Mi afortunada generación debería pagar por su buena suerte

Mi afortunada generación debería pagar por su buena suerte

Yo pertenezco a una afortunada generación: muy joven para haber experimentado la Gran Depresión, o la Segunda Guerra Mundial, o la austeridad posterior a la guerra. La primera figura política que yo reconocí fue a Harold Macmillan, quien dijo a los votantes que a ellos nunca les había ido tan bien.

Su declaración era cierta, también tonta, y mis contemporáneos y yo nos beneficiamos. El gobierno nos pagó para ir a la universidad. Dimos por sentado que nosotros elegiríamos entre atractivas ofertas de empleo. Yo fui rápidamente nombrado para un puesto desde el cual era prácticamente imposible ser despedido y el cual ofrecía un esquema de pensión con generosos beneficios vinculados al índice. Yo compré un piso con una hipoteca cuyo valor fue devastado por la inflación. Para el momento en que yo estaba pagando una tasa más alta de impuesto sobre la renta, el nivel había sido reducido desde un 83% hasta un 40%. Mi expectativa de vida es varios años más larga que la de mi padre, y yo ya he excedido considerablemente la edad a la que su padre murió.

Si hoy la gente joven quiere ir a la universidad, tienen que pagar por la matrícula y tomar prestado para cubrir sus gastos. Cuando se gradúan, se enfrentan a un mercado laboral mucho más competitivo. Pocas carreras ofrecerán la seguridad laboral que una vez fue característica de los empleos de clase media. Los esquemas de beneficios definidos casi han desaparecido del sector privado, y las pensiones del sector público están siendo sustancialmente menos generosas. Las tasas fiscales deben aumentar, en parte para pagar por el cuidado y tratamiento médico que yo demandaré a medida que avance hacia la senilidad. El único consuelo financiero para la próxima generación es la ganancia que tendrán cuando les heredemos nuestras casas.

La juventud de hoy acepta esto con poco reparo. Como cada generación de estudiantes, ellos protestan: pero sus manifestaciones contra los derechos de matriculación apenas son serios. En 1968 nosotros marchábamos para cambiar el mundo, y sacudir la autoconfianza de la élite política. Pero cuando esto falló en cambiar el mundo, mis contemporáneos se cambiaron sus ropas y tomaron empleos en los bancos de inversión. Entonces ellos gobernaron, y se beneficiaron del más largo mercado alcista de valores en la historia.

Razonablemente, la gente joven puede preguntar a sus padres o a sus abuelos el porqué una sociedad mucho más rica no puede actualmente proveer los beneficios que proveía para una generación anterior. Yo no estoy seguro de tener una buena respuesta. La educación universitaria que una vez estuvo disponible para menos de un 10% de la población no puede ser ofrecida sobre términos similares cuando la mitad de la cohorte de edad ni siquiera va a la universidad, si la educación superior es tan ampliamente disponible, los nuevos graduandos pueden esperar las mismas oportunidades de empleo que los mayores. Pero, en lo esencial, yo tendría que responder que cualesquiera que fueran los sacrificios que nuestros padres y abuelos hicieron por nosotros, nosotros no intentamos mostrar una generosidad similar ahora que es nuestro turno de estar a cargo.

La realidad no es que no podamos pagar, sino que no vamos a pagar. Muchas personas están nostálgicas por su experiencia de la universidad, pero no están dispuestos a proveer los fondos para que las universidades y sus estudiantes hagan que esa experiencia sea posible hoy. Los miembros de mi generación ganaron seguridad de empleo para ellos mismos, y se premiaron con pensiones vinculadas al índice, pero les decimos a nuestros sucesores que ellos no pueden esperar tal seguridad ni en el trabajo ni en el retiro. Las compañías que mi generación controla ya no son capaces de asumir los riesgos asociados con los esquemas de beneficios definidos, debido en gran parte a las normativas que se introdujeron para asegurar que nuestras propias expectativas ciertamente fueran satisfechas. Nosotros reconocemos la necesidad de más vivienda, pero insistimos en que no se construyan en ningún lado cerca de nosotros, lo cual frecuentemente implica que no se construya nada.

