Lunes en la noche. Las noticias son pesarosas. Tras escuchar decenas de personas que se han quedado sin trabajo en España, las noticias anuncian que Japón entra en recesión y que el Citigroup recortará cincuenta mil empleos.
Historia tras historia, cada día se escucha el clamor de los obreros que están al punto de quedarse en el paro, de los que no tienen cómo pagar su hipoteca o de los que, ingenio y recorte en mano, buscan cómo enfrentar la crisis mundial. Pero eso es allá, sin embargo, en una Europa, Estados Unidos o Asia que, con sabor continental, se visten de pesimismo para contarnos lo mismo: cómo sus economías se van desinflando.
Aquí, en el Caribe de los mil sueños, tenemos la fortuna de que eso no suceda. Nuestro gobierno, nuestros funcionarios, son tan optimistas que para ellos la crisis no existe. Tampoco el recorte presupuestario ni nada parecido: en materia de recesión, por aquello del silencio que les embarga en cuanto al tema, parece que no tendremos ningún problema.
Esa parece ser la gran ventaja de vivir en una media isla tan lejana de la civilización del primer mundo: así como no nos alcanzan los últimos avances, tampoco los efectos de los desastres.
Por eso la Navidad comenzó temprano, como siempre, y vistió escaparates por doquier; por eso tuvimos a Joan Manuel Serrat, Luis Miguel y Juanes en menos de una semana; y por eso, por supuesto, seguimos gastando en caprichos como si nada. Al hacerlo, evitando ver de frente el espejo del extranjero, olvidamos que todo se podría complicar.