MIGRACION: CAUSAS Y EFECTOS
Dólares y euros de emigrantes impulsan cambios en el campo

MIGRACION: CAUSAS Y EFECTOS <BR><STRONG>Dólares y euros de emigrantes impulsan cambios en el campo</STRONG>

POR MINERVA ISA Y ELADIO PICHARDO
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Los pinceles de la modernidad dibujan un nuevo paisaje rural, difuminan los linderos del campo y la ciudad, desapareciendo la típica estampa del paisano con cachimbo y machete al cinto en el conuco, los bohíos con cabelleras de cana y blanqueadas paredes de tejamanil, entre otras expresiones de la arquitectura vernácula, cuya rusticidad secularmente denunciaba, como voz en el desierto, la pobreza campesina.

Me impresionan los cambios en el campo y en su gente. El antiguo estereotipo del dominicano inmortalizado por Yoryi Morel entre flamboyanes y tamboras se extingue como la caoba y el ébano, los bosques y los ríos, los cañaverales y carretas plasmados en sus lienzos por Guillo Pérez. Se esfuman como antaño, cuando el progreso barrió los trapiches movidos por bueyes.

Verás qué ocurre: las ciudades se ruralizan y los campos se urbanizan, reduciéndose las distancias culturales en el marco de un proceso de descampesinización, de un trasplante de la cultura urbana a las zonas rurales, depositarias de la tradicionalidad, donde más arraiga el folclor y tienen mayor permanencia los valores legados por nuestros antepasados.

La otrora quietud bucólica que disfrutaron mis ancestros desapareció con el rugido del “motoconcho” que invade las carreteras, en las que asoman mansiones y multifamiliares usurpando terrenos agrícolas. Tierra adentro, en los caminos vecinales y en aldeas aparecen aquí y allá viviendas de concreto que ostentosas compiten con el caserío de madera y techo de zinc de dos aguas y los de tablas de palma y yaguas.

Aunque tendemos hacia la homogeneización, debo aclararte que los cambios en la geografía rural dominicana, todavía no se han generalizado. Son más pronunciados donde los emigrantes radicados en Estados Unidos, España y otros países vuelcan mayores recursos en su remozamiento, modifican el entorno, impulsando un proceso de urbanización que transforma la fisonomía de comunidades enteras.

Comunidades banilejas

Prototipo de ese fenómeno es la franja que se extiende por Baní, de Matanzas a Fundación de Sabana Buey, grandemente reestructurada, dando el salto de la ruralidad al urbanismo. Más bien a una nueva urbanidad, a una novedosa organización espacial y social en antiguas zonas rurales que, como esos poblados banilejos, han sido urbanizadas con un fuerte arraigo de la vida agraria. Adquieren características propias de las ciudades, adpotan rasgos culturales extranjeros que dimanan de la interacción con emigrantes manteniendo elementos de la ruralidad, sus patrones culturales tradicionales.

Esto ocurre sin producirse un desarraigo ni renegar de la agricultura, preservada como oficio y medio de vida, en adición a las remesas de dólares enviadas por parientes que emigraron a Boston o Nueva York o se han asentado nuevamente en su lugar natal o sus inmediaciones al regresar del exilio económico.

Una inyección financiera sustancial permitió que de repente surgieran edificios de apartamentos, plazas comerciales, restaurantes, parques, hospitales, escuelas y otras obras comunitarias costeadas por los que han emigrado y los nativos que permanecen en el lugar, quienes tienen una activa participación. Esto me agrada, pues no genera un parasitismo como en aquéllos que se sientan a esperar las remesas.

Y lo más importante es que además de esas edificaciones, invierten los ahorros traídos del exterior en la agropecuaria, el comercio y otros negocios dentro de esas demarcaciones. ¡Qué te parece! Un buen ejemplo para los empresarios que, en vez de reproducir sus capitales en el país, se los llevan al exterior.

Pues bien, volviendo a este interesante fenómeno, te diré que, aunque con algunas variantes, a veces significativas, se ha reproducido en otras demarcaciones del Cibao, del Este y del Sur Profundo, particularmente en pequeñas comunidades urbanas, rurales y suburbanas transformadas con el repunte económico impulsado por los dólares y los euros remitidos por sus parientes, posibilitando la construcción o remodelación de las viviendas y la instalación de microempresas y grandes negocios.

