Me abrió la puerta su esposo. Me saludó y de inmediato ví en sus ojos, como me veía: reducida, desgastada, demacrada no sólo fisicamente, era el demacrado del alma, todas esas noches sin dormir, tese dolor punzante constante, que nunca sabemos como lo vamos a esconder.
Él la llamó y ella sale en ropa cómoda, relajada, como quien sale triunfante de un exquisito baño de playa, con su cabello rubio suelto que mientras caminaba se los iba recogiendo en una especie de cola «al descuido » pero que se le veía perfecta. Pasamos a la terraza con una vista espectacular, donde viene y va una brisa maravillosa, que de casualidad no llegaba con sonido de gaita, era lo que faltaba. Pero yo sudaba y me sentía como un preso de la Victoria en medio de un motín, totalmente fuera de mí y de lo que un día fuí.
Ella se sentó frente a mí, recuerdo que tenía el brazo derecho en la cintura y su brazo izquierdo se apoyaba en el, de forma vertical, su mano izquierda con los dedos recogidos, excepto el índice izquierdo que se apoyaba en su sien levantando su ojo izquierdo, lo cual reforzaba una mirada hacía a mí de lástima, pena y desprecio pero como disfrazado de otra palabra que no me llega a la mente, pero que ustedes saben, algo así. Ella tenía todo bajo control: su apartamento con terraza y brisa perfecta, su esposo e hijos perfectos y su amante perfecto: Mi esposo. Allí la única que desentonaba era yo: la loca, la desubicada, la ridícula, celosa que deba pena como verguenza.
Ni mi llanto ni mi desesperación movieron una sola hebra de su cabello, la brisa maravillosa de su terraza, sí.
No recuerdo que dije, que reclamaba pero debió haber sido «una verdad, que por muy verdad que sea, seguía siendo inútil. Lo que sí recuerdo es haber salido derrotada, lo que hoy agradezco, porque viví en carne propia eso de que toda pérdida incomprendida en el presente tiene su Valor en el futuro.
Todos hemos cometidos disparates, en mi caso, han sido muchos, incontables, pero este episodio particularmente está dentro de mis disparates «nivel Dios», es decir No es un gran disparate, es un disparate cósmico.
Mucho tiempo después, años después, tantos que parecen de otra vida, estaba en casa de mis abuelos, ya ellos habían partido de este mundo. Yo observaba una foto mía que tiene toda mi vida colgada allí. Me sorprendía lo bien conversada que se mantenía. Es una foto de la celebración de mi primer añito, con todas las implicaciones magistrales de la época: Vestidito rosado de vuelitos y encaje, zapaticos de charol, mediecitas blancas de bolitas y una sonrisa mía de oreja a oreja, paradita como si ya hubiese arrancado a caminar sola. Sabrá Dios todo lo que mis padres y mi familia, tuvieron que hacer para que yo posara. Lo cierto que al observarla, llegaba a mí de forma incontenible muchos recuerdos de mi infancia en casa de mis abuelos, donde pasé la mayor parte de mi vida. La comida caliente de mi abuela al llegar del colegio, su olor a sazones de cocina mezclado con su cabeza siempre olorosa. Los pasos controlados de mi abuelo su talco y perfume. El jugo de lechoza de papá, los dulces de leche, la sabiduría, la protección, los ojos de mi abuela sobre cada movimiento mío como quien custodia un gran tesoro. Siempre extrañaré a mis abuelos, eso lo sé, pero esta columna se trata de una lección aprendida de mi momento «disparate cósmico, nivel Dios» y allí observando foto la comprendí:
-«Cómo es posible que si yo fui una niña criada, educada y amada con tal abnegación eso no me salvó de sentirme perdida ante la inminente posibilidad de ser yo quien perdía en el juego del amor?»
-«Cómo es posible que si yo lo tuve todo en todos los términos, yo no me sintiera Suficiente?»
Me dí cuenta que todo el tiempo estuve mirando hacia una sola dirección y que la foto mía colgada en casa de abuelos me traía devuelta a la perspectiva acertada, al camino correcto. La foto no era un simple recuerdo que mis padres habían dejado allí como una linda memoria de primer añito. La foto era mi talismán, era un amuleto que como buena brújula me hacía retomar el sentido de mi propia esencia. Es decir nunca se trato de recibir, sino de dar. Es de ese lugar que vengo. Dar es mi familia. Darse : eso eran mis abuelos, mis tías, mi madre, mi padre, mi habitat natural. Los vecinos tocaban la puerta de la casa de mis abuelos porque ellos siempre tenían algo que ofrecer, y así crecimos mis hermanos y yo. No sé que en qué momento lo olvidé, lo cierto es que nadie nos reduce a nada, somos nosotros que lo permitimos porque nos olvidamos de aquello de lo que estamos hechos y pensamos que porque alguien ya no nos quiere, entonces no tenemos nada que ofrecer.
Hace justamente 4 años ví a esa chica caminar por la calle con su hija, había desaparecido toda esa «vida perfecta» que ella controlaba, era simplemente una madre que caminaba con su hija, yo las ví por un instante y sentí un profundo y genuino agradecimiento a ella por ser un instrumento para mí de despertar, porque sus acciones activaron esos impulsos incontenibles que nos hacen hacer el ridículo y si salimos con vida de ellos, y logramos interiorzar las enseñanza que proponen, podemos cambiar, expandirnos, Ser seres Humano. En contraste con una sociedad que te hace sentir débil o perdedor únicamente porque tienes el coraje de Dar sin esperar nada a cambio, reforzar nuestro origen que viene justamente de todo el amor que desde el nacer recibimos sin merecerlo, sin pedirlo. La verdadera traición es justamente negarnos la posibilidad de cuanto podemos ofrecer. Seguir adelante. Namaste!