No me permitían ingresar a la escuela rural de El Pino, La Vega, porque la edad reglamentaria era siete años y yo sólo tenía cinco; mi madre, Teófila, decidió darme clases diariamente. Sin embargo, yo no deseaba eso, sino asistir a las aulas.
Un día desaparecí el libro de texto; cuando ella me preguntó le contesté que no sabía dónde estaba. Si descubro que lo escondiste te voy a dar una pela sentenció. Así fue, tan pronto lo encontró debajo del colchón.
Las clases continuaron sin interrupción y cuando ¡por fin! me inscribí fui promovida al segundo grado.
No sé si esta mujer campesina, que a veces echaba días en fincas arroceras, utilizó la más moderna metodología pedagógica; pero, de lo que estoy segura es de que sembró en mí las primeras semillas del conocimiento y de la disciplina que germinaron e indudablemente han dado sus frutos. Hoy, al cabo de los años, me enorgullezco al pensar ¡qué gran maestra fue mi madre! Sólo lamento que no pudiera disfrutar conmigo los resultados de su enseñanza porque murió al año siguiente de ingresar en la escuela.
Ya, en plena adolescencia, en el liceo intermedio Estados Unidos de América, la profesora Yolanda Fernández de Perdomo era la responsable del octavo curso. A la gran mayoría le fue mal en el examen de matemática, asignatura que impartía la profesora Rosa Nelly de Evangelista.
Yolanda, muy preocupada por la situación, conversó con la entonces directora Antonia Vásquez de Rodríguez, creo que eran comadres y ésta, sacrificando su descanso, se comprometió a darnos clases los domingos. Así fue, todas asistíamos semanalmente incluso quienes no reprobamos la asignatura.
Con doña Antonia, como se le llamaba, no tuve mayores contactos, ella falleció años después. A Yolanda la reencontré en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y allí la vi llorar por la difícil situación emocional de una alumna al borde del suicidio según dijo o porque estaba visiblemente afectada por el caso de unos adolescentes, estudiantes del Liceo Experimental de la academia, que pasaron por una triste experiencia.
Yolanda es venerada por sus alumnos y por todo el que la conoce; en cierta ocasión una estudiante de ella reprobada en Lengua Española le dijo: y con usted es que vuelvo a seleccionar la materia porque usted es muy buena maestra. El libro Experiencias Didácticas, de su autoría y la de otras destacadas profesoras universitarias, fue ganador del Premio Nacional de Didáctica y es utilizado como texto en otras universidades; esos ejemplos hablan de su calidad pedagógica.
Hoy al cabo de los años me emociono cuando pienso ¡qué grandes madres han sido estas dos maestras!
Que me excusen quienes sean simplemente profesoras y profesores, pero con estos recuerdos quiero rendir un tributo de amor a las maestras y maestros en ocasión de celebrarse su día.