Miguel D. Mena – Sánchez Lamouth y Héctor J. Díaz, poetas desconsiderados

Miguel D. Mena – Sánchez Lamouth y Héctor J. Díaz, poetas desconsiderados

Un libro siempre será un viaje. Si es un diccionario, a la travesía se le agregarán las escaleras. Comencé leyendo el «Diccionario de autores dominicanos», del doctor Franklin Gutiérrez (2004) con cierta alegría infantil frente a tiovivos domingueros.

Pensaba encontrarme con buenos datos biográficos, con bibliografías cuidadas, con fotos de autores y portadas de libros mostrándome el universo de las letras que hemos sido.

Lentamente comencé a desengañarme. Vi una foto de Rafael A. Zorrilla con el pie de Vigil Díaz, pero pensé que era un mal menor. Pensé ser indulgente, no escribir, tomando en cuenta que yo también tengo mi diccionario de autores, el de las «Letras Dominicanas» (2004), y la nobleza obliga. Ese momento en

que hay una motivación, casi un compromiso, por plantear algunas verdades se entiende que serán mis verdades , fue en la entrada del poeta Juan Sánchez Lamouth.

Algunos de mis amigos y lectores pensarán que tendré una cruzada o algo parecido con el autor de «El pueblo y la sangre» (1964), y con toda seguridad que no estarán descaminados. No sólo he publicado una antología de su obra en ediciones de 1984 (Ediciones de la Crisis) y una ampliada del 2001 (Ediciones en el Jardín de las Delicias) , sino que he cuestionado el manejo que se le ha dado al poeta y su obra tanto en la recopilación que hiciera Julio Jaime Julia (1992) como la de la Feria del Libro (2001).

Pensé que después de tantas palabras el poeta Juan Sánchez Lamouth se habría de situar en otra dimensión. Pero no. En vez de presentarnos su vida y su obra Gutiérrez comienza con un tono casi recriminatorio: «Poeta de escasa formación académica y de vida bohemia».

Justo es decir que ningún poeta de su promoción los del 48, ni siquiera los del 60 , mostraron tantas apreciaciones intertextuales en su obra como Sánchez Lamouth: desde los místicos españoles, pasando por la generación del 27, Rilke, Mann, Vallejo, Paz, hasta llegar a la poesía patriarcal norteamericana de Eliot, Frost, Sandburg, todos se congregaron en su obra y desde temprano.

)Hay que pedirle al poeta un título universitario y una vida de oficina? Es un absurdo.

Gutiérrez sigue escribiendo: «Gozó de gran popularidad y aprecio entre los sectores menos pudientes de su época, debido a la sencillez de su poesía y a su condición de hombre humilde y de barrio».

)Fue sencilla su poesía? Al parecer debería leerse mejor «Elegía de las hojas caídas y 19 poemas sin importancia» (1955) y «Cuaderno para una muerte en primavera» (1956) para salir de semejante entuerto.

El editor del diccionario no cesa en su empeño por remachar la pobreza del poeta una y otra vez. La idea no sería descabellada si a través de semejante acentuamiento se destacaran los valores que lo hacen merecedor de ese puesto en el Diccionario. Sin embargo, el editor llega a la franca injusticia.

Escribe: «Su interés por lograr reconocimiento como poeta, en un medio social que lo despreciaba lo llevó a loar abiertamente a Trujillo, a quien dedicó varios de sus libros». A la condición de miseria se le agrega ahora la de oportunista. Me pregunto: )No habría que decir lo mismo de la inmensa mayoría de los autores que se quedaron en la Isla durante la Era de Trujillo? )Quién pudo ser un Américo Lugo en medio de tanta satrapía? )Qué decir de Tomás Hernández Franco, de Manuel del Cabral, de Héctor Incháustegui, entre otras glorias de nuestras letras, que le cantaron abiertamente al régimen, y peor aún, que cumplieron funciones diplomáticas en el régimen? Sin embargo, el único que aparece con esta combinación de pobreza y oportunismo en todo el diccionario es el pobre de Juan Sánchez Lamouth.

La comparación que establece Gutiérrez de Moreno Jiménes y Sánchez Lamouth raya en lo caricaturesco. La única diferencia entre ambos fue que uno recorrió todo el país y que el segundo se redujo a «los barrios tradicionales de Santo Domingo». )Me podría decir alguien qué significa «barrio tradicional»? Ni siquera el más sagaz de los críticos de los años 50, Pedro R. Contín Aybar, osó nunca apelar a semejante concepto.

Por suerte o por desgracia , a Gutiérrez le interesa muchísimo la cuestión académica. Ojalá y desde su puesto universitario en Nueva York pudiera conseguirle becas y otras oportunidades a los escritores nativos…

También sobre el poeta Héctor J. Díaz (1910 1950) nos lanza otra joya: «aunque no tuvo la formación académica de muchos de sus coetáneos, su apego a la lectura le proporcionó una cultura medianamente respetable». )Qué es lo importante en un autor, la calidad de su obra o su capacidad acumulativa de conocimientos?

Es de extrañar la manera en que el Doctor Gutiérrez se interesa más por los padres de los autores, sus estudios primarios y sus premios, que por presentarnos claramente las razones de la incursión de unos y la exclusión de otros en su obra.

Aparte de ello, el tránsito por este Diccionario ha estado zarandeado por otros baches en el camino. Mientras Jacques Viau, Manuel Valldeperes y Koldo quedan descartados como dominicanos, ahí tenemos jugosas biografías de Marianne de Tolentino, María Ugarte y Carlos Esteban Deive.

Y para colmo de males, ni siquiera disponemos de un índice en la obra.

Ojalá y estos comentarios le puedan servir al Doctor Gutiérrez en una segunda edición de su obra, porque con seguridad con ello ganará el mundo académico y el secular.

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