Mi cumpleaños

Mi cumpleaños

Hoy deseo filosofar, en razón de que en unos días, precisamente el próximo martes 15 de junio  cumplo un año más de existencia terrenal y estoy actualmente viviendo lo que unos investigadores del cerebro han llamado “el efecto positivo”.

Esta es una condición que ha sido demostrada en el hecho de que al paso de los años cambiamos nuestros enfoques de la vida, con aumento y énfasis en las cosas positivas. Esto viene a colación en razón de que hace unos días leía estudios dirigidos por Laura Carstensen de la Universidad de Stanford, donde con la resonancia magnética estudiaron las amígdalas de los cerebros de jóvenes y de personas del grupo al que ya pertenezco, los de “edad media”, no quiere esto decir de la época medioeval, sino  con más de 50 junios vividos.

Las amígdalas cerebrales son unas pequeñas “almendras” de color brillante situadas en la profundidad de nuestros cerebros y son las directoras de nuestro sistema de seguridad, ellas son las que ponen en alerta a todo nuestro organismo para las respuestas animales,  son una especie de expresión de la memoria de toda esa carga primaria que heredamos desde nuestros homínidos ancestros. Ellos demostraron, que el paso de los años, cambia el funcionamiento de nuestros cerebros y que de modo natural dejamos las reacciones juveniles, como responder siempre a lo negativo, al reto, a las demandas del medio, con tropel y en muchos casos con intrepidez si se quiere.

Remonten sus recuerdos a su juventud, les pasará lo que a mí, que no quisiera yo que mis hijos ni mi nieta acometan las temerarias acciones que todos realizamos en esos períodos.

El estudio demostró que con los años, las imágenes agradables son las que predominan en nuestros pensamientos, quizás sea esa la explicación de por qué esos humanos superiores, esas personas sabias, viven en una mansedumbre y una paz que en verdad sorprende.

Son felices con lo poco o mucho que tienen e irradian una envidiable felicidad espiritual.

Quizás sea parte de lo que estos investigadores han llamado el “efecto positivo”.

Es una acción inteligente de nuestros cerebros para permitir que lo aprendido nos ayude a sobrevivir, otros lo llamarán experiencia, no es resignación.

Debo reconocer que sí, como vivencia propia debo compartir, que son cada vez menos las cosas que logran exasperarme, trato en lo posible de pertenecer al mundo de los sabios, tengo la dicha de esa enseñanza diaria con mis queridos padres. Hoy, enfatizo mi espiritualidad, profundizo en los placeres de mi agrado, mi familia, mi profesión,  mis amigos, además soy un romántico-idealista, confeso melómano, lector-escritor compulsivo, un sibarita, que sin pizca de hedonismo, se conforma con algunas cigalas a la plancha. Hay grandes cambios – desde un mundo de evolución lenta, casi estático, al convulso mundo que hoy vivimos- donde lo medible, lo material, es lo que impera.

Para mí lo superficial es secundario,  antepongo el “ser” al “tener”, hoy que la piel se me remella, acercando la siega, me enjundio, pues todavía creo en el amor, en lo refinado, en la inteligencia, en la esperanza y la honestidad.

El ser abuelos nos da lógicamente mesura, pero hoy sabemos que no es por el paso del tiempo por sí mismo, sino porque nuestras amígdalas y cerebros cambian, produciendo la tardía y  sabia madurez.  

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