Mi amigo, Don Mario

Mi amigo, Don Mario

Shakespeare le atribuye a Marco Antonio haber dicho en el entierro de Cayo Julio César, que el mal que los hombres hacen les sobrevive, mientras el bien casi siempre es enterrado con sus huesos. La relatividad de esa frase se manifiesta en esta multitud de personas nobles que acuden a morir con Cuchito Álvarez. (Digo a morir, porque “cuando muere un hombre bueno, muere con él toda la humanidad”) ‘¡Cuánto bien le sobrevive! La inmortalidad se teje entre los hijos, en los que la muerte va perdiendo cada partida, los de la sangre y los del espíritu. La muestra más exquisita está en esa solicitud de su hijo, para romper el protocolo: un aplauso; parece un aguacero; pero no, la naturaleza exhibe esta tarde su mejor sonrisa; para una despedida radiante; un sol. Morir como se ha vivido, “por la alegría he vivido…”. -¡No ombe!, ese director es un muchacho- se quejó una vez el señor L., mientras salía de su oficina, un despacho sin puertas ni paredes; no entendió la táctica del director: desactivar las intrigas a través del humor; el mismo método que usaba para evadir las distracciones, como por ejemplo cuando una dama quiso comentarle una tarde el caso de una concursante que desnudó su torso en pleno certamen de belleza, acción que un vespertino catalogó un huracán: -Cuchito, ¿viste al huracán J.?

El director no pudo evadir el tema con su amable indiferencia y finalmente le dijo: – ¿Un huracán por esas teticas? ¿Y si tú sueltas las dos fundas de piedras, el título sería ¡Terremoto…!

Enseguida, la halagó con elegancia y la dama bien querida se retiró, por lo menos resignada. El director conminó su tarea y el testigo ríe todavía, con tan sólo recordarlo. Ahora, cuando su alma toma el rumbo de la isla escondida, pienso en mi buen padre, mientras Mario pide un aplauso para despedir al suyo. Evoco lecciones inolvidables: ¿Don Mario y mi reportaje que no ha salido? – ¡Cuál? – El de Puerto Plata, el de las gentes…!. -¡Ah, el de F…,! Ahí te lo tengo para que se lo lleve al Fiscal o a la Policía, porque eso no es una noticia, eso es una querella-. El periódico HOY fue una agradable y renovada sorpresa. Forjé mis primeras inquietudes con el apoyo de Manolo Quiroz, María Ugarte y en cierta forma de don Germán Ornes, en la fragua de El Caribe. Las inefables atenciones que recibí en ambos diarios incubaron ínfulas en mis neuronas juveniles.

Una tarde, por ejemplo, me encontré en la calle El Conde con un periodista que estaba en prueba en HOY y encuestaba al público; se me ocurrió tomarle el pelo, logré su atención, le di un nombre falso y le respondí una cantinflada; mi gozo me duró hasta el día siguiente, cuando abrí el periódico y me encontré mi fotografía, con un nombre falso y una opinión disparatada; alterado por el enojo fui a su oficina: -Don Mario, ¿usted vio esto? – Ah si, ahí vi tu opinión- me respondió. – Pero es evidente que eso es un relajo, ¿cómo me hacen eso? – ¡Ah, un relajo! ¿entonces tú te pones a relajar de esa forma con tu trabajo? Hace unos días recibí un ejemplar de las Memorias de Don Cucho Álvarez Pina, que me envió Cuchito, con una generosa dedicatoria que leeré cada vez que el desencanto asome en mi vida; pues es más bien una encomienda, en un tono similar al que escuché de él en otros momentos de mi juventud y aún recientemente, en la niñez de mi vejez. Cuchito fue un capitán de la amistad sincera y uno de mis puentes más prolongados. Estas notas no son un homenaje, a los amigos sinceros se les honra desde la íntima discreción. Son una felicitación para doña Matilde, por el compañero que tuvo, y a Mario, a Jaime, a Emil y a los hijos de éstos, por el papá que tuvieron. Una apertura táctica de las compuertas del alma, “donde se empoza todo lo vivido”, para contar las ausencias y a pesar de todo, celebrar la vida, sobre una canción de Rafael Hernández: “Silencio, que están durmiendo/ los nardos y las azucenas/. No quiero que sepan mis penas/ porque si me ven llorando morirán”.

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