MIGRACIÓN: CAUSAS Y EFECTOS
RD trasciende sus fronteras con sólidas colonias en el exterior

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POR MINERVA ISA Y ELADIO PICHARDO
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Somos un país transnacional. No sólo dimos el salto de la ruralidad al urbanismo, una nueva ola emigratoria impulsada por la dinámica internacional y la crisis económica de principios del siglo XXI consolidó nuestras características de nación sin fronteras, de territorialidad ultramarina con fragmentos en Estados Unidos, Europa o en el Caribe enlazados por la dominicanidad.

Somos una nueva sociedad. Una comunidad que crece y se reproduce no únicamente en esta media isla. Trasciende sus linderos geográficos y se extiende por Manhattan, se prolonga en Santurce o San Juan de Puerto Rico, interconecta a Sabana Iglesia y a Jánico con Nueva York, a Matanzas con Boston, a Vicente Noble con Cuatro Caminos, en Madrid, donde reside mi hija odontóloga. Ha formado familia, económicamente le va bien, aunque dice vivir con el cuerpo allá y el corazón aquí. Una vez al año nos visita, y apenas ha superado el disgusto por la vejatoria requisa en el aeropuerto de Barajas, como si fuera una terrorista, una “mula” del narco o prostituta, sospecha que despierta cualquier dominicana que pise suelo español.

Trozos de dominicanidad

Al viajar al exterior me ha impresionado ver cómo en esas tierras ajenas -sobre todo en Boston y Nueva York-, los emigrantes criollos recrean trozos de la dominicanidad, el añorado ambiente de su tierra natal que reproducen en colonias con ritmo de merengue y de bachata, sabor a salcocho y olor a sazones criollos.

Ellos protagonizan hoy mi historia, hombres y mujeres, jóvenes y adultos que en un ambiente físicamente y culturalmente extraño lidian con las barreras idiomáticas, los rigurosos horarios y el crudo frío invernal, a menudo tan glacial como la actitud despectiva de norteamericanos o europeos, la poco disimulada animadversión hacia el inmigrante tercermundista. Luchan por la integración, combaten el desarraigo, se sobreponen al humillante racismo y xenofobia, a la exclusión, y sobreviven hasta en las nieves perennes de Alaska.

Más de millón y medio de dominicanos y su descendencia de primera, segunda y, quizás también de tercera generación, laten al unísono con sus connacionales isleños. Nacieron en el exterior pero se sienten ser dominicanos, y aunque modificados por la influencia extranjera, mantienen nuestra idiosincrasia, hábitos y costumbres, son netamente criollos como los que permanecen en el territorio nacional.

Como te decía, somos una nueva nación con extensiones al norte y al este del planeta, exponente de un mundo con amplios horizontes, cada vez más abierto y pequeño, más cercano a veces que en su propia tierra. Sin mediar más que instantes, el teléfono móvil o la internet le permiten contactar al hijo o a la hermana, seguir las incidencias nacionales a través de periódicos, del cable y otros medios de comunicación.

Somos un país transnacional. Una realidad irreversible, condición irrefutable a la que arribamos desde la realidad asfixiante de la insularidad, que nos convierte en una sociedad con vínculos en Venezuela, con ramificaciones en Argentina y Canadá, en el Caribe inglés y francés, con afectos y quereres en Puerto Rico, Suiza y Alemania, Italia y Francia repartidos entre obreros, profesionales, domésticas, prostitutas y jornaleros.

Con nuevos inmigrantes, crecen y se reproducen comunidades nacionales en el exterior. El declive relativo de la emigración al mediar los noventa fue una pausa fugaz. A pesar del ritmo de crecimiento económico registrado de 1995 a 1999, el éxodo prosiguió, y el censo del 2000 en Estados Unidos determinó la presencia en ese país de 959,396 de dominicanos legales.

Cuando hablo de más de 1.5 millones de criollos en el exterior creo que soy conservador, pues sólo en Norteamérica había entonces casi un millón, sin contar los ilegales, y de eso hace cinco años. En adición a los radicados en España y otros países europeos, en los latinoamericanos y diversas partes del mundo, el monto global aumenta con creces.

Luces y sombras

Los estudios de expertos refuerzan mi convicción. No hay dudas, en los últimos años se han robustecido los vínculos de los emigrantes en sus lugares de destino, revalorizándose la diáspora dominicana, una comunidad con sus luces y sombras, gente de éxito y personas frustradas, dinero esforzadamente ganado día tras día, otro de fácil o ilícita procedencia, del submundo del narcotráfico que también hace enlaces con residentes en Santo Domingo, Santiago, San Francisco de Macorís, Azua y Elías Piña.

