Mi Decisión/2016

Mi Decisión/2016

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La pregunta que me hacen a diario es por qué sigo en el PRD. Razones sobran a los ciudadanos del país interesados en una organización con 76 años de vida institucional colapsada electoralmente y encabezada por una perfecta expresión de los niveles de degradación ética de la política que, en un ejercicio vulgar de usar el partido como instrumento de sus negocios, formaliza un inaudito entendimiento para los comicios del 2016.
Si en el país existiera una cultura de acuerdos partidarios caracterizado por la consistencia ideológica, resultaría lógica la alianza PLD-PRD. Ambas organizaciones provienen del espectro liberal y sus figuras legendarias, Juan Bosch y Peña Gómez, lamentablemente no lograron en 1990 un entendimiento electoral para afianzar la agenda progresista en el país. Ahora bien, esas dos figuras excepcionales no asociaban sus actuaciones políticas a ventajas personales.
El PRD no se puede reducir al funesto personaje que lo preside. En esencia, el interés del PLD en utilizar los instrumentos institucionales, como el TSE, tenía de objetivo esencial caricaturizar la principal fuerza opositora. De ahí, un partido que no cuestiona, no se vincula a los sectores populares y termina constituyéndose en bisagra del oficialismo. Y esas inconsistencias en el partido blanco no han sido gratis: el país conoce al beneficiario que le dejan caer préstamos millonarios, contratos con instituciones gubernamentales y un escandaloso arrendamiento de un patrimonio histórico ubicado en las inmediaciones de La Feria.
Aunque parezca una ilusión, las fuerzas democráticas del país tendrán que reunificarse en algún momento. Falta grandeza en muchos de sus actores principales porque se confunde la favorabilidad coyuntural con el liderazgo excepcional. Lamentablemente, esas posturas habilitan la opción oficial debido a que sus posibilidades de permanencia están asociadas a la cultura fragmentaria prevaleciente en la oposición.
Todo dirigente con un elemental sentido de decencia no puede asociarse políticamente a los manejos financieros-electorales que en la actual coyuntura caracterizan al PRD. Como de costumbre, se repite la misma inconducta de dirigentes que por amar tanto el dinero pierden el rumbo político y terminan condenados por la historia.
Hacia las elecciones del 2016, nada ni nadie me obliga a seguir los lineamientos establecidos por el club de filibusteros que gobiernan el partido blanco. Hacerlo sería renegar de mí, las ideas y los conceptos que he defendido en el marco de la militancia partidaria.
No plegarse ante las ventajas económicas, con ribetes de acuerdo político, que recibe el principal ejecutivo del partido blanco representa una acción de coherencia. Trazar un rumbo diferente, no es irse del PRD. Por el contrario, los que abandonaron los principios y sentido de compromiso histórico saben de los altísimos niveles de impugnación que tienen en la sociedad y no hay montaña de dinero que transforme esa imagen. Por eso, mis distancias momentáneas.
A mí no me va a vender Miguel Vargas Maldonado.

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