Milagro en Chile

Milagro en Chile

Dios mantiene una interminable gama de recursos para mostrar que, pese a todas las desdichas que abaten al ser humano, recuerda a su creatura predilecta. Tras la reciente negativa de su existencia por Sthephen Hawkings, quiso recordar su presencia. Lo ha dicho el minero que contribuyó a sostener el ambiente de calma, esperanza y confraternidad, prevaleciente en las entrañas de la mina. Luis Urzúa ha contado de los primeros y aterradores momentos, de la paulatina recuperación tan pronto el polvo se aplacó y del instante en que llegó la sonda.

Corrían hacia la tercera semana del entierro. Cuando la sonda llegó al soterrado hueco, gritaron de contento. Comenzó a fluir la comunicación y mensajes desde ultratumba a la superficie, y viceversa, dieron nuevo sentido a la vida. A la vida de todos. Porque tanto los mineros atrapados revivieron sus esperanzas como los familiares en la superficie creyeron en el rescate. Los mensajes se volvieron rutina y en palabras de Urzúa, “Dios quiso que llegaran los que tenían que llegar”.

Dios quiso que llegaran los que tenían llegar, ha dicho. El Creador siempre ha querido que nos alcance lo que debe ilusionarnos. Cuanto debe mantenernos. Lo que nos impulsará a creer en la capacidad, vigor e ingenio que nos insufló cuando del barro moldeó estas criaturas. Aquello que es propio de la efímera y subyugante condición humana. No en balde lo dice el hagiógrafo en el principio de los tiempos que se cuentan. “Hágase esta criatura a nuestra imagen y semejanza. Y fue hecho el hombre. Hombre y mujer los hizo Dios”.

Cuando la enorme roca que se derrumbó para cerrar los pasadizos cayó para cerrar el paso a los treinta y tres hombres, los atrapados eran mineros. Emerge la inacabable raza humana, esa mezcla inverosímil de tierra de la Tierra y Espíritu, que Dios concibió cuando nada era todavía concebible. Una raza capaz de todas las inventivas para cubrir su vergüenza con la hoja de la parra. O para concebir y construir la broca que abrirá el hueco por el cual serán rescatados los treinta y tres mineros.

Peco de ingenuidad. Mas, me gusta serlo cuando celebro la vocación del Altísimo para ofrecernos esas sorpresas que nos obligan a volver el pensamiento hacia Él. Unos señalarán que éste es un ejercicio fútil. Después de todo, lo inopinado es obra del acaso. Necio yo, querré saber la causa de los aciertos del azar. Y porque así obran las casualidades, me enteraré que dentro del orden universal regido por ineluctables leyes físicas, satélites de Saturno giran en sentido contrario a ese orden. ¿Cómo pueden contrariar esas leyes?

Cuando lo explico –porque es tópico al cual recurro para recodar la existencia de Dios- me gusta decir que es el sello gomígrafo que Él puso a su creación. Como lo puso ahora en Chile. 

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