Mil cadenas llamadas mujer

<p>Mil cadenas llamadas mujer</p>

MARIEN ARISTY CAPITAN
La bola de cristal está sobre la mesa. Transparente, aunque con pequeñísimas vetas azules, aguarda con ansias que la dulce señora que la posee la acaricie con sus manos tibias. Entonces comenzará su trabajo. Adivinará, a través de unas cuantas preguntas, el futuro de la pobre mujer que esté consultándose en ese momento.

Aquella tarde de invierno esa pobre mujer fui yo. No sé cómo llegué hasta ella, no sé quién me habló de sus poderes, pero lo cierto es que estaba ahí -a pesar de que siempre he dicho que no creo en esas cosas-, esperando que me hablaran de mi presente y mi futuro. Escéptica, como no podría ser de otra manera, la primera sorpresa que recibí durante la consulta fue un convincente resumen de lo que hasta el momento habían sido mi vida, mis angustias, mis aspiraciones, mis frustraciones… lo que sabía y no sabía que era.

Tras saberme desnuda, no me quedó más remedio que escuchar lo que sería mi futuro. “Vivirás encadenada, como hasta ahora, porque eres mujer”, afirmó la señora para agregar que, a pesar de las realizaciones que pudiera alcanzar, jamás lograría mi gran sueño: romper las cadenas y alcanzar la libertad.

Una gran angustia se apoderó de mí en ese momento. Y rompí a llorar. El dolor me inundaba. Me sentía infinitamente triste. Pero la señora me dijo que no me sintiera mal, que ese era el destino de las mujeres y que no debía apenarme por ello. Debes intentar que esto no te afecte, susurró, y se esfumó sin decirme lo que quería escuchar: que sería inmensamente feliz y que no debía preocuparme por el curso de mis días.

Minutos después de esta conversación desperté y vi la computadora que, encendida, descansaba a mi lado. En ese instante, al ver la amenazante página en blanco que me reprochaba el que me hubiera dormido a pesar de que estaba atrasada para escribir, entendí el porqué de mi sueño: este artículo saldría el ocho de marzo y, por tanto, el nuestro, el de las mujeres de ayer, de hoy y, lamentablemente, lo más probable que también el de las mañanas.

Aunque el origen de este día no tiene nada de reprochable pues con él se recuerda la valentía de un grupo de mujeres que murió luchando por sus derechos, es triste ver que muchas mujeres se sientan orgullosas de tener un día para ellas.

Más lamentable que este absurdo gesto de auto discriminación es que todavía existan razones para que haya una Secretaría de la Mujer, que defienda a las mujeres y promueva programas a beneficio de ellas (amén de muchas otras instituciones que también los tienen); y para imponer una cuota de participación en los partidos y cargos electivos, ya que es difícil ascender en función de los méritos propios.

Sin mencionar el que aún haya que reclamar igualdad en los salarios porque ellos continúan percibiendo más dinero en puestos iguales, tampoco podemos olvidar el que rara vez las mujeres llegamos a la cima: los de arriba suelen ser ellos.

Salvando las excepciones, porque las hay, en las relaciones de pareja la situación tiende a ser la misma: el hombre tiene el poder y lo ejerce, dejando a las mujeres en clara desventaja en todos los órdenes. Por encima de eso, ellas tienen que ser las tiernas compañeras, madres y servidoras que, calladas y sumisas, deben aguantar lo que se les venga encima (desde las culpas de ellos hasta sus decepciones). Lo peor es que, cuando ellas se cansan, ellos buscan el reemplazo.

No todas las mujeres, y es justo decirlo, tenemos al enemigo en casa. Pero, ¿qué encontramos afuera? Una sociedad que, demasiado machista para mi gusto, no nos deja ser lo que en realidad quisiéramos. Con reglas discriminatorias, con etiquetas, con patrones de conducta preestablecidos, con limitaciones… se nos prohíbe ser nosotras mismas. Y esa, pueden estar seguros, es nuestra mayor cadena. Tan sólo espero que podamos romperla algún día. Así, probablemente, dejaremos de “celebrar” este día.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas