«Mari, hace tiempo que no te veía».
– Me escondí para llorar. Como dice la canción “lloramos cuando nadie nos ve”, necesitaba llorar, ahora estoy lista para que vean de nuevo.
– Recuerdas cuando éramos niños, ese día en que recibíamos el regalo de Navidad más estupendo: la primera bicicleta. Aquel regalo era el más divertido hasta que un día papá nos soltaba, le quitaba las rueditas muy confiado en que estábamos listos y nos caíamos de tan humillante y dolorosa manera, que este episodio de nuestra vida pasaba por todas las etapas: al principio rabia, luego miedo, después distancia (no queremos esa bicicleta ni en pintura y queda arrumbada en el último rincón de la casa) y finalmente un día nos antojábamos de volver a intentar.
Un domingo con lluvia, la dominamos, la montamos como locos, riéndonos de nada, después con una nostalgia totalmente inoportuna y absurda que nos sobrecoge, nos damos cuenta de que la bicicleta nos queda chica, nos desprendemos de ella con un cariño eterno, un recuerdo sembrado que no se irá nunca.
Así es mi historia de amor. Después de noviazgo, boda, niños, proyectos, vacaciones, viajes, hogar, años ilusionados con el final feliz, uno llega a creerse que puede enfrentarlo todo porque el amor de tu vida te ama para siempre. Ese amor es ese papá que va detrás de la bicicleta, esa bicicleta con rueditas. Pero un día ese amor no te mira igual, ese beso produce frío a un esquimal y finalmente un día te enteras que se acabó ese amor, las rueditas desaparecen, y ya nadie está detrás para protegerte de la caída.
Ahí te das cuenta que debes conducir tu bicicleta SOLO, que llegó la hora, es aterrador. Saber que ahora te toca crecer, nada nos hace más adultos que la soledad impuesta.
Esta es la parte donde me escondo únicamente a llorar y a recordar mis paseos por la vida en mi bicicleta con rueditas y con papá detrás, comí de todo, escuché todas las canciones, me descuidé arrumbada en el último rincón, sin depilarme como Godzilla, presa, herida, a punto siempre de explotar. Pero el sol sale sin discriminar.
Al igual que la muerte, el sol es como una sentencia definitiva. Un día un rayo me despertó y quise intentar salir en mi “bicicleta”, montarla. Me caía y me levantaba, me caía nuevamente y me levantaba de vuelta hasta que un día como mi recuerdo sembrado de mi primera bicicleta, se fue el dolor. Tenía mi vida, pero esta vez, realmente tenía mi vida, no la idea sustentada de que la vida sólo tiene sentido si alguien que amas te corresponde, esa idea me quedó chica, la superé.
Monté mi vida como una loca, sonriendo, como cuando dominé mi bicicleta sin rueditas y sin nadie detrás, me vi como realmente soy, una persona completa, ahora no necesito protección de nadie ni detrás ni delante, si alguien me acompaña, coincidimos porque anda montando la vida justo a mí lado.
Como dice la canción “fue sin querer es caprichoso el azar, no te busqué ni me viniste a buscar”, viví mi dolor, tuve miedo, se me secaron los labios deseando ese beso de nuevo, pero de la misma manera que nos acostumbramos a ser besados, nos acostumbramos a vivir sin esos besos y hasta llegamos a sonreír, otra vez». ¡Namaste!