LUIS EMILIO MONTALVO ARZENO
Vivimos en un mundo convulso y lleno de incertidumbres y de trampas peligrosas en torneos electorales, sobre todo en este continente de la esperanza como lo llamó Juan Pablo II a esta gran Latinoamérica.

República Dominicana representa un país excepcional en cuanto a la madurez democrática que hemos alcanzado en estos últimos 47 años, entre estos dos siglos históricos tan invadidos por crisis de raíz internacional que se escapan, en muchos casos a los gobernantes que hemos tenido, y por otro lado plagados por la metástasis maligna generada por el narcotráfico y la corrupción administrativa que genera la crisis de valores donde la frontera entre el Bien y el Mal se ha perdido.

Nuestros jóvenes no tienen buenos modelos de los políticos que hemos tenido infiltrados en los tres partidos tradicionales que nos han gobernado. Entienden que el poder es para hacerse rico en cuatro años y no tener que dar un golpe jamás después de los 35 años de edad. Así ha sido hasta ahora en muchos casos, con honrosas excepciones. Parece que esta pareja de candidatos que se ha impuesto en el PRD a pesar de los talibanes tradicionales nos despierta la esperanza perdida por los desencantos y las frustraciones.

Miguel se ha comprometido a emplear su éxito personal a favor de la Gente que tanto ha esperado del PRD. Él arranca de la estirpe más pura del Peñagomismo y conoce a fondo la clase inversionista dominicana.

José Joaquín, un profesional reconocido con vocación de servicio y una trayectoria romántica que data de los años 60, de aquel social-cristianismo puro que emergió en la universidad de aquellos adoctrinamientos que alimentaron los jesuitas y los salesianos y muchos rebeldes del clero secular de aquella época post-trujillista, ahora emerge como el líder complementario del exitoso Miguel. ¿Por qué no le damos la oportunidad a esta pareja comprometida con la salud, la alimentación, la educación, la seguridad y la oportunidad para la mayoría joven de este país con ideales de cambio?