Mi viaje a Cuba en el 2006: enfermo Fidel

Mi viaje a Cuba en el 2006: enfermo Fidel

No fue una ni fueron dos, como cantan los Embajadores del Vallenato, que dije a mis amigos y a otros conocidos que mi sueño era ir a Cuba… con Fidel.

Sí, con Fidel Castro al mando.  Con su estilo de vida y de gobierno.  No sería lo mismo ver a Cuba desde lo que fue que desde lo que es.

Siempre lo tuve claro.  Y como dice un talentoso merenguero, “cuando uno le pide a Dios con fe, todo se puede conseguir”.

En este caso el milagro tiene el nombre de mi hermanita Carminia, con quien quedé de juntarme en Cuba en  agosto del 2006 y para sorpresa y temor nuestro, cuando todo lo del viaje estaba cerrado y aprobado, Fidel Castro, el tercer hombre más famoso de la tierra, caía ante las garras de la enfermedad y entregaba el mando –por primera vez en 48 años- a quien él ha designado su heredero natural, a su hermano Raúl Castro.

Llamé esa mañana temerosa –me había enterado en el noticiero después de las 10 de la noche- para saber si la situación de salud del Comandante no alteraba nuestros planes. A pocas horas, mi hermana m e dijo que no, que todo iba tal y como se había planificado.

Iba a un encuentro con   la película “Cuando la verdad despierta” y su director  Angelo Rizzo sobre la muerte en la explosión del Hotel Nacional de La Habana, del italiano Fabio Di Celmo (en la que Fidel hace de sí mismo). Y, terminé viendo, lo cual agradezco mucho El Benny y conociendo y entrevistando a su director Jorge Luis Sánchez.

LA ENTRADA Confieso que no entré con el pie  izquierdo al aeropuerto José Martí. Pero  sentí la aprehensión desde que me coloqué en la fila y un poco después cuando la cara no sonriente de una morena cubana empezó a preguntarme tantas cosas que terminé acordándome de mi hijo Ian –que se había ido un día antes con su padre- y llorando “porque es la primera vez que me separo de él”.

El caso es que la chica terminó mandándome a sentar y a esperar por alguien que debía hablar conmigo. Y un poco después vinieron y me preguntaron más cosas aún que antes, con profesionalidad, eso sí.

Con sobrada amabilidad, pero con entereza.  No, no vine a reportar desde aquí, sí sé cuál es la situación del país.  Sí, sé de la enfermedad de Fidel y de que cualquier cosa puede ser usada en contra del régimen revolucionario.  Entiendo sus razones, no se preocupe.  No voy a llamar para reportar nada.  Soy periodista de espectáculos. No les voy fallar, pero por favor… ¡déjenme  entrar!

LA HABANA Me dejaron entrar a pesar de que en esos días (era lunes 7 de agosto) no estaban dejando entrar prensa y mucho menos si no estaba acreditada y pretendía hacerlo solapadamente.  Yo que eso ya lo sabía, reaccioné agradecida y me despedí con una sonrisa de mis investigadores.

Afuera me estaba esperando con toda su calidez, la capital de ese país, la famosa, adorada y nostálgica ciudad de La Habana y no recuerdo si ese momento canté en voz alta ese estribillo de Carlos Varela que incita a la ciudad a amarlo y a acogerlo con una simple expresión: “habáname”.

Ese mismo atardecer entendería que a las seis menos diez (como dice otra canción, pero de Silvio Rodríguez) la tarde que en otros lugares muere, aquí parece nacer y extenderse casi hasta las 9 de la noche.

Y vinieron las primeras imágenes de una ciudad que se mantiene imponente en su esplendor pasado.  No hay lujos nuevos, pero todo recuerda el lujo, tan grande que hubo.

PÍNTAME  Y, como en la vida nada es viejo ni nuevo y dice el adagio que, como la verdad, depende desde el ojo, el punto de vista en que se mire, yo tenía deseos de tararear a Elvis Crespo cuando reclama en tiempo de merengue “píntame”.

Pensé que como cantaba Serrat al techo, y al frente, y a casi todas las edificaciones y casas cubanas “no le vendría nada mal… una mano de pintura”.

Aún así la imponencia de la arquitectura colonial convierte a La Habana en una ciudad cosmopolita con semejanzas visuales y paisajísticas que nos pasean por la vieja Europa, pero con un estilo marcadamente caribeño, no solo por el calor, la arborización y la música, sino sobre todo por lo básico: la gente.

UNO PARA TODOS… Y todos a una caminan, comen, bailan, ríen.  ¡Cuánta gente junta!  Eso pensaba mientras caminaba por esas calles.  La Habana es una ciudad completamente turística y los turistas  –hembras y varones de todas las edades- sobran.