Lo cierto es que producen bastante. Cubren sus gastos en el exterior, que en verdad cuesta bastante, ahorran para su retiro en el país o en el exterior, construirse aquí una vivienda, entre otras aspiraciones, y les alcanza para mandar dólares y euros al país que en 2005 alcanzaron RD$2,410.7 millones.

El peso de la colonia dominicana en la economía metropolitana de Nueva York y en su vida política y social es indiscutible, llegando a estar representada por un asambleísta en la legislatura estatal y por un concejal en el gobierno de la ciudad. Las tiendas o bodegas propiedad de dominicanos sobrepasan las 3,500 y hay una gran cantidad de dueños de taxis. Para el 2000 había alrededor de cuarenta vuelos directos semanales de esa ciudad a República Dominicana, cinco periódicos entre la comunidad criolla y más de veinte programas televisivos a través del cable. Se estimaba que las llamadas originadas en el noreste norteamericano reportaban entonces ingresos a las compañías telefónicas radicadas aquí por más de US$50 millones. En los últimos cinco años el crecimiento de las comunicaciones externas ha sido descomunal.

La colonia criolla muestra indicadores de mejoría en el nivel de vida y su perfil ocupacional, orientado al comercio y los servicios independientes. Pero, como el resto de las minorías, vive en desventaja con relación al promedio de los estadounidenses, aunque en los últimos años su condición ha mejorado.

Durante las dos últimas décadas los inmigrantes criollos en Estados Unidos escalaron plazas laborales de mayor calificación relativa, pero la mayoría, dos tercios del total, sigue en actividades de requisitos mínimos. En fin, los resultados revelan una inserción desfavorable, aunque mejor que otras comunidades migrantes en ese país.

Las concentraciones más importantes de dominicanos en Estados Unidos se localizan en Nueva York, Miami y Boston, pero hay comunidades más pequeñas alrededor de otras treinta ciudades norteamericanas, inclusive en Alaska, donde sobrepasan los 4,000 residentes. Poco difieren de otras colonias latinoamericanas, como la puertorriqueña, nicaragüense, mexicana o salvadoreña, con las que interactúa. Junto a los inmigrantes de otras nacionalidades, su masiva presencia en Nueva York, Boston, Miami, Cincinnati y otras urbes, contribuyen a los cambios en la composición étnica norteamericana, tanto que los demógrafos sostienen que el segmento blanco-caucásico seguirá reduciéndose y plantean la tendencia hacia el “oscurecimiento” de Estados Unidos para el 2050.

Con menor tiempo y población que en Nortemérica, se expanden las colonias de dominicanos en otras latitudes, principalmente en ciudades españolas, Madrid, Barcelona y Valencia, también en Venezuela e Italia, en islas del Caribe como Saint Martin, Saint Croix, Saint Thomas y las Antillas Neerlandesas.

Volver a los ancestros

Aunque a emigrantes dominicanos que buscaron destino en España se les pintan los colores de Africa en la piel, en otros, como a mi hija, el mestizaje no esconde su ascendencia ibérica y el destino los retornaba a la tierra de lejanos ancestros, aquellos españoles que en el siglo XVI se lanzaron a la mar, nos encontraron como a una especie extraña, ataviados con taparrabos y profuso plumaje, y tras plantar una cruz, a sangre y fuego nos conquistaron. Aquí se establecieron, dejando larga prole procreada con esclavas africanas.

Hacia la “Madre Patria” se han marchado enormes contingentes de mujeres, dedicadas en su mayoría a labores domésticas. Podían ir sin visado, pero con la normativa europea la situación cambió y la inmigración española se ha vuelto cada vez más restrictiva y selectiva. No obstante, el flujo emigratorio hacia ese país no se detuvo, de apenas 1,003 inmigrantes legales en 1980 pasa a 6,776 en 1990, y a un estimado de 49,918 para el 2000, desmesurado incremento en el contexto de la óptima coyuntura económica que vive España, parcialmente atribuído a que muchos ilegales normalizaron su estadía. Cinco años después, en el 2005, la cantidad se dispara a más del doble, alrededor de 110,000, de los que más de 90 mil están empadronados. Alrededor de la mitad reside en Madrid, y más de 15 mil optaron por la doble nacionalidad.

Una visión distinta

La expansión emigratoria ha generado una vasta comunidad de migrantes nacionales, dispersa mundialmente, que cambia las realidades de la sociedad dominicana, sobre todo en los últimos años, al fortalecerse los vínculos de los emigrantes en sus países de destino y de origen, erradicando prejuicios y aprehensiones, variando la apreciación que se tenía de ellos. Antes se les menospreciaba, se les miraba con ojeriza, encasillándolos con estereotipos cuestionables: el narcotraficante, delincuente, mal vestido y “vende patria”, si adquirían la nacionalidad extranjera.

