Mi cláusula de conciencia

Mi cláusula de conciencia

Nuestra prensa parece muerta hoy, como que se le esfumó la fortaleza con que asumió su función, por ejemplo, durante “Los 12 años” del régimen envileciente de Balaguer, autoritaria administración de crímenes, desapariciones, torturas y exilios cuya fotografía omnipresente hizo exhibir desde cuarteles hasta manicomios.

Cuando hablo de prensa no la limito a la que imprime tinta sobre papel, también incluyo a la de radio y a la de televisión, aunque en ésta última hay excepciones muy satisfactorias. Parto, primero, del derecho del ciudadano a conocer su problemática social, conocimiento que le permite participar en la resolución de la misma. Para hacerlo, necesita contar antes con una información libre de omisiones y de silencios. Algunos estudiosos de los medios y de las legislaciones de prensa consideran a este derecho con igual jerarquía que el de a la educación. 

Segundo, recordar que la “libertad de prensa” era en sus orígenes, durante el constitucionalismo del siglo XIX, la creación de este tipo de empresas. En ese entonces sólo pudieron ejercerla quienes contaban con los recursos materiales para constituir sus propios medios (sólo gráficos o “prensas”). Hoy, en cambio, mantener esta concepción antigua es un retroceso histórico, pues esta sociedad exige de las empresas más responsabilidad social, al periodista más compromiso con la verdad y la comunidad  y, a los dos, que la mercancía en cuya creación participan sea de calidad incuestionable.

Y, tercero, que es la motivación de este artículo, recordarles a ambos que el “propietario” o titular de la información es el público. Este es el criterio no sólo de José María Desantes Guantes y de Carlos Osoria, citados por Damián M. Loreti en su libro “El derecho a la información” (Relación entre medios, público y periodistas) pág. 51, Paidós, estudios de comunicación.

Se selecciona, procesa y difunde información para el lector, el radioyente y el televidente, que no es un consumidor, sino un ciudadano que cuestiona y reflexiona sobre el contenido informativo, y como parte de la sociedad delega en periodistas y en editores la función de investigar, de dar noticias y opiniones con el objeto de orientar a la colectividad, la cual persigue cada vez dimensiones democráticas más elevadas, no esta cosa. Es a cambio de esos servicios que la sociedad les otorga privilegios que no reserva a otros ciudadanos y sectores.

Al respecto, Amy Goodman, periodista estadounidense, productora del programa “Democracy Now” (¡Democracia ya!) citada por el periodista español Francisco Rubiales, en su libro “Políticos, los nuevos amos”, concibe que “el papel del periodismo no es transmitir opiniones sino llegar a la verdad”, que “debemos contener a los que están en el poder y no ser su micrófono”, pues “los oyentes tienen derecho a conocer y los invitados (de los periodistas), a responder”.

Pero tan generalizada es hoy la mediatización que la resistencia a capitular casi se personaliza en unos cuantos columnistas e investigadores de prensa, radio y televisión.

Parece evidente la timidez de nuestra prensa a ahondar en los escándalos diarios de corrupción. Recordemos no más el caso de la Sun Land, “cerrado” por el Presidente después que tocó su “opening” de flauta a un auditorio que prefirió no embestir al toro acorralado.

Hasta Balaguer, acosado por esa corrupción inducida por él y que ya no podía contener, la que está en vigor desde hace más de cuarenta años, al defenderse ante los cuestionamientos de la prensa argumentó que la corrupción se detenía a las puertas de su despacho. Todo el mundo sabe que la voluntad política estimula el saqueo de los bienes y contribuciones impuestas al ciudadano. Esa es la historia de nuestros tres partidos “grandes”.

En la búsqueda de una explicación a la avitaminosis de nuestra prensa unos la atribuyen a autocensura y otros a presiones del poder político y económico. Cierto es también el conservadurismo que la guía, pocos se animan a succionar el hueso por temor a que salga el tuétano.

Colegas, si queremos determinar las causas reales de muerte de nuestra prensa, hagamos como el patólogo, removamos el cadáver.

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