Están en casi todos los lugares, pero sobre todo en las zonas hechas para ellos.  Ya no se puede intentar entrar a la Bodeguita del Medio a tomarse el mojito (trago cubano de ron blanco, limón y ramas de menta fresca) de Ernest Hemingway sin tropezarse con una tropa de italianos, franceses o canadienses que escuchan arrobados a su guía turístico o se mueven al son que toca en vivo una orquesta de músicos mayores y experimentados.

Pero mejor es ver la foto gigante del escritor estadounidense que nunca ha dejado de apoyar la revolución desde su inolvidable talento y ese saber vivir que lo llevó a disfrutar de lo que le ofrecía La Habana y a imponer sus propios tragos (el daiquiri) y tener su propia marina -en la que los lectores van en busca de El Viejo y el Mar y pagan gustosos el trago, la entrada y el recuerdo-.

PERDONEN SI LES CUENTO… Una locura, en esta mañana o tarde, de agosto (entonces, ahora es julio 20119. Pero es que como Neruda,  creo que las cosas no se aclaran nunca “ni con la mentira ni con el silencio”.

Llevé una grabadora a Cuba, pero no la saqué. Después de todo fui a ver una película y lo mío era  el periodismo de espectáculo.  Pero el oficio, es tan arrebatador llama y en la mundialmente idolatrada Cuba, yo vi, oí y leí lo que me decían desde sus humildes páginas los ya no tan muchachos de Juventud Rebelde y las del oficialísimo Gramma.

Confieso que conocí una parte de la historia que me era ajena y sin embargo era tan mía, pues desde la literatura y la historia uno cree que sabe cómo fueron las cosas, pero luego comprueba que  los únicos que las saben, son quiénes la viven.

En este sentido debo decir que la impresión que me quedó es que el pueblo cubano está dividido y subdividido, con tantas realidades como condiciones económicas o relaciones nacionales e internacionales.

Hay gente que tiene dinero y carros de lujo.  Ya llegó la Jeepeta a Cuba, no la hummer o la Prado, pero sí hay gente que se desplaza en carros que cruzaron el año 2000 y que se pierden entre los tantos modelos 1957, 60´s y 70´s (los de los 80´s serían en este caso, últimos modelos) 

Hay gente tan pobre tan pobre tan pobre que lo único que puede comer es la asignación de raciones del régimen y cualquier cubano en Cuba o fuera la describe mejor que yo, pero voy a recordar una voz de joven bailarina que no ha querido parir “porque no voy a traer un hijo a este mundo para pasar trabajo ni hambre. De qué carajo sirve estudiar, para luego recoger basura”.

Y machaca, con el mismo acento que lo haría un villamellero o un bayaguanero que arrastra con anchura y detenimiento la L o la I que “lo que nos dan son tres libras de arroz al mes por persona, seis huevos y unos puñados de frijoles (habichuelas negras) porque es con el puño que lo miden y parece que cuentan los granos”.

COMO DIGO UNA CO… Digo la O. Si es que como canta Sabina, la moneda tiene dos caras.  El que leyó la anterior dirá ¨¿y eso para qué da? Y de algún lugar quizás alguien le responderá: “peor es ná”.

Y es que en Cuba existe un alto nivel de permanencia física. Hay tantos longevos y longevas en las calles y en la casa que uno se maravilla de que comiendo tan poco duren tanto.

Y no es lo que duran vivos sino la alegría con que viven y la vivacidad con que se buscan lo que necesitan más allá de lo que le dan.

Venden periódicos, limpian zapatos, se visten de negritas Caridad con flores de todos los colores y gigantes en sus cabezas, bailan, cantan y se dejan fotografiar… pero tienen donde aparar y son rápidos al poner al alcance la alcancía o el sombrero.

Asimismo debo decir que estos viejos y todos los ciudadanos cubanos cuentan con una atención médica en la que todos tienen una fe absoluta y que cuando hablan de esta, se llenan de lo que más conocen: de orgullo nacionalista.

También se quejan, cómo no mi socio.  Se quejan y no poco del poco desarrollo tecnológico que han alcanzado y mucho más del que podrían tener si permitieran tener computadoras y conexiones a la Internet.

“Son pocos lo que pueden tenerlos.  Algunos que trabajan con el gobierno y algunos médicos que le dan una hora al día o un par de horas a la semana.  Para los demás, el Internet y el cable son pecados capitales”, me comentó un señor.

Otro reaccionó indignado cuando leyó un reportaje y una resolución que convierte en un delito criminal engancharse a un satélite para tener cable.   Y es que aunque algunos tienen la posibilidad de que sus familiares residentes en Miami les paguen estos servicios, no pueden poner una antena, porque se la quitan y estando en la isla, la multa por este delito quedó en 30 mil pesos cubanos (suma que pocos han visto e imposible de ahorrar). Bailé tanto son en Cuba que algún día volveré (seguro ya sin Fidel).

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