Mi hermano fue mi Pigmalión

Mi hermano fue mi Pigmalión

MARÍA ELENA MUÑOZ
No fue sino hasta la preadolescencia, cuando yo pude percatarme del tremendo significado de mi nombre y como éste le había dado sentido a mi vida.. Fue en el período de transición entre la intermedia y la secundaria, cuando los libros de historia universal comenzaron a fascinarme al tornarse más profundos, que yo comencé a sospechar que había sido una elección de mi hermano, el doctor Emilio A. Muñoz (Milito) y no de mi madre, pues según ella, mi nombre era el de la protagonista de una radio-novela cubana con un tema racial impactante en la época. Pero en el fondo, al llamarme así él había iniciado su mecenazgo sobre mí antes de nacer, con una fórmula transaccional entre dos mundos antagónicos: el cristiano y el pagano, el primero representado por la Virgen y defendido por mi madre; el segundo representado por Helena -la de Troya-, defendido por mi hermano.

Enorme desafío para mí, aquel de llevar el nombre de las dos mujeres más grandes, polémicas y destacadas de la antigüedad. Por lo que me crié transitando velozmente entre la escuela, la biblioteca de mi hermano y la iglesia, donde en esta última, aparte de practicar su credo, vocalizaba, como integrante del coro, los himnos y cánticos que en latín identificaban en la época el ritual litúrgico católico. Tremendo universo dialéctico en el que yo crecí, poblado de esa armonía nutricia y solapada de contrarios, que determinó la dinámica didáctica de mi hogar desde que mi hermano era muchacho, con una adicción devoradora por la lectura y una inclinación visceral a la actividad creadora.

Hay anécdotas inolvidables sobre mi niñez que recrean y confirman estos argumentos.

Recuerdo que él me dibujaba unos ‘paquitos’ con figuras inusuales a este tipo de bibliografía infantil, como, por ejemplo, las aventuras oceánicas del Ulises de Homero al estilo piratesco de los diseñadores de Barbaroja o los héroes de Walt Disney, un Ratón Mickey o el Pato Donald, los que yo devoraba durante la niñez y mucho tiempo después. Lo mismo hacía con otros grandes clásicos, aparte de los de la literatura helénica, como eran, por ejemplo, los escritores y poetas anglosajones, alemanes y franceses; todos los cuales conformaron mi infraestructura cultural desde mi infancia más temprana, de la cual él fue mi tutor, mi Pigmalión natural, a su imagen y semejanza, como el mito greco- romano…

Incluso desde el ámbito de mi educación religiosa e ideológica él también fue mi mecenas, pero desde un contexto innovador. Por ejemplo, mis violaciones a las reglas conductuales caseras, entre otras, eran satanizadas por mi madre con el clásico diablo del repertorio represivo católico. Mientras que Milito me asustaba metiéndome por los ojos la portada del Leviatán de Hobbes, que exhibía la imagen de un monstruo gigantesco, con el cual este destacado pensador europeo recreaba gráficamente desde su óptica personal la imagen del Estado totalitario, tema al cual dedicó su célebre volumen. Naturalmente, eso lo supe mucho después, cuando mi hermano me inició en el plano de la formación política, para lo cual aplicó también, como lo veremos aquí, un método didáctico poco tradicional, que inició con una de mis mascotas, un minino de esponjosa y peluda cobertura, regalo de papá, siempre atado a mis nostalgias, que él bautizó con el inefable nombre de Lenín. Fue mucho tiempo después, en función de la eterna tertulia de poetas y escritores y otros artistas que él instaló en su biblioteca-habitación, que yo supe el significado y el metamensaje que contenía el nombre de mi gato. Pues ya en la Universidad me enteré de que algunos de los contertulios de mi hermano que abrían inquietos los ojos por el nombre con que yo llamaba al mínimo, habían caído presos. Fue cuando éstos fueron acusados de ser enemigos del régimen, y obviamente de comunistas, doctrina que sustentaba la revolución socialista que había lidereado el personaje que reivindicaba el nombre de mi gato, la que Trujillo combatía para identificarse con Washington en el enfrentamiento bipolar que fundamentaba entonces la Guerra Fría, estrategia que le garantizaba la reelección.

Cuando me percaté de todo esto fue que supe que yo, desde la más tierna infancia había gateado y transitado ingenuamente en un campo minado. Certeza que creció cuando mi hermano me contaba que entre los contertulios había de todo, políticos y apolíticos, así como destacados visitantes capitaleños miembros de la Generación del 48 y de otros grupos literarios, tales como Rafael Valera Benítez, Freddy Gatón Arce, Ramón Francisco. Entre los locales que aún viven y que pueden dar testimonios de estos hechos recuerdo a Caracciolo Vargas Genao, José A. Núñez Fernández, Bienvenido Aquino, este último presidente del IJ4 del 60, en Bonao, e integrante de las guerrillas del 63 contra el Triunvirato golpista..

