Michel Bizet
Fragmentos de diálogo con la pintura

<STRONG>Michel Bizet</STRONG><BR>Fragmentos de diálogo con la pintura

Se podría decir que mi  encuentro con la obra de Michel Bizet sucedió,  casual, extraña y justamente “antes de tiempo”. ¿Cómo es posible? Resulta que, gracias a la certera puntería de Cándido Gerón, tenía previsto encontrar al artista aproximadamente 72 horas antes de que dos cuadros suyos que decoran las paredes del restaurante Mesón D’ Bari, en la Zona Colonial de Santo Domingo, me dejaran especialmente impactado. Pero, la impresión no  fue sólo por el aire deliciosamente sugestivo de sus abstracciones pictóricas, sino también por la dignidad de su factura y la espontaneidad de su gestual expresivo.

Sin embargo, más allá de estar en el lugar justo en el momento indicado; de la  paradoja, la magia y el azar, quiero registrar este encuentro como una especie de réplica enigmática frente al desafío de lo desconocido. Provocación, búsqueda o presentimiento de la imagen necesaria para la des-aparición del objeto y la destrucción de la ausencia. Impugnación profetizada ante la voracidad con que los ojos del vidente traspasan el muro del vacío. El muro silencioso, sin el cuadro, sin la imagen inesperada. El espacio insignificante.  La consumación de la nada arquitectónica; del anonimato total. Anonimato imposible, maravillosamente contradictorio desde el mismo instante en que la personalidad artística de Michel Bizet emerge íntegra y madura y al que sus energéticas abstracciones evocan, contrastan, completan y celebran con admirable efectividad estética.

 Michel Bizet nació en Jallieu,  cerca de Lyón, Francia,  el 26 de septiembre del 1941. Sus primeros estudios humanísticos los realiza en Lyón, donde, desde los 12 hasta los 17 años practica intensamente el dibujo, el paisaje y la naturaleza muerta. En 1958 destruye todo lo que había dibujado y pintado y se traslada a París para aprender la profesión de camarero, llegando a ejercer como tal en los grandes hoteles de la ciudad. En París fue anticuario, se asoció a la industria de la moda,  colaborando con  grandes diseñadores, modelos y artistas famosos de la época, tales como las estrellas del cine Elsa Martinelli y Odile Rodin. Trabajó en la prestigiosa revista Hair y tuvo su propia cadena de tiendas especializada en Jeans. Entre 1959 y 1962 acude al servicio militar y participa en la guerra de Argelia como miembro del cuerpo de infantería de la Marina francesa.

Después de la guerra de Argelia,  Bizet se traslada a Liverpool para estudiar lengua inglesa.  A finales de los 60s se establece en su playa de Saint-Tropez y continúa con el negocio de antigüedades. En el 1995 visita la República Dominicana y al año siguiente se establece en Las Terrenas, donde construye  y desarrolla las plazas comerciales Casa Linda, Plaza Taína y otros importantes proyectos turísticos. Sin embargo, las realizaciones materiales no  han suplantado los sueños de la imaginación de Michel Bizet: “Ahora ya estoy listo porque es la primera vez que soy libre.  Tengo una vida más espiritual y puedo decir que la pintura es una cosa muy seria.  Ahora  me siento como si respondiera una incontenible necesidad de dibujar y de pintar”.

La principal influencia en la práctica pictórica de Michel Bizet es la de su amigo de infancia Pierre Jacquemon (1936-2002), artista místico, gran dibujante, reconocido representante del Informalismo francés y uno de los máximos exponentes de la experimentación con las texturas de la materia en la pintura europea contemporánea. 

Asimismo, el primer impacto ante sus pinturas, resulta de la vitalidad y transparencia de la policromía; de la frescura de sus juegos texturales, así como de sus excepcionales sentidos del equilibrio espacial  y de la armonía en  sus  variaciones  tímbricas y de tonalidades. Práctica basada en las potencialidades  reactivas de la  materia y el color. Pintura que privilegia sus incursiones hacia los territorios sensibles del inconsciente, lo instintivo y la irracionalidad.

La obra de Michel Bizet estalla  como efecto de un diálogo con el cuadro. Pintura de un cromatismo íntimo y  optimista. Superficies finamente sensibilizadas. Cifras como espejos de un ardiente itinerario existencial. Latitudes frío-calidas. Campos fluídos en rojos-grises-negros; acuas-azules ultramarinos; amarillos-azules; amarillos-grises; ocres- grises. Libertad. Energía del ritmo, del fuego, del mar, del sol, de la tierra y del viento. Luz de las claridades; transparencias de las profundidades. Profusiones de una policromía cristalina que proclama la celebración de la naturaleza, de lo elemental, de la imaginación, del milagro de la vida, del instante y los signos de los días. Espacios pictóricos que impactan nuestra sensibilidad  y todo nuestro ser, determinando un intenso viraje hacia el vislumbramiento de nuevos portales perceptivos.

En algunas obras los juegos de contrastes cromáticos son suaves y las fusiones armoniosas  de una singularidad excepcional. Juegos en los que el artista alterna los toques encalados y las saturaciones delicadas. En otro grupo activan los fuertes contrastes. Explosiones. Espejismos. La reactividad de estas superficies también demuestra que Michel Bizet es un estudioso de la  estructura del espacio y de los mismos secretos del sistema pictórico. La manera en que materializa el hecho plástico bidimensional trasluce el claro dominio del dibujo y la efectividad de sus  ensayos tras la exploración de los elementos de la regla dorada del arte clásico y de la  construcción perspectiva renacentista.

La de Michel Bizet es una pintura plena de “sonoridades” que proclama su enfática despedida de la “sordera”, o más bien, de la  sordidez  con que nos asedia una parte considerable de la producción pictórica contemporánea. Territorios metafóricos materializados como visiones trascendidas de sus iluminaciones, ideas, sentimientos y sensaciones más íntimas. Pinturas que son impresiones, más que expresiones. Cartografías de sus devastaciones ontológicas, sueños, trayectos, transiciones y estaciones emocionales.

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