Y así mi generación desató una ola de ira injustificable contra la propuesta presentada por George Osborne que cuando lleguemos a los 65 años de edad debería esperarse que nosotros paguemos el impuesto sobre la renta sobre las mismas bases que el resto de las personas. La equidad intergeneracional es una frase desagradable, pero es un concepto importante. Y la equidad intergeneracional no se trata únicamente, ni incluso principalmente, sobre niveles de préstamos gubernamentales y de deuda. La mayoría de padres quieren dar a sus hijos las oportunidades para vivir una vida mejor que la que ellos han vivido. Pero cuando actuamos juntos, agresivamente perseguimos nuestros propios intereses a expensa de nuestros hijos y nietos: una paradoja bizarra de perversa acción colectiva.

Las claves

1.  Pago universidad

Si hoy la gente joven quiere ir a la universidad, tienen que pagar por la matrícula y tomar prestado para cubrir sus gastos.

2.  La juventud

La juventud de hoy acepta esto con poco reparo. Como cada generación de estudiantes, ellos protestan: pero sus manifestaciones contra los derechos de matriculación apenas son serios.

3.  Pagar

 La realidad no es que no podamos pagar, sino que no vamos a pagar.

Trabajando hacia un equilibrio más feliz

Sarah Neville

¿Trabajamos para vivir o vivimos para trabajar? Por mucho tiempo esta pregunta ha preocupado a los científicos sociales al igual que a los cansados esclavos asalariados.

La Oficina Nacional de Estadísticas se ha propuesto suministrar la respuesta en su trabajo pionero sobre la felicidad.

Sustentar la investigación es la noción de que el progreso nacional no puede ser medido solamente a través de la producción económica del país, sino que también se debe tomar en cuenta el bienestar de sus ciudadanos.

El hallazgo clave en la última etapa de las informaciones que fueron emitidas, fue que más de un 48% de la gente de un promedio de 16 años o más, reportó relativamente una baja satisfacción respecto su balance de vida-trabajo.

Esto será visto por algunos como una confirmación de los efectos dañinos de la notoria cultura de trabajos de largas horas. Pero esto podría tener más que ver con la forma en que la pregunta fue formulada. Cuando a la gente se le preguntó sobre su satisfacción con el ocio y el trabajo, las respuestas fueron mucho más positivas. Cerca de dos de cada tres personas, un 62.6%, reportaron estar un poco, en su mayoría, o completamente satisfechas con la cantidad de tiempo de ocio que tenían.

Hubo un mensaje igualmente positivo cuando se les preguntó sobre el trabajo. En la cobertura de data del periodo 2009-10, 8 de cada 10 personas, algún 77.8%, reportaron estar un poco, en su mayoría, o completamente satisfechas.

Stephen Hicks, asistente del director del Programa de Medida de Bienestar Nacional, advirtió contra el delineamiento de fuertes conclusiones de los mensajes aparentemente contradictorios, denotando que las estadísticas procedían de dos diferentes grupos de datas.

Pero él agregó: “Puede ser que cuando a la gente se le preguntó sobre el balance trabajo-vida, ellos vieron eso de forma diferente hasta cuando les preguntaron sobre su experiencia en el lugar de trabajo”.

Ben Willmott, jefe de política pública para el Instituto Colegiado de Personal y Desarrollo (CIPD, por sus siglas en inglés), expresó: “Esta es un área bastante compleja. La satisfacción laboral es influenciada por una gama de factores, como por ejemplo su relación con su director de línea inmediato, la seguridad laboral o nivel de autonomía. Por cuanto, el balance trabajo-vida es un elemento de satisfacción laboral, esta ciertamente no es la historia completa”.

La investigación por parte del CIPD indica que alrededor de seis de cada 10 empleados creen que han obtenido el balance correcto trabajo-vida. Wilmott agregó: “Está en los intereses del empleador,  dondequiera que sea posible, apoyar a la gente para lograr esto. Es más probable que la gente sea resistente a la presión en el lugar de trabajo si tienen un mejor balance trabajo-vida.

El análisis de la Oficina Nacional de Estadísticas señala las diferencias entre cómo los británicos y los americanos ven sus vidas laborales. Esto resalta los resultados de una encuesta separada realizada por el índice Gallup-Healthways Well-being, conducido por un ejemplo aleatorio de casi 4,000 adultos a principios de año, que indica que los trabajadores de EEUU son más felices.

En Reino Unido, menos de la mitad dice que su supervisor es “más un compañero que un jefe”, mientras que la mayoría de los trabajadores de EEUU lo hacen así, indicando una cultura más democrática y menos jerárquica al cruzar el Atlántico. 

VERSIÓN AL ESPAÑOL DE ROSANNA CAPELLA

 

 

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