LUIS R. SANTOS
Hace mucho que quería escribir este artículo, porque se lo debía a Milagros Ortiz Bosch, y se lo debía porque últimamente he estado criticando, en público y en privado, al PRD, partido con el cual colaboré desde los tiempos de Peña Gómez y con el cual rompí espiritualmente desde principio del 2004 y de manera formal a partir de las elecciones de ese año. En algunos momentos he emitido juicios muy severos en contra de dirigentes de esa organización y sobre todo he sido muy cáustico al referirme al gobierno pasado, del cual, de una u otra forma, fui partícipe, y al cual, también, con la pasión que me caracteriza, ayudé a subir.
El hecho de haber participado en el gobierno pasado en una posición diríamos de medianía, casi de irrelevancia, me dio, no obstante, la posibilidad de tratar de cerca a ciertas figuras. Me permitió conocer individuos con una capacidad de desdoblamiento y simulación antológicos. Me permitió conocer ciertos intríngulis del poder. Me dio la oportunidad de descubrir abyecciones y perversidades; pero también me dio la posibilidad de tratar de cerca a gente de la categoría de Milagros Ortiz Bosch.
A Milagros la conocía como conocemos a la mayoría de dirigentes políticos: por los medios de comunicación, y la había escuchado en algunas actividades durante la campaña que terminó con su elección a la vicepresidencia de la República. Conocerla un poco más de cerca me permitió hacerme una idea clara de las grandes diferencias entre los políticos dominicanos. Aprendí que no todos son iguales, que hay que saber marcar las diferencias. Por eso este artículo.
En una afamada peña en la que participo desde hace varios años, y que frecuentan políticos, periodistas, empresarios, entre otros profesionales, se habla frecuentemente de política; en medio de mis desacuerdos con algunas posiciones y personajes, siempre afirmo que si el gobierno de Hipólito Mejía hubiese estado dominado por figuras como Milagros, otra cosa hubiera resultado. Y es que una de las grandes maldiciones de nuestra política es esa falta de transparencia, esa rapacidad consustancial a muchos políticos, esa ambición por acumular fortunas. Y estando cerca de ella vi que era todo lo transparente que se puede ser. Entendí que era diferente, no porque lo dijera, sino por sus prácticas.
Se argumentará que ella fue la segunda al mando de un gobierno que casi nadie quiere recordar. Pero todos sabemos el poco poder de decisión que tiene una vicepresidenta en un régimen presidencialista. Además se le acusa de defender la gestión de Mejía; mal podría ella salir a desbarrancar en contra del gobierno pasado, aunque tuvo la valentía y la grandeza de pedirle perdón a esta sociedad por todos los traumas que se le estaba provocando a la población, ejemplo de honradez y sinceridad muy escasas en el medio político dominicano. Porque aquí los políticos sólo saben justificar sus errores, buscar culpables y excusas para necios.
Pero a Milagros hay que recalcarle, para que sea más cautelosa a la hora de emitir juicios sobre ese particular, que no fue ella quien designó al grupo de genios que manejaron la economía del país, que no fue ella quien permitió el protagonismo que tuvieron figuras de la calaña de Pepe Goico en el gobierno y que no fue ella la artífice de ese mostrenco proyecto reelecionista, aunque se diga que al final lo apoyó. Razones tendría.
También se ha dicho que en la Secretaría de Educación hubo corrupción. No sé si la hubo. De lo único que estoy totalmente seguro es de que si alguien cometió actos reñidos con la ley, lo hizo a sus espaldas y que ella no recibió parte de lo sustraído.
A Milagros usted puede censurarle sus movimientos políticos; usted puede decir esto a aquello sobre su modo de mover sus fichas en el complicado ajedrez de la actividad a la que se dedica. Yo, particularmente, nunca entendí las razones por las cuales ella no se enfermó o se fue de viaje cuando en una reunión de la comisión política se votó para expulsar a Hatuey de Camps del PRD.
Podrán censurarle todo lo que quieran: pero ya quisiera la sociedad que todos sus políticos tuvieran los valores y principios morales de Milagros Ortiz Bosch. Incluso creo que ella ha venido ejerciendo la política en un país equivocado, en una época equivocada y, últimamente, en un partido equivocado.
Al final quiero referir un artístico incidente que tuve con Juan Basanta, el dijo de Milagros. Es enero de 2004. El PPH está en estado de ebullición, ahondando la tumba del PRD, del gobierno y del país. Nos encontramos en el restaurante Boga Boga, y Juan me recrimina por el silencio de los intelectuales, acusándonos de estar vendidos al gobierno, de ser cómplices con nuestro silencio. Ahora admito que tenía razón, que hubo un silencio complacido de muchos que, quizás por temor a represalias o por estar de acuerdo con ese proyecto irracional, nos quedamos callados. Yo le dije: en mi caso, Juan, no puedo hacer nada porque soy un hombre del presidente. Juan, con los ímpetus del artista, la arremete en mi contra. Lo que no le dije a Juan, porque no era el lugar apropiado para entablar una discusión a otro nivel, fue que yo no intervenía en ese debate porque, a raíz de la fatal actitud del PPH, estaba muy convencido de que todo estaba definitivamente jodido.