Miguel D. Mena – Miseria cultural

Miguel D. Mena – Miseria cultural

Nunca como ahora he sentido esta miseria de Santo Domingo.

No sólo es ese estado de devastación. Es peor. Es una degradación de lugares, de memorias de gestos, de actitudes, de personas mismas.

Es como sentirse parte de alguna huella de cualquier cometa. es como si algún perro ladrara en la misma luna.

La vida es espacio. La amistad, los años, lo que se ha sido, lo que se busca y donde se es, implica una territorialidad.

Uno pensaba en la capacidad de determinados intelectuales, en la promesa de algunas tierras nuevas, no necesariamente las bíblicas, en los principios de racionalidad que se establecen, se afincan, procrean.

Lo poco que se había ido conquistando desde aquellas aperturas democráticas iniciadas por el PRD en 1978, han sido borradas de un sopetón con este PRD del 2000.

En un país acostumbrado al borrón y cuenta nueva, al quítate tú para poner a quien tú sabes, donde la mediocridad se premia porque en el país de los ciegos el amputado cerebral es rey y apaga y vámonos, que la bola pica y se extiende, a veces hay que serenarse y prender verdades en el alma, al menos las verdades de uno y en el alma suya.

Santo Domingo está devastado. La cultura del machete y la dulzonería, esa que nos supone como inhábiles para pininos democráticos que no estén garantizados por la sombra del kepis y el ponerle los lauros al gobernante y comparsas de turno, ha ido timbrando nuestras cotidianidad de forma espantosa.

Esta ciudad capital dominicana ha sido su principal víctima. Y lo ha sido gracias al amparo de una institución que en teoría y a partir de cualquier sentido común de cualquier sociedad que se respete debería haber cumplido otra función: la Secretaría de Cultura.

Hay que tomar el mapa de Santo Domingo antes y después del 2000.

Sé que la constancia de lo perdido aumenta las dimensiones de la memoria, porque la nostalgia está ahí, como un punto a punto de caerse.

Pienso en la Casa de Bastidas, el espacio que con más integridad congregó, por más de viente años, lo más significativo que hemos tenido en arte contemporáneo. Ni siquiera el Museo de Arte Moderno, con todo y el apoyo oficial, pudo desarrollar un programa tan continuo, novedoso y abierto como el de esos salones, aún y con todos sus altibajos.

Pienso en la Biblioteca Piloto Infantil de la Fortaleza Ozama, la única en su género, faro para miles de niños de más de cinco barrios céntricos de Santo Domingo.

Pienso en los espectáculos de esa misma Fortaleza, el jardín más grande que alguna vez se tuvo en la Ciudad Colonial.

Pienso en las Ruinas de San Francisco, abierta de vez en cuando al rock, incluso al jazz.

Pienso en el Parque Independencia, atravesable, ligero a la hora de la pausa, del limpiarse los zapatos, de ver un cielo traquilo, a pesar de los tapones y los maniceros y los chulos y chulas y el mundazo buscándosela y sálvese quien pueda.

¿Qué ha pasado con estos lugares? ¿Será posible realizar tantas devastaciones en apenas mil metros de ancho y de largo?

Durante tres años la Casa de Bastidas y la Fortaleza Ozama han estado cerradas. Aquellos patios de la Casa fueron barridos en el 2003 y todavía, después de un año de labores, nadie tiene idea qué será del Museo del Niño. Mucho menos se tienen noticias de las razones que tuvo la Secretaría de Cultura para entregarle el local a la Oficina de la Primera Dama y después devolvérselo a sí mismo, en una de las acciones más real maravillosas de que tengamos noticia. Tampoco se tienen noticias claras sobre el contenido, los avances, el programa del Museo Militar. Lo que si se tiene seguro es que los niños de la zona ya no tendrán libros que leer. Junto a la Fortaleza Ozama, también el Parque Independencia fue entregado a las Fuerzas Armadas, cuando en verdad que tradicionalmente debería ser un bien administrado por el Ayuntamiento de la Ciudad.

Veo el mapa de Santo Domingo a principios del 2004 y advierto cómo las zonas grises han aumentado sus esferas.

Si a los manejos anti ciudadanos de la Secretaría de Cultura en estos tres años de gestión le agrego el estar recomponiendo el mapa dominicano post Era Baninter, tengo que ponerse al amparo de Virgilio y sus paseos purgatoriales.

Tengo que pensar en alguna alquimia que nos devuelva algunos ratitos de esperanza, alguna voluntad por edificar y creer y estar en lo verde, en lo más verde.

La cultura es la ciudad. Alterar de esta manera sus tejidos, sus funciones, sus sentidos, es como inutilizar las energías y la subjetividad de este ciudadano dominicano, de lo que se levanta, de lo que ya está completando el ciclo vital. Tendremos que hacer un esfuerzo gigantesco para recomponer estos mapas, si es que queremos recuperar esta dignidad urbana, que si bien estrujada y devastada, aún se mantiene como nuestra única divisa, en este «amor de ciudad grande» que no nos deja.

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