Michel Martelly

<P>Michel Martelly</P>

Proclamada la elección de Michel Martelly, Haití se sumergirá en sus seculares dificultades. Los haitianos tienen poco más de dos siglos como república independiente. Y cuenta con ciento ochenta y tantos años de involución política. Porque, apegándome a la visión de un legislador francés del siglo XIX, Haití inició la decadencia, apenas alcanzó el reconocimiento de Francia. Espero que un cantante popular que también es un popular cantante, rescate a sus coterráneos de la tara que los lastra.

Martelly debe reunir a la clase política haitiana sin distinción de banderías, para pedirles una tregua. En lo adelante, quisiera yo que él les diga, no debemos pensar en nosotros, sino en nuestro pueblo.

No pidan negocios que los lucre, sino acciones que se reviertan en progreso para los lugares en los que ustedes nacieron.

No se inclinen por obras públicas de las que deriven comisiones, sino por construcciones que sirvan al bien de las comunidades.

No pidan financiamiento para sembrar en sus propiedades rurales, sino inversión para reconstruir el suelo de Haití.

No pidan becas para que sus hijos acudan a grandes instituciones escolares del exterior, sino para levantar el gran sistema educativo de todos los haitianos. (En Haití, les digo a los lectores, hay una elite con envidiable formación. Y un noventa por ciento de población que apenas puede acudir a un aula de educación básica). No pidan ayudas para verse con un médico de la Florida, sino recursos para levantar centros asistenciales por doquier.

Que ningún organismo multilateral de financiamiento diga que un jerarca de Haití pide para medrar sino que solicita para levantar a sus conciudadanos.

Que nadie sospeche sino que, de ahora en adelante, la clase política clama por el bienestar de sus conciudadanos.

Este coloquio será molesto para muchos, que, en el ayer, casi de continuo, predaron en las ventajas que generaba o recibía el procomún.

Pero Martelly está obligado a procurar una conducta diferente de los próceres de Haití. Si los compromete con una transformación personal, tal vez pierdan esencias de cultivada alcurnia, pero ganarán un Haití mucho mejor para sus descendientes.

La tarea no es sencilla. Ramón Cáceres hizo algo parecido en Estancia Nueva, en el municipio de Moca, a este lado de la isla. Morigeró las ansias de Concho Primo y contuvo los salvajes anhelos de la codicia hecha gente. Pero cuatro años después, él fue sacrificado en el ara de la república irredenta. Eso le pido a Martelly que esté dispuesto a ofrendar. Sin la extrema confianza puesta por Cáceres en sus contertulios que, en definitiva, lo condujo a la muerte.

Martelly tiene esta opción para iniciar la gran transformación de Haití. O ser uno entre sus antecesores, para dejar a Haití, al término de su mandato, sumergido en sus seculares dificultades.

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