan; ni tampoco me parece adecuado comparar el “desencanto” o el “realismo” de Salomón con las enfáticas actitudes racionalistas -y de critica social- de la ilustración.   Salomón vive y muere “empotrado” en el mundo oriental, en la cultura semita.  La sabiduría del rey Salomón abarca: la política, los negocios, el amor, la sensualidad, la educación, la religión, la riqueza, el trabajo, el envejecimiento.  Que no es poca cosa.

El escrito del doctor Dunker es un trabajo serio, honesto, riguroso.  Incluye una “tabla” cronológica para que podamos medir la antigüedad de Salomón con respecto a los pensadores chinos y griegos; tiene un “esquema” de la división tradicional de Eclesiastés en tres versiones de la Biblia, entre ellas la Biblia de Jerusalén.  También contiene un “cuadro” en que se muestra él numero de veces que una palabra importante es usada en el texto.  Además de añadir una copiosa bibliografía, Dunker coloca notas al final de la introducción y de cada capitulo.  Esas notas, en lugar de abrumar al lector, le ayudan a orientarse  en medio de tantas opiniones contradictorias.  Con inusual probidad, Dunker declara que únicamente hay cuatro trozos de Eclesiastés que nadie había observado antes de la manera que él propone en su ensayo.  Es un caso de “orgullosa humildad” y de insistente trabajo.  Cuando se publique este apasionante estudio -he tenido la suerte de conocerlo inédito- un gran numero de personas podrá vivir la experiencia de someter al rey Salomón a “escrupulosa auditoria” y, al mismo tiempo, gozar de la lectura guiada de un libro antiquísimo.  Un libro en el cual la poesía, la filosofía, los sentimientos religiosos, las ideas políticas, brotan con pureza de la propia vida del autor.

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