Luis José es un excelente estudiante. Su buen comportamiento y sus altas calificaciones le preceden. Estos valores agradan a sus profesores y a algunos de sus compañeros, a algunos…porque a otros les molesta, al punto de que ha sido víctima de crueles ataques y sabotaje a sus trabajos escolares y a sus planes, pese a su potencial.
Denunció, pero el mal manejo del colegio solo acrecentó el maltrato, lo hizo más feroz. Entonces aguantó en silencio tres años. Una investigación de la socióloga María Luisa Saavedra con alumnos activos y bachilleres, describe este comportamiento como demasiado común.
Arroja que alrededor del 54% de los acosados calló por más de dos años y otro 40% nunca denunció. Lo hicieron sus compañeros. Solo un 6% habló y fue visto como delator y asediado con más fuerza.
De los egresados, un 65% refirió el tema después de graduado, porque entendía que no sería escuchado, que esto era normal, o que le tendrían por miedoso.
Del caso de Luis José, su profesora Lussana Rodríguez recuerda que le llenaron un trabajo final de tinta, luego le pusieron una puya en el pupitre y en otra ocasión que quiso dirigir el curso, el grupo que le molestaba presentó un aspirante con pésima conducta y que nunca mostró interés en liderar nada.
Como eran seis los de la facción acosadora, el resto del aula apoyó al protegido por miedo a ser lastimado y claro, ese ganó.
Los abusos continuaron hasta que esta docente intervino y a su determinación debe el colegio que la sangre no llegara al río, pues puso fin a una cadena de sufrimientos, que desencadenaba impotencia, rabia y podía generar acciones violentas de la víctima desesperada.
Error letal. En este caso hubo solución porque los actores mostraron al fin intención de cortar. Una de las grandes falencias es el mal manejo de los centros que incrementa el abuso y el agredido calla por miedo, pues denunciar solo le causa más daño y llega incluso a normalizar el atropello.
Justo le ocurrió a Guadalupe. Por tres años soportó en silencio porque la intervención de las autoridades del plantel solo agravó la situación.
La sicóloga escolar Claribel Larancuent de León lo desmenuza. Si el victimario no siente que su conducta le traerá repercusión negativa, pues seguirá. Por dos motivos, porque no tiene real conciencia del mal que causa y porque la falta de sanción le coloca por encima de su víctima.
Plantea que esto muestra la importancia de capacitar al personal en solución de crisis, por el bien de todo el sistema.
“Esto visto como cosas de muchachos marca vidas de forma terrible. Ahora es cuando hay una mayor asunción de este flagelo, por eso adultos afectados en la niñez hablan del tema con un dolor que en ese momento no entendían, pues sus padres, los educadores y el resto del entorno restaban importancia y normalizaban el abuso”, finaliza.
Acto de cobardía
Sobre la actitud de las escuelas y
colegios que permiten y fortalecen
el abuso, el profesor Ernesto Vantroy Ramírez
indica que restar importancia
a ese grave asunto genera
descontrol y quita autoridad
académica. Afirma que los acosadores
son débiles y solo juntos son
fuertes, líderes de mentira.
“Existen formas de maltrato
que aparentan no serlo, como el
verbal velado, la alusión a la condición
física, intelectual y/o social,
que suscita apodos y exclusión.
Esta parte debe verla el maestro y
manejarla todo el centro”, aporta.
Hay acoso al nuevo, pero igual a
veces este es el acosador. Quizás
porque llega de otro centro donde
lo vivió y está a la defensiva. Sin importar
el caso, Ernesto Vantroy y el
padre Carlos Céspedes, cuyo hijo
sufrió sin que el colegio interviniera,
indican que estos establecimientos
por su condición de empresa
suelen manejar la situación
como una relación clientelar y dejan
de lado la magnitud del daño,
con lo que provocan un estallido
propio de la impotencia.
El docente descarta el término
grupo para definir a los que siguen
al acosador líder, usa el de pandilla
y asegura que muchos de los
apandillados son mandaderos
del cabecilla para evitar que les
maltrate y que todos son débiles