Los más politizados se protegían tras la mampara de la sociedad cultural Alfa y Omega, dirigida a nivel local por Milito y nacional por la poetisa y pionera feminista Delia Weber de Coiscou y sus hijos, entre ellos Rodolfo, gran promotor del arte, quien me contara muchas de estas cosas al seguir siendo amigo mío hasta su muerte, acaecida hace poco.

Pero cuando el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) descubrió que tras esa pantalla cultural estaba la conspiración política, especialmente cuando algunos de ellos fueron confirmados por el citado aparato represivo del Estado como miembros del Partido Socialista Popular (PSP), agrupación considerada como tributaria de la citada ideología comunista, la entidad literaria fue desmantelada y parte de su membresía encarcelada.

Esos sucesos más otras torpes rebeldías cometidas por Milito contra el régimen hicieron que los ojos inquisidores de la represión no se apartaran más de él hasta el día que se encontró compartiendo los estrechos e infernales laberintos del espanto de la cárcel La Victoria y de la tristemente célebre La 40, con otros muchos rebeldes, tal el compueblano Miguel Angel Tauil Moya, luego asesinado allí, y el grupo denominado Los Once, ambos episodios que él recogió en uno de sus 18 libros publicados. Entre aquellos estaba Polo Rodríguez, compañero de él en la carrera de medicina en la entonces Universidad de Santo Domingo, quien fuera además dirigentes histórico del IJ4 y mártir de la citada guerrilla del 63. En ese contexto, Polo fue junto a Milito de los forjadores de mi conciencia democrática, ya que él aprovechaba las visitas a la cárcel que en aquellos años le hacíamos mi familia y yo a mi hermano para adoctrinarme, recomendándome libros de política, además de encargarme algunas tareas revolucionarias. Entre otros integrantes de aquel grupo que felizmente viven y por ende son testigos de estos hechos, que siguen siendo mis amigos y con los que he compartido después de su excarcelación proyectos de vida tanto en el plano universitario como jurídico y académico, así como en importantes jornadas patrióticas en los 60s, cito al doctor Ramón Blanco Fernández, alto dirigente del PLD; ‘Pichy’ Mella, miembro de organismos de dirección del IJ4, el doctor Alfonso Guemes, conocido catedrático y diplomático.

Sin embargo, después de la gesta heroica del 14 de junio de 1959, suceso que estremeció la conciencia política dominicana, especialmente la de la juventud, las cárceles citadas desbordaron sus límites, con la enorme cantidad de presos políticos (aparte de la cantidad de exiliados en las embajadas extranjeras) que asumieron el programa de lucha de los expedicionarios, como fue el Movimiento IJ4 de los 60s, dirigido por Manolo Tavarez Justo (recientemente exaltado a Héroe Nacional); su esposa Minerva Mirabal y hermanas; Leandro Guzmán, entre otros destacados (a) luchadores (a), algunos de los cuales conocí allí y con quienes también compartí los tremendos combates libertarios luego de la caída de la dictadura en el 61, en el marco del IJ4 ya legalizado. Aunque la mayoría de los expedicionarios fueron exterminados, salvo tres sobrevivientes, tal Mayobanex Vargas, quien en el libro que escribió sobre el hecho en que participó narra con gran emotividad su encuentro con mi hermano en la cárcel, vivencia que el reiteró recientemente en el panegírico que pronunció ante los restos mortales de aquel amigo y compueblano, destacando su perenne humildad, que abarcaba hasta: la terrible experiencia que vivieron juntos, de la cual nunca hablaba..

Fue durante el juicio que se le siguió a los asesinos de las hermanas Mirabal y a los demás verdugos de las mazmorras trujillistas donde nos percatamos de la magnitud de su martirologio. Lo oímos de las bocas de las víctimas de aquéllos, cuando contaban como Milito sufría doblemente al ser él mismo objeto de torturas, pero también tener que curar las huellas de las ajenas, en su calidad de médico, como lo habían hecho otros colegas en otro contexto de la lucha: era él quien suturaba las capas de gusanos que se disputaban el territorio podrido de las espaldas cautivas; era él, finalmente, quien mitigaba el dolor de las quemaduras y del espasmo apocalíptico que producía el choque estremecedor de aquella silla eléctrica, inmortalizada tristemente por el mártir de Junio, el inolvidable Messón.

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