Mi lectora cuestionadora

Mi lectora cuestionadora

Uno de los mayores distribuidores de mis obras es Antonio Liberato, propietario de la  Librería “La Filantrópica”.

La pasada semana visité el pequeño y bien surtido establecimiento de la esquina formada por las calles Mercedes y Hostos, y allí encontré a una vieja amiga, que reside desde hace más de veinte años en la ciudad de New York.

-Mario Emilio- gritó aplicándome acto seguido un severo manotazo en el penthouse pensante- te llevaba en mis recuerdos como un muchachón de muchos cabellos, y ahora te veo con el casco más pelao que un guineo.

Apenas pude esbozar una sonrisa débil, porque lo que realmente sentí fueron deseos intensos de recordarle los genitales de su progenitora.

¿Qué se hizo el pechito parao que exhibías cuando eras joven? Estoy segura de que hace mucho tiempo que no usas aquellos polishirt apretados que te ponías en los años cincuenta. ¡Ay, ese calendario no perdona a nadie!

De los labios del locuaz librero no se apartaba una burlona sonrisa frente a la sobada pistola verbal de mi obligada interlocutora.

-Leí que pusiste en circulación otros cuentos de pariguayos y puticas. Los del primer tomo los leí en Nueva York; compré el libro en un negocio callejero de un dominicano-dijo, provocando que disminuyera la frenada ira que me embargaba.

Abrí la boca para darle las gracias, pero la parlanchina mujer  me cortó con la continuación de su monólogo.

-¿Aquí venden ese libro de este gallo loco?- le preguntó a Liberato, quien cambió la sonrisa por una carcajada breve, antes de responder.

-No solo tenemos el de los mujeriegos, las chiviricas, y los pariguayos; hay otros títulos de Mario Emilio, que se los podemos vender a buen precio.

-¿Usted se está volviendo loco?- gritó con cara de quien está a punto de echar un pleito a galletas, mordidas y patadas-ese libro me lo va a regalar ahora mismo mi eterno enamorado.

-Nunca estuve enamorado de ti- repliqué- ya que desde chiquita tuviste pechuga rompe brassiere, y nalgotas fuera de control, y en esos tiempos yo era débil por las chicas con déficit de Kilos.

-Ese es el cuentazo ¡yo era una muchacha que paraba el tránsito con mi cuerpo y a quien los hombres lanzaban piropos por montones, algunos de contenido malapalabroso- manifestó la logorreica, golpeándose los glúteos con fuerza.

Fijé los ojos en la anatomía de mi amiga, y me apenó su figura más desprovista de curvas que los lanzamientos de un pitcher infantil.

-¡Ay, ay, ay! exclamó de pronto- aquí están los mujeriegos, puticas y los pendejos!

Cogió el libro de un estante, y abandonó a toda prisa la librería.

Debo confesar que no me hicieron ninguna gracia las sonoras carcajadas de Liberato.

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