Mi amigo “Chú”

Mi amigo “Chú”

Cierra tu puerta a la noche y vive el día porque claro es el sendero para el que tiene sabiduría”, Chú siempre hablaba en clave como un boticario de esquina. En una ocasión me encontró cabizbajo esperando al tren de la seis en la estación del Gran Central de Manhattan.

-Pasas los días sin ver salir el sol- sonó su voz inconfundible a mis espaldas como una gota de agua limpia en el aljibe de la casa de mis padres. Aquello parecía una algarabía de fuegos cruzados disparados a mansalva por una escopeta recortada gigante.

– Si no ves el sol al salir de tu casa, enciéndelo tú mismo dentro de ti- sonó la voz un viernes por la tarde al retornar de Staten Island. Poco después encontré una nota escrita por él: “No importa lo que te pase ni el cuerpo en que habites, siempre serás una estrella solitaria titilando en el firmamento. Somos únicos”.

Como mi otro amigo, Luisito Martí, se nos fue bajo el sol de medio día dejándonos tiritando de frío en medio del tren. Ambos fueron cirios pascuales de jueves santos y ahora parecemos diógenes realengos en busca de luz.Cuando fui a despedirme de Chú en el hospital Morrisania, al lado del viejo Yankee Stadium en el Bronx, abrió los ojos despertando de su letargo.

-Anoche vino a buscarme- susurró. Pensé que estaba delirando porque lo habían ingresado hacía dos días y no había diagnóstico todavía. Solamente yo sabía a quién se refería. Se refería a su tocayo, un tal Jesús de Nazaret. El verdadero “Chú”.

Nombre completo: Jesús Fernández, sacerdote agustino recoleto nacido en Navarra.

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