No nos equivoquemos, la confrontación de Estados Unidos con China no es un problema coyuntural por razones comerciales. Encierra objetivos estratégicos de largo plazo con altos riesgos y potenciales desastrosas consecuencias. El problema no es principalmente, ni únicamente, el presidente Trump, sino que agrupa bajo un mismo techo a sectores tanto ultraconservadores como liberales. Ambos con una misma preocupación: China está sobrepasando a EE.UU., rebasándolo y sustituyéndolo en buena parte del mundo y eso, inimaginable hasta hace poco, es inaceptable para esos sectores. En consecuencia, el choque seguirá siendo inevitable entre quienes no se resignan a perder el trono absoluto y los que están determinados a ocupar el lugar que consideran la historia les reserva. Los que empecinadamente pretenden vivir de espalda a la propia historia no se percatan que su paso es inexorable y más temprano que tarde se despertarán un día descubriendo que en el escenario global reinarán no solos, sino compartiendo trono con uno, dos y hasta tres nuevos líderes. Los chinos saben, porque están determinados a ello, que su liderazgo es un hecho “predestinado” atendiendo a su ya excepcional poderío económico y científico – obviemos el militar porque por principio debiera ser descartable para todos.
No pocos temen que la obsesión de sectores radicales norteamericanos pueda acercar un desenlace bélico. En verdad, podría verse como un último recurso para detener su implacable y creciente influencia no solo en el mar de China sino en América Latina, África y Europa, además de por toda Asia, todo ello alentado y estimulado no solo por ambiciones y pretensiones chinas sino por el propio aislacionismo adoptado por Washington. Sin embargo, a la vez que parece que nos adentramos a una nueva “Guerra Fría” recordemos que la esencia de esta era el equilibrio estratégico que desaconsejaba cualquier iniciativa agresiva. EE.UU. es una superpotencia militar pero China se ha dotado de una capacidad contundente de respuesta y ello tiene la virtud de enfriar las mentes más calenturientas en cualquier lado del espectro.
Cada día es más claro que la preocupación estadounidense va más allá del simple conflicto de contenido comercial; es de alcance estratégico y por ello el tono de acción y reacción es cada vez más áspero y abarcador. Es inevitable y urgente, en aras del bienestar de la economía global, que se encauce por la vía de las negociaciones la solución a la guerra comercial, teniendo siempre en cuenta que una negociación no puede verse como rendición; ambas partes tienen que avanzar al encuentro del otro. Pretender condiciones inaceptables, solo viables ante una derrota aplastante no es razonable. Ni uno ni otro pueden ser derrotados por lo que hay que buscar que ambos ganen. Promover un conflicto externo para desviar la atención de problemas legales internos puede ser altamente riesgoso y sopesar con error las fuerzas reales.
Trump y Xi se reunirán en unos días en Argentina y lo deseable sería que, ante el tren en marcha, ambas partes coincidieran en montarse y marchar unidos pero eso está muy lejos todavía.