Mi peor enfermedad

Mi peor enfermedad

“Doctor  Silié, tengo miedo desde niña a la muerte, a la vejez, miedo a ponerme fea, me siento insatisfecha de las respuestas de tantas personas a las que yo vivo brindándoles afectos, apoyo, y todo tipo de atenciones y sé que  por ser tan sentimental es que llego a las enfermedades¨.

Estos juicios, de una muy querida paciente de la tercera edad, más me gustaría decir, de ¨la tercera juventud¨, retratan sus palabras un estado depresivo,  melancolía, una distimia, como llaman algunos a este estado larvado de desaliento y pena, que muchos arrastramos restándonos calidad de vida, alegrías, razones para sonreír.

En lo particular somos de la creencia que éste tránsito terrenal es muy corto, y debemos luchar porque el camino no se llene de abrojos ni de circunstancias adversas, que sólo logran  lastimarnos igual que a mi paciente.

La calidad de vida (CV) en medicina se refiere al buen estado del individuo y la respuesta al tratamiento que se le haya instaurado ha sido descrita como  la percepción individual de la posición frente a la vida, de acuerdo a la cultura, y a los valores impuestos por ella, y en relación con las metas y expectativas de cada individuo;  hay diferencias de este concepto CV, con el de calidad de vida relacionada con la salud (CVRS) éste último, donde cuenta sólo  lo que está afectado por la enfermedad, que se refiere finalmente a la relación con una calidad de vida aceptable, luego de padecer una enfermedad.

Los pacientes deprimidos tienen éste parámetro más deteriorado con respecto a la población general.

Esta estimación es un referente muy completo, pues asocia el estado depresivo al funcionamiento físico, mental, social y general del paciente.

En la evaluación de estos pacientes, es obligatorio el hacernos varias preguntas: ¿qué es importante para ella? ¿qué lograría hacerla feliz? ¿será ella seguidora de la insensible vida materialista? ¿será el  dinero o el tiempo para realizar las acciones que desea, entre las que hay que incluir el ocio? o si son algunas aspiraciones puramente materiales no satisfechas, entre las que se inscriben muchos de los militantes de la “modernidad”, errados, han cambiado los parámetros del vivir en una verdadera paz espiritual, por lo tangible,  por lo que se puede medir y valorar, por lo puramente material.

 O tal vez sean sus temores desde la infancia, condiciones que van desde lo mal aprendido hasta traumas no resueltos, que hay que esclarecer, y que nos acompañan toda la vida.

Todos tenemos nuestros recelos, nuestras angustias existenciales, que en algún momento pueden alterar nuestra capacidad de socialización, y nos debilitan frente a circunstancias estresantes internas como algunas enfermedades, o externas como: conflictos laborales, familiares, personales, muertes.

Muchas veces  asociamos  nuestros comportamientos a  esos fantasmas de la niñez  que nos acosan, sean estas acciones concientes o no.

O tal vez sean  sus expectativas de vida no manejadas, al enfrentarse a la dura realidad del  inevitable paso del tiempo, y no tener los recursos emocionales para adaptarse a ellos.

Los juicios médicos correctos sólo se lograrían luego de valorarla en todas las vertientes clínicas, orgánicas y  psicológicas, que de modo obligado debe incluir, la evaluación de su personalidad.

Estas complejidades son mejor manejadas por psicólogos y psiquiatras. Pero lo que importa al final es ser plenamente feliz, propongámonoslo.

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