Profeta en su tierra, Michel Camilo recibió una cerrada ovación del público que colmó la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional, tras concluir la interpretación de su Concierto No. 2 Tenerife para piano y orquesta, inspirado en el paisaje alucinante de esta isla Canaria, en la cadencia de sus folias y malagueñas, en la energía y afabilidad de su gente.
El concierto, con sus clásicos tres movimientos, inicia con el Maestoso de los contrabajos y chelos, luego las notas vibrantes del piano ejecutado por Michel Camilo van llenando el espacio y el ambiente se satura con la magia sonora que impacta nuestros sentidos. El carácter melódico del piano encuentra igual correspondencia con el tutti, se establece el diálogo, elocuente en sus matices y texturas. Michel Camilo ha compuesto una obra orquestal impresionante, en la que aparecen referencias a las armonías, colores y texturas del jazz, y donde la participación de la percusión cobra protagonismo, decantando el espíritu festivo del concierto.
Michel Camilo aborda los diferentes clímax con brío, con pasión y energía que estremece al público, y deslumbra en los difíciles pasajes en los que muestra un virtuosismo desbordante.
El crescendo va paralelo al creciente entusiasmo del público, que en una explosión de emotividad, finalmente se levanta de sus asientos y otorga una ovación a este gran artista nuestro, convertido hoy en el mayor exponente musical del país. La conducción precisa de Philippe Entremont fue determinante en el éxito de este maravilloso concierto de Michel Camilo.
La segunda parte. del programa inicia con la Sinfonía No. 1 La Noche de los Trópicos, de Louis Moreau Gottschalk. Esta hermosa composición, de excelente factura rítmica, está bien hecha académicamente, inspirada en aires tropicales, excluyendo el primer movimiento. Escrita para gran orquesta, en el segundo movimiento destacan los metales en el que se produce un hermoso galanteo entre la orquesta y la trompeta, que de forma exquisita transmite Víctor Mitrov, mientras, el contagioso ritmo de la rumba cubana se deja sentir.
El programa finaliza con el conocidísimo Bolero de Maurice Ravel, composición sensacional, de un genio de la orquestación, arrebatadora en su ritmo sostenido y su mágico crescendo. El crescendo avasallante dura literalmente de principio a fin, los solistas se destacan, especialmente las flautas y el inquietante y continuo ritmo de los tambores, fundamental en la obra; se advierten algunos desajustes en la entrada de algunos instrumentos y pequeños inconvenientes en el área de los vientos. La marea va creciendo, la tensión sube, luego, sin transición en una orgía desenfrenada, singular y sensacional, sobreviene el fin.
El bolero de Ravel
La belleza de la composición, de temática simple, si se quiere, un tema de dieciséis compases, y un segundo tema variante del primero, no radica en la diversidad, sino en el increíble refinamiento con que Ravel trata a cada uno de los instrumentos de la orquesta.