La presencia masiva de las mujeres españolas en el campo laboral, alejadas
durante horas de sus hogares, sin posibilidades de atender directamente a los hijos menores de edad, han convertido en las últimas décadas a los abuelos en personajes familiares imprescindibles.
Años atrás, la mayoría de las mujeres en España se dedicaban en cuerpo y alma al cuidado de sus hogares, esposos e hijos, de tal forma que la educación hogareña giraba en torno a la preparación de las féminas para estas faenas, sin necesidad de ayudas familiares.
Han pasado los años y el panorama social femenino tiene un firmamento diferente, las mujeres se han independizado montándose en el tren laboral, en cuyos rieles no figura la renuncia mayoritaria de ser madre, basada en la confianza de recibir apoyo de los abuelos de sus hijos.
Hasta hace pocos días, era normal, cotidiano, presenciar imágenes llenas de ternura y abnegación, de los abuelos haciendo de padres, llevando a los pequeños al colegio, a las clases extracurriculares, parques, centros sanitarios, amén de realizar un sinfín de tareas domésticas duras para que sus hijos puedan cumplir con sus respectivos trabajos en paz, sin sobresalto alguno por haber dejado a su gente menuda sin el debido cuidado y protección.
De repente, una nube negra de virulencia hizo su presencia de contagio y muerte por doquier, las alarmas sonaron y se vaciaron los colegios, y se llenaron los hospitales de mayores, mientras los infantes añoraban la ausencia de los repetidos “achuchones” del abuelo consentidor.
Gente mayor, verdaderos héroes, que forjaron la historia reciente de un país con un pasado difícil, que cuenta la tragedia de una guerra civil, una nación rota, llena de rencores, amargura, que todavía perdura también por otros episodios de dictadura y terror del grupo separatista vasco.
Poco a poco, España fue dejando atrás todos sus infortunios, resentimientos, y -con gran esfuerzo de voluntades por partes de los representantes de todas banderas políticas- abrazó la democracia, el progreso, la estabilidad social… y su economía fue abundante, hasta convertirse en un gran país que muchos señalaban, hasta hace pocos días, como “el mejor para vivir”, “la mejor sanidad pública del mundo”, 90 millones de turistas anuales atestiguaban la bonanza de España.
Ahora ha llegado una pandemia llamada coronavirus, y su presencia ha venido principalmente a cebarse en contra de las personas mayores, al punto que un 70% de los ingresados en las Unidades de Cuidado Intensivo tienen más de 60 años, una tasa de letalidad demasiado alta.
Miles de longevos han perdido la vida en medio de un drama desolador, sin siquiera poder despedirse de sus nietos, a los que les dedicaron los últimos años de su existencia y que, en la mayoría de los casos, eran el faro de luz que les alumbraba en el invierno de sus días.
Esos abuelos, quienes no solo han servido de apoyo a los hijos de sus hijos, sino que también fueron solidarios durante la reciente y grave crisis económica que sufrió España, en la que un
alto número de personas perdió sus puestos de trabajo… ellos fueron los que, con sus pequeñas pensiones, cobijaron y alimentaron a sus familias.
Cientos se han ido, y lo peor de todo es que sus muertes no han sido totalmente en paz, todo lo contrario, han sido tormentosas, tristes y desoladoras, abandonados en hospitales, centros de salud abarrotados, sin que sus seres queridos pudieran hacer nada, ni siquiera un funeral decente.
Luego que pase el infierno que tiene atemorizado al mundo se conocerán muchas historias de los abuelos caídos. Ya se rumora que, supuestamente, muchos han fallecido por falta de atenciones médicas, no porque los galenos quieran, simplemente porque la sanidad ha colapsado.
La falta de camas y respiradores en las unidades de cuidados intensivos ha derivado que los médicos constantemente olviden su juramento hipocrático, basado en el propósito del bienestar y la salud de los enfermos, que es la base de la ética médica a nivel global, una situación que psicológicamente es difícil de olvidar.
Los sanitarios se ven obligados a dejar a un lado principios morales al elegir a quién salvar y a quién dejar morir, escogencias que llenan al personal médico de dolor e impotencia
Se murmura hasta de aplicación de inyecciones a los longevos con el pretexto de que “no sufran”, que tiene un nombre, eutanasia, una palabra de la que en los últimos meses se ha hablado mucho en España, con la finalidad de legalizarla; mientras España se está quedando sin abuelos.