Las sorprendentes palabras de la vicepresidente de la república Milagros Ortiz Bosch justo antes del torneo electoral, pidiendo al pueblo depositar su voto por la reelección del presidente Hipólito Mejía porque supuestamente en nuestro país se necesita «un hombre con pantalones», es un claro indicativo de la profundidad del daño causado por la influencia del machismo a ultranza no solo en nuestro país sino en todas partes del mundo, el daño de ese machismo impenitente que por siglos ha caracterizado los gobiernos de pura testosterona sufridos por tantos pueblos.
Las declaraciones de doña Milagros son particularmente dolorosas y frustrantes por provenir de una persona de un alto nivel educativo y con el potencial de poder haber ejercido un liderazgo de influencia aún major del que hasta ahora había alcanzado. De hecho, dominicanos de todas las tendencias políticas habíamos visto con gran beneplácito el ascenso a la segunda magistratura del Estado de una mujer de indudable talento y honrada trayectoria personal, porque ello implicaba el reconocimiento tácito de que nuestro sistema democrático con todos sus defectos había evolucionado al punto en que la capacidad personal de un individuo podía prevalecer por encima de consideraciones de género sexual. Con la elección por vía del voto popular de una mujer a la vicepresidencia de la república, la República Dominicana se adelanto incluso a la gran democracia de los Estados Unidos de América en cristalizar ese avance social, y aunque eso no significa que los grandes prejuicios machistas que aún caracterizan a nuestra sociedad han sido superados pues es mucho los que nos toca avanzar aun por esa senda , el simbolismo de una vicepresidente mujer sin duda contribuyó a allanar caminos, a estimular la continua superación intelectual de la mujer en todos los campos, y a la aceptación por la sociedad de su inevitable papel en el futuro y rumbo de la nación.
Por ello las aspiraciones presidenciales de Milagros Ortiz Bosch fueron desde el princip[io percibidas por la sociedad dominicana como lógicas y realizables, de hecho muchos opinan que una propuesta Ortiz Bosch presidente desde la plataforma del PRD hubiera tenido mucho mayor oportunidad de éxito que la proposición de atragantarse una reelección presidencial en medio de una de las crisis económicas más profundas en la que ha caído el país, bajo el liderazgo improvisador y sin duda machista del actual Jefe de Estado.
Pero ese machismo de Estado, el mismo que terminaría desafiando al principal candidato de la oposición «a fajarse a trompadas», habiéndole advertido que «le iba a hacer sentir lo que es la mano de un hombre…», ese colorido discurso más apropiado para el contendiente de una gallera que trata de ganar apuestas, bajo la agitación y el vértigo de la testosterona, que para un candidato a la presidencia de la República, ese discurso político carente de un mensaje programático en el que se pidiera al pueblo la oportunidad de corregir errores y se le propusiera un plan coherente para reencaminar la nación por senderos de recuperación y de estabilidad de la economía, ese discurso patriarcal limitado a recordar a todo el mundo quien era el jefe, terminaría absorbiendo también las expectativas de doña Milagros Ortiz Bosch, haciendo que esta claudicara no solo en sus principios contra la reelección presidencial, sino convirtiéndola en activa promotora del «hombre con pantalones…».
Afortunadamente, la tácita claudicación de doña Milagros a defender el principio de que la mujer no solo tiene el mismo derecho sino la misma capacidad que el hombre a participar en los destinos de la patria, a contribuir a su engrandecimiento y a dirigir sus destinos, no será mas que una pequeña sombra en el continuo avance de la mujer dominicana. A esta conclusión se puede llegar no solo porque «los nuevos tiempos» han evidenciado la conveniencia y necesidad de la participación de la mujer en todas las ramas de la productividad y rumbo socioeconomico de sus respectivas naciones en todo el mundo civilizado, sino también porque «los viejos tiempos» habían anunciado ya en nuestro país el potencial papel que un día le tocaría jugar a la mujer dominicana en el destino de nuestra nación.
