Mi romance miope

Mi romance miope

Desde mis años juveniles confieso que mi amor imposible era la actriz del cine norteamericano Audrey Hepburn, cuya principal característica física la constituía su extrema delgadez.

Como es harto sabido que el hombre dominicano prefiere las mujeres con mediana abundancia de carnes, sobre todo en la zona fundillil, mis amigos hacían mofa de esa especie de idolatría a distancia.

No faltó quien dijera que padecía de flacofilia, pasando de inmediato a describir el poderoso atractivo sexual de las féminas “amasaditas”.

He citado en más de una ocasión la frase de un amigo amante de las gordas, quien manifiesta con absoluta convicción que es preferible atragantarse con un pedazo de carne que con un hueso.

Debido a mi devoción por la protagonista de la película Mi fair lady, me enamoré en los primeros años de la década del sesenta de una muchacha con anatomía mostraba un acusado déficit de revestimiento carnal.

Me torné reiterativo en cuanto a poner de manifiesto el parecido de la jevita con la bellísima artista, cuando se convirtió en mi novia.

Pero me arrepentí tras la conversación que sostuve con una vecina con la cual mi amada no se llevaba bien.

-Mario- dijo, torciendo los labios en gesto burlón- me tienes jarta comparando a esa guatárfara con la Hepburn; empecemos por la diferencia de narices, pues mientras la de aquella es aguileña y hermosa, la de tu fleje se le ve hasta cuando está de espaldas.

-Hablas así porque te cae mal- repliqué, disgustado.

-Ay, hombre, la Hepburn camina con mucha gracia, y tu ratona lo hace dando brinquitos como si evadiera charquitos- aseguró, con risotada que le remeneó el cuerpo.

-Y además, aquella tiene todas sus piezas bien puestas, mientras tu novia tiene las nalgas tan bajitas que cuando camina ensucia tanto las chancletas como la falda- añadió, esta vez corriendo el riesgo de caer por lo estridente de sus carcajadas.

-Esa muchacha no tiene senos, y carece de cocote; y como la mamá usa peluca porque hace años que se le cayó el pelo, ve preparándote para cargar con una esposa calva- dijo, sin lograr detener las contorsiones causadas por aquel acceso de risa.

Todavía recuerdo las palabras con las cuales aquella mujer finalizó ese tema en nuestra conversación:

-Tu novia y Audrey Hepburn solamente se parecen en que las dos son mujeres, y flacas.

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