Estos cambios, que se acentúan desde los años ochenta del siglo XX, produciendo también el surgimiento de nuevos asentamientos, son expresión de la solidaridad, la responsabilidad y el afecto de más de millón y medio de criollos en el exterior, de los nexos sociales y las recias lealtades mantenidas por los migrantes con sus familias y las comunidades de origen. Además de las viviendas, generalmente mejora el bienestar familiar, permiten ahorrar para invertir y disponer de recursos para la educación de los hijos que se quedan y aumentar el prestigio social en la comunidad de origen.

Con rasgos disímiles, este fenómeno se inició en Sabana Iglesia, pionera de la migración externa, pero muchos de esos pobladores ya no residen ahí. El éxodo masivo del poblado lo inició una mujer, aunque en esa y otras demarcaciones cibaeñas, de la región oriental y de Santo Domingo, la emigración femenina era más reducida. Emigraban originalmente los hombres, que mantenían un fuerte vínculo con la familia y la ilusión de llevársela, o a buena parte de ella, como ocurrió en esa comunidad.

La transformación del hábitat campesino se ha producido también en algunas zonas de San Francisco de Macorís, Moca y La Vega. No sólo cambios en el entorno, también en la mentalidad y actitudes de la gente, con las mayores oportunidades de educación y al abrírsele nuevos horizontes, al viajar ocasionalmente al exterior y disponer de mejores canales de comunicación con los televisores, celulares, equipos de música y de videos, diversos electrodomésticos enviados desde “los países”.

En sus primeros años, con el flujo emigratorio a raíz de la caída de la tiranía, venían remesas de Estados Unidos, Venezuela, Pananá, Curazao y Puerto Rico, en gran parte dirigidas en ese tiempo a las zonas rurales, incidiendo en el rol de la mano de obra campesina joven, permitiéndole acceder a la educación o a una actividad menos ruda o más rentable que el conuco o el jornal agrícola, siempre inferior al que rige para los obreros menos calificados de las ciudades.

El joven que en 1960 ó 1970 todavía andaba en burro, se montó en una motocicleta. Preferían vender el conuco a emigrar, comprar un motor para “conchar” con los dólares mandados por el padre o la madre, un fenómeno intensificado en los ochenta. No primaba ya el apego a la tierra que perteneció al abuelo o a su progenitor, buscaban otros medios de vida, como ese “motoconcho” suburbano o urbano más retribuido que la labranza de sus pequeños predios.

El envío de dinero y artículos desde el exterior contribuyeron a modificar su estilo de vida, comenzó a cambiar el modo de alimentarse, de vestir, llegaba ropa, zapatos, diversos electrodomésticos, vino el auge del billar y de la bodega, de bares, colmadones y discotecas, con música norteamericana y, por supuesto, bachatas.

El alegre sonido de la güira y del acordeón que en las noches campesinas apagaban concierto de chicharras y sapos, se escucha menos en los campos. Las tradiciones desaparecen, las fiestas bajo una enramada con “perico ripiao”, las discotecas compiten con las otroras soberanas galleras. Las evocan ancianos longevos, y reprochan su paganismo a nietos y tataranietos, pues antaño no faltaban a rosarios y procesiones, mientras la solidaridad los llevaba a ayudarse unos a otros en las juntas y convites, realizados para la siembra y recolección de los frutos.

Pobreza campesina

El fenómeno de la descampesinización se expande, pero el remozamiento del que te hablaba dista mucho de generalizarse. Con la modernidad, la tecnología avanzada que los capitalistas nacionales y extranjeros introducen en las grandes plantaciones de exportación, coexiste el impenitente rezago de los pequeños propietarios, en vías de extinción. Pero en la mayoría de las zonas rurales domina la extrema pobreza, impidiéndoles retener a sus habitantes, expulsadas por el desempleo y el subempleo, por las precarias condiciones de vida.

Contrario a lo que ocurre en Villa Fundación o Matanzas, en poblados campesinos de la provincia Peravia, como otras del Sur, del Este y del Cibao, y muy particularmente en el Sur Profundo y la zona fronteriza, los niveles de pobreza superan el promedio nacional, se acrecientan, remontándose hasta el 75% de la población. Sus habitantes no tienen medios de vida, sobreviviendo algunas familias sin parientes en el exterior con las remesas internas, la ayuda enviada por un hijo o una hija que emigró a la ciudad, donde “chiripea” o trabaja como doméstica. Pero llegan en pesos, y aunque la devaluación se frenó, los precios, siempre más altos en los campos, poco han descendido de las alturas que habían tomado durante la crisis de 2003-2004.

