Mi apasionada lectora

Mi apasionada lectora

Al verme en uno de los pasillos de una oficina pública, la mujer lanzó un grito de alegría. -¡Mi escritor favorito, de quien he leído casi todas sus obras!

Me aplicó un abrazo con características de llave de lucha libre, que disminuyó momentáneamente mi ritmo respiratorio.

– Vivo citando sus relatos, sobre todo los de las Estampas Dominicanas, entre ellos El peatón no es un ser humano, La chivirica, y El cundango- dijo, para luego retroceder unos pasos, como deseando abarcar de un vistazo la totalidad de mi anatomía.

– Quien lo ve, carajo, con esa cara de hombre serio, y no es más que un ex tiguerón domado por su mujer. Por cierto, déjame aprovechar el momento para hacerle una pregunta que hace tiempo me ronda la chola: ¿Cómo fue que una mujer tan respetada y honorable como Yvelisse se fijó en un bohemio amanecío y rejugao, como usted?

Celebró sus palabras con una carcajada, y luego dirigió su mano derecha hacia mi depilada mamerria, la cual sobó con rudeza.

– En ese caso caben todos los relajos del mundo; es por eso que tiene años escribiendo, y no se le acaban los temas- manifestó, sin detener el improvisado masaje.

Retrocedí para escapar de su espontánea admiración, consiguiendo solamente que su mano se trasladara hacia mi brazo derecho con apretón de afecto traumatizante.

– Le agradezco que haya sangrado la cartera para adquirir mis libros- dije, tras reparar en la modestia de la vestimenta de la expresiva señora.

– He tenido la suerte de que amigos y familiares me los han regalado. Eso se debe a que desde que usted escribía las estampas en la revista ¡Ahora! no me callaba hablándole a todo el mundo de lo mucho que me gustaban esos escritos. Y ahora que lo tengo frente a mí, estoy segura de que me obsequiará algunos de sus libros que me faltan. Dígame donde está su carro, para acompañarlo hasta allá, porque los escritores criollos siempre tienen ejemplares suyos apuñaleados  en los baúles. La locuaz y espontánea mujer se marchó con dos de mis obras. Desde ese encuentro ha transcurrido más de un año, y todavía lamento mi pariguayez.

Porque resulta raro que la ferviente admiradora de un escritor no haya comprado ninguno de los volúmenes surgidos de sus partos mentales.

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