Mientras para los grupos populares los “dominicanos ausentes” que regresaban al barrio eran figuras paradigmáticas, el prototipo a emular, la élite y clase media los rechazaban, con marcada connotación peyorativa los denominaban “domicanyorks”. Eran los “cadenuses” que gastaban ostentosamente los dólares rudamente ganados como meseros o lavaplatos, “delivery boys”, “mapeadores” y limpiavidrios, o ilícitamente con el tráfico de drogas.

Los percibían como una “nueva clase” que emergía de los sectores populares, personas de escasa educación y modales poco refinados con acceso a bienes materiales por el dinero obtenido en Nueva York, un indicador de la movilidad social experimentada por emigrantes de estratos bajos.

Los menospreciaban, ridiculizaban su ropa estrafalaria, las gruesas cadenas, que decían las alquilaban. A regañadientes los tenían de vecinos con su música a todo volumen, pues se sentía su importancia en el sector inmobiliario. Adquirían apartamentos o viviendas unifamiliares en zonas residenciales, deshaciendo la segregación social, junto a los “nuevos ricos” emanados de la política, de la corrupción.

Esa visión se ha transformado, aunque en la élite persisten prejuicios, el rechazo al híbrido que representan los emigrantes. Se ven enfrentados a una ambigüedad frente a una diáspora que tiene un rol relevante en la macroeconomía del país. Reconocen su papel clave como una de las principales fuentes de ingreso para garantizar cierta estabilidad económica y un mejor nivel de vida a miles de familias dominicanas a través del importante aporte en remesas y los negocios que tienen aquí y las conexiones comerciales con dominicanos que permanecen en la nación. Un fenómeno relevante, muy significativo.

Cobran importancia en la política nacional por su decisiva influencia en lugares de donde emigraron, su intermediación con las agrupaciones nativas de aquí y conexiones con los políticos de allá. Lo mismo ocurre en los planos social y cívico por su aporte a la mejoría de sus localidades de origen.

Estudiosos del tema plantean la hipótesis de que en el cambio de criterio a favor de la diáspora criolla influyen, sobre todo en Estados Unidos, su promoción social mediante el trabajo y los negocios, el rol de los hijos y nietos de los primeros emigrantes, cuyas condiciones sociales son generalmente mejores que la de sus ascendientes. Incide, a la vez, la composición social de las recientes olas emigratorias, más heterogénea que las del pasado: ya no sólo migran los trabajadores, sino también miembros de los diferentes estratos de la clase media. Desaparece el cuadro de un país policlasista frente a emigrantes campesinos, obreros de baja calificación y segmentos de clase media baja, dando paso a una comunidad que, por lo menos en Estados Unidos, se asemeja más a su nación de origen en términos sociales.

La diáspora se valoriza, se reconceptualiza con los dominicanos que día a día se entregan a sus faenas en bodegas, fábricas y diversos servicios, junto a los que alcanzan gran relieve en la esfera empresarial, la literatura y las artes, con los jóvenes consagrados al estudio, incluso universitario, o trabajos de oficinas que requieren dominar el idioma inglés. Con hombres y mujeres de arrojo y dedicación que, además de rendir sus agobiantes tareas, están pendientes de las necesidades económicas de sus parientes en el país, refuerzan cada vez más los nexos con la tierra que forzosamente abandonaron.

España
Dominicanos censados y/o estimados en España

Año     Cantidad

1877    31
1887    8
1900    23
1910    39
1920    6
1930    36
1950    153
1970    739
1986    1,258
1991    3,285
1996    12,932
1998    16,688
2000    49,918
2005*  110,000

Fuente: Censo de Población de España (1887-1991) y Padrón Municipal de Habitantes (1986, 1996 y 1998).
*Cifra estimada, de la que sobre 90 mil están empadronados.

Remesas

 Ingresos en divisas por concepto de remesas de dominicanos residentes en el exterior.

Año     En millones de US$

1980    183.1
1981    182.9
1982    190.0
1983    195.0
1984    205.0
1985    242.0
1986    242.0
1987    260.0
1990    314.8
1991    329.5
1992    346.6
1993    361.8
1994    420.1
1995    794.5
1996    914.0
1997    1,088.9
1998    1,326.0
1999    1,518.7
2000    1,689.0
2001    1,807.9
2002    1,959.6
2003    2,060.5
2004    2,230.2
2005*  2,410.7

Fuente: Banco Central
*Cifras preliminares.

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