DIÓGENES VALDEZ
América ha sido siempre un territorio fértil para la novela histórica, aunque el género aparece en nuestro continente a principios del siglo XIX. Muchos estudiosos, han tratado de inventar una tradición, confiriendo categoría de novelas o obras de carácter didáctico o simple históricas. Tal vez la única que podía tomarse en cuenta seriamente es la narración picaresca El lazarillo de los ciegos caminantes, escrita en 1773, por el peruano Calixto Bustamante, quien firmaba sus obras con el seudónimo Concolorcorvo. Con todo, El periquillo Sarniento, texto un tanto abigarrado y abstruso que algunos han calificado de periódico en forma de novela, tiene la primicia de ser el género iniciático dentro de nuestras fronteras continentales.
Los escritores mexicanos son quienes de una manera más constante han recurrido a su pasado histórico como mena para obtener magníficas creaciones literarias. La veta que para ellos significó la revolución de 1911 y la guerra con los Estados Unidos , aún no se agota. Esta recurrencia ha permitido que un escritor como Carlos Fuentes haya entregado recientemente a sus lectores la hermosa novela titulada Gringo viejo, ficción sobre la vida del periodista y escritor norteamericano Ambrose Bierce, o que Fernando del Paso pueda recrear la época en que Francia intentó colocar a Maximiliano de Habsburgo como emperador de México, con su novela Noticias del imperio.
En su condición de médico de las ropas de Pancho Villa, Azuela fue espectador de primera fila en una serie de acontecimientos que, en su faceta de escritor, demandaron de él un sentido de responsabilidad cívica que le obligó a dar un testimonio fiel de aquel conflicto fratricida.
Cuando se inicia la revolución que daría al traste con la dictadura de Porfirio Díaz, Azuela cuenta con cuarenta y siete años y había publicado ya tres novelas. Los de abajo que es la visión anticipada de un pueblo que se encamina dolorosamente hacia la madurez social, se inicia con el triunfo de Demetrio Macías sobre las tropas federales en el cañón de Juchipila, y termina con la muerte del héroe en el mismo lugar.
Martín Luis Guzmán, quien había sido secretario de Villa, con El águila y la serpiente, haría un significativo aporte a la comprensión de aquel convulsivo período revolucionario, con una prosa limpia en la que los protagonistas son héroes de carne y hueso, y no simple personajes de ficción. La lista sería bastante extensa, pero sería imperdonable no volver a citar a Carlos Fuentes y la que es, posiblemente, su mejor novela: La muerte de Artemio Cruz, quien no ofrece la visión del pasado de México a través de un moribundo.
No es posible en tan breve espacio hacer una relación exhaustiva de todas las ficciones que en América han tenido como sustento temático los acontecimientos que han sido generado por la historia, sin embargo, se pueden citar algunos títulos y autores:
La revolución mexicana tiene en Los de abajo (1916), de Mariano Azuela, su novela emblemática. Amalia, de José Mármol, es una narración de aventuras y amores que tiene por trágico decorado la dictadura del general Rosas. Mi compadre el general Sol, de Jacques Stephen Alexis, es el dramático y conmovedor relato de la matanza de haitianos ordenada por el tirano Trujillo. El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, tiene como escenario los míticos territorios del Haití preindependentista y las luchas de sus habitantes por la obtención de la misma. De este autor se puede citar también El arpa y la sombra, novela acerca de intentos de canonización de Cristóbal Colón. Acerca de igual asunto escribe Abel Posse, en Los perros del paraíso. La hazaña de la conquista la recoge Carpentier en Los pasos perdidos.
La casa de pez que escupe el agua de Francisco Herrera Luque tiene como temática la dictadura de Juan Vicente Gómez, y en Boves el Urogallo, este autor recoge las aventuras de Tomás Boves, un aventurero español que al mando de un grupo de desalmados, se opuso a la independencia de Venezuela.
Las lanzas coloradas, de Arturo Uslar Pietri es otra novela acerca de los llaneros de Boves. En Yo el supremo, Augusto Roa Bastos se concentra en la dictadura del Dr. Rodríguez Francia. El inefable García Márquez, revive en El general en su laberinto, muchas de las peripecias del libertador Simón Bolívar en su lucha por la independencia de varios países latinoamericanos. La lista es bastante extensa. Sobre la dictadura de Anastasio Somoza, Sergio Ramírez escribió Castigo Divino y Margarita que linda está la mar.