Miedo en un puñado de polvo

Miedo en un puñado de polvo

Miedo en un puñado de polvo” es el título de una obra del bien recordado y admirado poeta, dramaturgo y amplio escritor banilejo Héctor Incháustegui Cabral (1912-1979). No es que voy a tratar de su imponente producción, ni del cariño que le tuve por nuestra cercanía  a mediados del siglo pasado. Es que, abrumado por la masificación del miedo, he pensado en el país como un puñado de polvo cuyos pobladores viven asustados –unos por culpas, otros por inocencias y debilidades, otros por injusticias-.  Sé que Héctor, donde esté su alma –que ha de ser en buen lugar no obstante las dudas que se le clavaban                                        tantas veces-  no se molestará que le tome prestado un título que me resulta apropiado.

La criminalidad se ha expandido, usando una armadura acerada de permisividad y de una capa de impunidades tejidas según el vaivén de las fortunas que entran y salen protegiendo el delito, sin que cuente su nivel ni su dimensión.

¿Cómo se puede esperar una disminución del delito, si no existe efectivo castigo? Si aún la proporción mínima que llega a ser condenada a cárcel -si es un delincuente importante,  con poderío económico no ligado con otros intereses “delicados”- maneja desde la prisión sus negocios criminales desde un teléfono celular y goza de irritantes privilegios.

 La delincuencia avanza con estos amparos. Se tecnifica, adopta ideas tomadas de otros “que han estudiado fuera y saben más”. Las técnicas son aplicables a lo más grande y a lo menos grande. Se pueden aplicar para asaltar militarmente un vehículo de transporte de una remesadora de moneda extranjera sin que sea posible aclarar el caso y dar con los culpables. También se puede “hacer un teatro” y que un adolescente, fornido, bien vestido y de educadas maneras le toque el vidrio cerrado a un vehículo de lujo conducido por una señora –junto a un importante centro comercial-  advirtiéndole alarmado que la han chocado.

 La señora dice que no ha sentido nada pero el joven insiste en que baje para que vea el golpe. La dama accede y el muchacho le pone una pistola en la cabeza, le ordena ocultarse en el suelo del vehículo y la inutiliza con una fuerte cinta plástica.

Lo de el golpe ficticio es una técnica. Pero las cosas van más lejos, ahora estos delincuentes juveniles y tecnológicos realizan robos sofisticados…y también burdos, como romper candados y cerrojos cuando las víctimas duermen y ellos, entre tinieblas,  roban, violan y hasta matan.

 Que yo sepa, lo más moderno es untar grasa en la vía para que los vehículos resbalen, pierdan totalmente el control y se volteen, creando, además, una cadena de vehículos chocados, provocando graves heridas y muertes. Lo que interesa a estos maleantes es robar.

Ya hay que desconfiar hasta de quienes se acercan al vehículo en que vamos, a menos que se evidencie su endeble discapacidad física. ¡Qué pena que nos están impidiendo ser caritativos con los más necesitados! Que nos estamos llenando de miedo.

Miedo en un puñado de polvo.

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