Miedo al diagnóstico

Miedo al diagnóstico

ESPAÑA-SALUD-CARDIOLOGIA:MA-03 Málaga, 18/10/06.- Unos tres mil cardiólogos debaten sobre los últimos avances de esta especialidad e intercambian experiencias en prevención, diagnóstico y tratamiento, en el Congreso de las Enfermedades Cardiovasculares 2006, que se ha inaugurado hoy en Málaga organizado por la Sociedad Española de Cardiología EFE/Rafael Díaz

El miedo, según la Real Academia Española (RAE), es un sentimiento de angustia por un riesgo o daño real o imaginario, pero también un recelo o aprensión que una persona tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea.
En el libro “La enfermedad y sus metáforas”, la estadounidense Susan Sontag escribió: “La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara”. Y añadía que la enfermedad no es una metáfora, y que el modo más auténtico de encarar la enfermedad -y el modo más sano de estar enfermo- es el que menos se presta y mejor resiste al pensamiento metafórico.

Los miedos del miedo. Un curso de verano de El Escorial (Madrid, España) acaba de analizar este asunto bajo el título “El miedo: entre la clínica, la historia y la política”.
Dirigido por Javier Moscoso, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en él ha intervenido Lydia Feito, secretaria del seminario y profesora de Bioética en la Universidad Complutense de Madrid, para hablar del miedo al diagnóstico o al tratamiento.

Esta experta, con maestría en Neuropsicología cognitiva y Neurología conductual, ha hablado de los muchos miedos que encierra el temor a que un médico te diagnostique una dolencia.

“Miedo a ser examinado físicamente; al centro hospitalario, que se percibe como hostil; a las investigaciones y pruebas médicas; al tratamiento; al estigma o discriminación que pueda suscitar la enfermedad; a ser presionado; a tener que cambiar el estilo de vida; a parecer débil o a no tener el control de la vida; a las consecuencias que pueda tener en la pareja o en la vida laboral”, expone Feito.

También, “miedo a la disfunción sexual después del tratamiento; a situaciones embarazosas o vergonzosas, como por ejemplo, verse sometido a pruebas clínicas relacionadas con la próstata o el recto; o a situaciones relativas a la higiene o la limpieza”.

Lo que dicen los estudios, según esta docente, es que el temor se da con mayor frecuencia en los varones de mediana edad. “Curiosamente es una etapa donde aumenta el riesgo de que aparezcan enfermedades como la diabetes o los infartos”, precisa.

Pero estos temores también están conectados a determinados estilos o hábitos de vida. Según diversos estudios, entre personas fumadoras, bebedoras, obesas o de dietas poco saludables, se produce con más frecuencia este retraso en la búsqueda de un diagnóstico.

Además, hay factores coadyuvantes en el recelo a descubrir, como personas que “retrasan un diagnóstico porque tienen alguna confianza en la naturaleza, la providencia o el destino; o la negación del problema como mecanismo de defensa”, expone la profesora de Bioética.

Influye, además, que conocidos hayan pasado por una determinada enfermedad o que la persona tenga baja expectativa ante la medicina.
Angustia ante la incertidumbre y tres claves fundamentales. En el fondo, según Lydia Feito, hay angustia ante la incertidumbre. “Es la angustia ante lo desconocido, ante lo incontrolado, y por la necesidad de saber que tengo, pero al mismo tiempo saber que me va a ocurrir y si tendré un cierto control sobre ello”, añade. “Al miedo al diagnóstico o tratamiento hay que añadir el miedo al pronóstico; el paciente se pregunta cómo podrá superarlo; es un miedo a los procesos curativos que puedan ser dolorosos, traumáticos, agotadores, tediosos…”.

El pronóstico abre otras preguntas: “¿Qué me va a ocurrir? Y abre otra expectativa que lleva a la aprensión: “¿Qué puede uno esperar: cambios en la vida, secuelas, limitaciones?

Hay tres claves en el miedo al diagnóstico y el tratamiento. En primer lugar, el temor a tener que afrontar el dolor, el sufrimiento, las pruebas, la muerte.
El segundo, el pavor a la adversidad, a no seguir siendo la misma persona. Y el tercero, el enfrentamiento con los límites, que “de alguna manera marca nuestra finitud, fragilidad, incapacidad para poder realizar muchas cosas”.

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