Así por ejemplo, ahora sabemos por boca del ingeniero Leandro Guzmán, sobreviviente de una histórica comida reunión que tuvo lugar en la capital de la república entonces llamada Ciudad Trujillo el día 6 de enero de 1959, en la que además de él se encontraban presentes su esposa María Teresa Mirabal, el doctor Manolo Tavárez Justo y su esposa la doctora Minerva Mirabal, y sus anfitriones el ingeniero Guido D’ Alessandro (Yuyo) y su esposa Josefina Ricart, que Minerva de repente se dirigió a los presentes mientras tomaban el café de sobremesa, argumentando que «si en Cuba había sido posible derrotar la dictadura, aquí en nuestro país donde hay tantos jovenes antitrujillistas, nosotros podemos hacer lo mismo…» y continuó sugiriendo «la formacion de una resistencia clandestina a la dictadura…». Nos afirmó Leandro Guzmán personalmente que «aquella exhortación de Minerva fue un momento histórico, pues constituyó el gérmen de una resistencia clandestina contra la dictadura que mas adelante se convertiría en la organización política 14 de junio». Aquella valiente arenga de Minerva que cristalizaría en un movimiento dirigido por su esposo Manolo Tavárez Justo, fue particularmente dramática si se recuerda que Josefina Ricart esposa de Yuyo D’Alessandro era nada mas y nada menos que hermana de Octavia Ricart (Tantana), esposa de Ramfis Trujillo hijo del dictador. Minerva había encendido pues la lucha organizada contra Rafael Leonidas Trujillo en la casa de los cuñados de su hijo Ramfis, o sea «en las mismas narices de la dictadura». Y uno no tiene mas remedio que concluir que para llevar a cabo tal iniciativa en esas peligrosas circunstancias Minerva había demostrado tener más coraje que «cualquier hombre con pantalones» . Más aún, sucede que mucho antes que Minerva, otras mujeres de «los viejos tiempos» habían anunciado ya con sus hechos que la mujer dominicana iba a ser en todo momento de nuestra historia una parte decisiva en los destinos de la nación, como lo ejemplarizaron entre otras las acciones de Maria Trinidad Sánchez y Concepción Bona.
No se trata pues de un asunto de «pantalones» o de «faldas», sino de la capacidad de todo ser humano para desarrollar libremente su talento, y usar el mismo para procurar su avance personal y para asegurar la libertad y progreso de la sociedad en su conjunto, incluso desde un posición de máximo liderazgo, al que se debe llegar por talento y coraje y no por la vestimenta. En igualdad de circunstancias y dada las mismas oportunidades, la mujer con falda ha demostrado tener tanta visión, talento y coraje como cualquier hombre en sus pantalones, lo que se puede observar fácilmente en la creciente influencia de la mujer en las sociedades occidentales y modernas a la que pertenece nuestro país, y el papel vital que las mismas juegan en la organización social y avance de sus respectivas naciones. Obsérvese por el contrario como en aquellas naciones patriarcales paralizadas en prácticas religiosas y cavernarias de siglos pasados, en las que «el macho» es el eje y centro del universo social, y la mujer un simple objeto reproductivo totalmente sujeto a la voluntad del hombre, como en las desmanteladas tribus talibanes de Afghanistan, el producto final son conjuntos de tribus guerreras sin mas visión que hacer prevalecer sus testosteronas, el aislamiento medioeval de la mujer y la educación limitada a la élite varonil gobernante. O sea que en estas sociedades de cultura retrógrada, a las que afortunadamente no pertenecemos , y en las que la preeminencia de «los pantalones» se toma muy en serio, lo que se observa es un atraso secular y un salvajismo proporcional a la intensidad y antiguedad del machismo reinante.
En nuestra cultura occidental que creemos más avanzada, la meta debe ser acentuar la participación de la mujer en condiciones de equidad con el hombre, desintegrando gradualmente los vestigios de machismo que aún sobreviven, tanto a nivel de la célula familiar como a nivel de la estructura estatal. Aunque siempre habrá desempeños más apropiados para un sexo que para el otro por la naturaleza misma de un oficio determinado, la equidad está en la igualdad de oportunidades para todo el mundo y a todos los niveles. En ese sentido la capitulación de doña Milagros en sus principios antireeeleccionistas y en la claudicación de sus legítimas aspiraciones presidenciales en beneficio de «un hombre con pantalones», debe verse como un retroceso social que esperamos sea de corto efecto, en el anticipado progreso de la sociedad en su conjunto. Porque si «los pantalones» son un reflejo de la capacidad y coraje de un individuo, Minerva Mirabal y tantas otras demostraron ya que las dominicanas pueden ser también tremendas «mujeres con pantalones».