¿Mide realmente el PIB el progreso de una nación?

¿Mide realmente el PIB el progreso de una nación?

Parte 1/2

En el 2008, el mundo se vio estremecido por la crisis financiera más grande y extendida de nuestra historia. Millones de personas quedaron desempleadas y sin hogar. Aún hoy, las grandes economías del mundo buscan su recuperación o, en otras palabras, el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB). Este se define como el valor monetario de todos los productos y servicios producidos en un país en un período determinado. Matemáticamente, representa el valor agregado del consumo, los gastos del gobierno, la inversión en capital y la balanza comercial.

En sus inicios, el PIB fue propuesto por Simon Kuznets, premio Nobel de Economía, quien proponía que solo las actividades positivas a la sociedad deberían ser consideradas, de modo que sectores como el militar (la guerra siempre va en detrimento de la humanidad) o el financiero (de alto riesgo) serían sustraídos del valor total del PIB. Esta no es la realidad, pues ambos sectores son añadidos al PIB. En palabras de David Pilling, del Financial Times, “el PIB es una métrica objetiva con un sinnúmero de limitaciones”.

Sin duda alguna, el PIB es la estrella norte y compás de todas las economías del mundo. Su incremento o, en efecto, su reducción establecen pautas a nuestros líderes sobre qué es necesario y qué no lo es. Hace unas décadas, esta variable era un indicador confiable del rendimiento económico. En aquellos tiempos, las economías del mundo producían, mayormente, productos tangibles y cuantificables. Cada vez más países dependen de servicios y procesos de producción complejos y globalizados. Todo esto dificulta el cálculo del valor de un producto final. La revolución digital, la financiera y la de la globalización han cambiado todo. Es difícil asignar un precio a la gran gama de teléfonos inteligentes en existencia y, aún más difícil, asignar un valor determinado a los distintos servicios de nuestra economía.

Existen muchas naciones que pueden alardear de un alto crecimiento. No obstante, en ocasiones este incremento no se traduce en una mejoría sustancial de la calidad de vida del ciudadano. He aquí la primera falla del PIB como barómetro de la economía. El PIB es una medida de la actividad económica de un país, no de sus recursos ni de su prosperidad social. Asimismo, este indicador hace caso omiso del costo que hay entre una mejora en el presente en términos del futuro. Por ejemplo, China ha experimentado un crecimiento extraordinario en los últimos años pero está inmersa en polución (el 19.4% de las tierras arables están contaminadas). Definitivamente, el PIB no factora la sostenibilidad del desarrollo de un Estado, y es que no siempre un incremento es sinónimo de mejoría. La crisis hipotecaria del 2008 es un testimonio de esto. Estados Unidos experimentó un crecimiento enorme del 2004 al 2007 en su sector financiero y su PIB creció a ese ritmo. Sin embargo, este crecimiento se debía a paquetes tóxicos de hipotecas y otros instrumentos financieros altamente especulativos que en el 2008 llevaron a la economía más grande del mundo y al resto de las naciones a una recesión sin precedentes.

Estamos en medio de un huracán tecnológico donde cada vez existen más innovaciones que mejoran, incalculablemente, nuestras vidas. Aun así, el PIB no posee manera de calcular el valor de una conversación gratuita por Skype o el aprendizaje de un vídeo de Khan Academy. No toma en cuenta el excedente del consumidor y es posible que lo que hoy conocen algunos como estancamiento económico, no es más que la ilusión creada por un indicador obsoleto cuyas dimensiones no están a la par de las revoluciones de hoy en día. De hecho, es mejor para el crecimiento que todas las calles estuvieran atascadas ya que esto significaría un mayor consumo de combustible y, por tanto, un PIB más alto. En el próximo artículo discutiremos las recomendaciones de la prestigiosa Comisión sobre la Medición del Rendimiento Económico y Progreso Social.

Investigador asociado: Iván Kim.

 

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