“He comprado carro nuevo… último modelo… ¡Un carro volador!… Estoy listo para salir a trabajar… Me paro frente a él… Lo miro fijamente… Como por arte de magia, de abajo de él salen dos alas… Todo es impecable en su interior… Es temprano en la mañana… Ha creado vibraciones positivas tan pronto me le he acercado… El asiento izquierdo asiento se vuelve hacia mí y, una vez me poso en él, se mueve a la derecha… Una voz se deja escuchar: ‘¡Buenos días Píndaro!… ¡¡¡Una sonrisa le vendría bien para todos los que verá en este maravilloso día!!! –me dice la voz, aunque afuera ha empezado a llover…- Una inmensa alegría me empieza a brotar… Tengo la seguridad de que en la ruta aérea no habrá tapones…”.
“Le imparto instrucciones y le ordeno: ‘Vamos donde Pedrito’… Al minuto, mi cuerpo parece elevarse hasta alcanzar niveles sobre los techos de mi barriada… En mi nuevo vehículo de piloto automático, hago piruetas… ¡Es una maravilla!… Sin temor a chocar con otros carros, empiezo a leer los titulares del día… ‘Imprudencia provoca la muerte de un peatón’… ‘Buhoneros cubren los puentes peatonales’… ‘Caos en las esquinas de mayor circulación por el manejo manual irresponsable de los semáforos’… ‘Parqueadores crean sindicato y presionan a choferes al estacionarse’… ’Negocio de uso de menores en las esquinas sigue viento en popa’… “Mueren cuatro en accidente en el Sur…”.
“Por la ventana izquierda, abajo veo todo aquello que cada día me ha perturbado y provoca tantos infartos… A los lejos, veo tenis colgando de los cables eléctricos… tarantines alrededor de la Duarte con París con negocios informales que provocan la quiebra de aquellos que pagan religiosamente sus impuestos… Vendedores de aguacates… mangos… guayabas… limpiavidrios reciclados… Dos señores en sillas de ruedas, uno de los cuales se sienta en ella tempranito en la mañana y, al caer la tarde, se coloca debajo del elevado y raudo se levanta para abordar un motoconcho de regreso a su hogar… ¡Total! Ya ha hecho su agosto con las monedas que le han dado de buena fe conductores timados…”.
“A medidas que avanzo en mi ruta hacia la cita en la oficina con Pedrito, mi vehículo volador hace rasantes entre cables eléctricos y de comunicaciones… Cables, de todas las compañías habidas y por haber… Un vendedor de palitos de coco… Justo a su lado, una señora a la que le cuelga la piel de un lado de su cara –que una vez fue muy bella-… Y, otra señora cargando un niño recién nacido… Un niño que se empina hasta mitad de las puertas de los carros y, con su manita derecha extendida, pide un peso…”.
“Al llegar a la zona desde la cual diviso la esquina próxima a la oficina de Pedrito, de inmediato me asalta un limpiador de vidrios con una esponja que ha limpiado ya unos 60 carros y me acosa sin piedad y, al negarme a sus servicios de limpieza, sencillamente camina al lado de mi nuevo vehículo volador mientras raya la puerta… Casi al lado de él, veo a un señor -más o menos de unos cincuenta años, vestido con una camiseta gris -con un olor característico, que pide ayuda a los choferes mientras enseña a todos la hinchazón en una pierna por causa de una descuidada diabetes…”.
“De repente, recuerdo que estoy al mando de mi vehículo volador y le imparto instrucciones… ¡Ya estamos sobre el edificio para nuestra cita!…. ¡Empecemos a descender!…”
“Justo al momento de aterrizar, una voz truena en mis oídos: ‘¡Píndaro!… ¡Despierta!… ¡Levántate, que te cogió la hora!.. ¡Vas a llegar tarde a tu realidad!’….
“Uffff –exala Píndaro-… ¡Qué falta me hace mi carro volador!”