Te reitero, hay campos que permanecen intocables, con sus casitas rupestres y una agricultura de subsistencia. Se han ido los jóvenes, sobre todo de las provincias de San Juan, Sánchez Ramírez, El Seibo, Elías Piña, Dajabón, Salcedo, Bahoruco, Peravia y Santiago Rodríguez que, de acuerdo con el censo de nacional de 2002, no han podido retener su población. En vez de mejorar, en muchos campos la emigración ha sembrado mayor desolación con la salida de sus habitantes hacia las ciudades o al exterior. En Hatillo, Cotuí y otras localidades, con una agricultura no competitiva, la población campesina se reduce aceleradamente, produciéndose la ruralización de la zona urbana con el traslado de los labriegos a las urbes de esos municipios.

En esos escenarios de pobreza extrema quedan las personas mayores, abuelos y abuelas al cuidado de los nietos, de la prole de los hijos ausentes. El vacío lo llenan los haitianos, adentrándose cada vez más en montañas del Suroeste y otras zonas, estableciéndose no sólo en las comunidades rurales dominicanas limítrofes a la línea fronteriza, sino también en las que las preceden. Además de Elías Piña, se concentran en San Juan, a la par que Independencia, van a Bahoruco, y en adición a Pedernales, se instalan en Barahona.

El campesino dominicano sigue emigrando. Como te decía, la agropecuaria tiene algunas áreas modernas, prósperas, pero todavía con un gran peso del sector tradicional de baja productividad, escasamente articulado a la agroindustria y con tecnología poco intensiva en capital. De ahí los bajos niveles de salarios y los ingresos limitados del productor. Una limitante es la baja productividad de la mano de obra, que se asocia a los bajos niveles de educación.

“Una agricultura de baja rentabilidad, con altas pérdidas post cosecha, expuesta a altos costos de transacción y sin la adecuada articulación a los mercados sólo puede ser viable si paga bajos salarios”, indica un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre las características del mercado laboral en el país y Centroamérica.

El agro concentra la mano de obra menos calificada, y es obvia la disparidad en los ingresos. Un labriego dominicano promedio percibe US$46 al mes, mientras en la microempresa agrícola ese ingreso es de US$53 y US$130 para el empleado y el productor, respectivamente, los que en la agroempresa devengan US$56 y US$163 mensuales. La diferencia salarial entre el agro y el sector de la construcción es notablemente apreciable: el agricultor percibe un promedio de US$66 dólares, frente a US$119 del obrero de la construcción.

Tendencia a homogeneizarse

Cierto que el país tiende a la descampesinización, a homogeneizarse, impulsada por la inserción al mercado mundial, la influencia del turismo, sobre todo cuando las infraestructuras hoteleras están en la vecindad de zonas rurales, como ocurre entre Montecristi, Cabarete, Puerto Plata, Samaná, cuyos campos tienen por espejo las zonas turísticas.

Aunque en términos absolutos la población rural crece, la proporción se contrae cada vez más, reduciéndose de 70% al iniciarse el éxodo masivo en 1960, a apenas 36% en la actualidad. Un fenómeno ocurrido en otros países, como en Puerto Rico, donde los campos se quedaron sin puertorriqueños, ocupándose extranjeros, entre ellos dominicanos, de las labores agrícolas. Un proceso que, al parecer, avanza aceleradamente en el país, donde la emigración e inmigración no se detienen: los haitianos vienen, los dominicanos se van. Un fenómeno global, una estrategia de sobrevivencia de los pobres.

Vicente Noble

Vicente Noble, Tamayo y otros poblados del Sur Profundo, donde se originó la emigración a España, también se han remozado. No obstante, en esas comunidades ocurre un fenómeno diferente: emigraron las mujeres, miles de madres y muchachas solteras se fueron a trabajar a España, en menor proporción a Suecia e Italia. Allí laboran como domésticas o ejercen la prostitución, y sus maridos tienen que cargar la vergüenza y algunos la desvergüenza, acomodándose a la condición de mantenidos. Con sus remesas sostienen el poblado, incluso lo han transformado, las nuevas viviendas de cemento barren el desvencijado caserío de madera.

Los hombres se quedan con los hijos, con la ilusión de que “lo pidan” y puedan irse “pa’ fuera”. En ese ínterin abandonan temporal o definitivamente la agricultura, o con el dinero recibido instalan algún negocio, compran un motor o un minibús y se dedican al transporte de pasajeros, produciéndose una ruptura con la actividad tradicional y, a menudo, también del hogar.

Como en esas comunidades sureñas, hay campos de La Vega donde gran parte de las mujeres se han ido, asumiendo los padres el rol de madres, algo de grave efecto emocional para los hijos en un país donde los roles del hombre y la mujer, están claramente diferenciados.

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