En la República Dominicana, donde un amplio porcentaje de las empresas son micro, pequeñas o medianas, suele subestimarse su potencial transformador. La narrativa dominante reserva los grandes cambios a las corporaciones de renombre, como si el tamaño fuera la medida de la responsabilidad social. Sin embargo, en el entramado silencioso de nuestro tejido productivo, hay gestos éticos que, aunque invisibles para los grandes titulares, reconfiguran prácticas y abren grietas en modelos anquilosados.
A este fenómeno podríamos llamarlo microactivismo corporativo, que no es más que una forma de hacer empresa donde el cumplimiento normativo, especialmente en materia ambiental, social y de gobernanza (ASG), no es un trámite sino una apuesta ética. Reportes honestos, prácticas laborales justas, transparencia interna. Pequeñas acciones que, lejos de ser meros formalismos, se convierten en declaraciones de responsabilidad colectiva.
Una pequeña empresa que documenta el origen ético de sus insumos, que implementa protocolos para la participación equitativa, o que establece políticas contra la discriminación, no solo “cumple”. Redibuja los márgenes de la legalidad para que estén habitados por la justicia. Y para esto solo se necesita voluntad.
Aunque suelen carecer de grandes departamentos de cumplimiento, las pequeñas empresas dominicanas poseen una ventaja invaluable: su proximidad a la vida concreta. Esa cercanía les permite actuar con flexibilidad, adaptarse éticamente a su entorno y construir desde abajo prácticas de responsabilidad genuina.
El desafío no es técnico, sino conceptual. Repensar el compliance no como un paquete de reglas importadas, sino como una práctica ética situada, enraizada en el contexto local. Salarios dignos, licencias parentales reales, participación democrática, impacto ambiental reducido en su comunidad inmediata. No son gestos cosméticos, son la base de todo buen negocio.
El microactivismo no busca la inmediatez de la visibilidad mediática, sino alterar, de manera persistente, la forma de habitar el sistema económico. Capacitar en derechos laborales, rechazar cadenas de suministro basadas en violaciones a los derechos humanos, asumir compromisos reales de transparencia. Cada decisión, cada informe, cada acto cotidiano erosiona el viejo modelo que disocia rentabilidad y responsabilidad.
Toda empresa, sin importar su tamaño, forma parte de una ecología social mayor. Y cuando decide actuar desde la ética y no desde el temor a la sanción, se convierte en un punto de inflexión. Tal vez no se derrumben los viejos muros de un solo golpe, pero se horadan, se resquebrajan. Y por esas fisuras empieza, silenciosa pero irreversiblemente, a entrar la luz.