Miles de sirios huyen de la violencia y se congregan en frontera con Turquía

Miles de sirios huyen de la violencia y se congregan en frontera con Turquía

GUVECCI, Turquía, (AFP) – Miles de sirios que huyen de la violencia y la represión en su país, se congregan a lo largo de la frontera con Turquía, y algunos dudan en atravesar la línea de demarcación por temor a convertirse en exiliados.

Frente al pueblo turco de Guvecci, en la provincia de Hatay (sur), cada bosque, cada huerta del lado sirio de la frontera alberga tiendas de campaña y cabañas artesanales, con grupos de niños que juegan entre el polvo.

Las motos, los automóviles y los «pick-ups» se cruzan, trayendo a los recién llegados.

Niños y adolescentes ya se han convertido en expertos en pasar a través de las alambradas e ir a comprar pan a Guvecci, pañales para bebés y otros bienes de primera necesidad, corriendo el riesgo de ser detenidos por los gendarmes turcos.

Esta muchedumbre, repartida en grupos de varios centenares de personas, duda no obstante en pasar del otro lado, pese a que tres campamentos, que ya albergan a 3.000 refugiados, han sido instalados por la Media Luna turca.

En Jisr Al Shughur (nordeste), una ciudad de 50.000 habitantes asolada por varios días de violencia y represión, «todo el mundo se ha ido, ya no queda nadie», afirma a través de la frontera Abu Talal, un campesino de 45 años, instalado con su familia en una colina desde la que se domina la frontera.

 «Hemos venido todos aquí, pero esperamos: si las condiciones empeoran, pasaremos a Turquía» añade. El ejército sirio está de momento totalmente ausente del sector.

Pero si surgiera un peligro, «los turcos nos han dicho que pasemos por aquí para entrar en Turquía», asegura otro fugitivo.

Los refugiados, aún impactados, relatan la represión padecida en sus lugares de origen. En Sarmine, «vinieron con unos 30 tanques, en total eran unos 60 blindados de la cuarta división. Dispararon con los tanques, los he visto», afirma uno de ellos, de unos 40 años, que pide no ser nombrado.

 «Los cadáveres siguen ahí». Acompañado por una mujer que solloza, una refugiada de unos 50 años describe la destrucción del poblado de Kamb Al Alman: «En mi pueblo, había 40 casas, las han destruido por completo.

Incluso los árboles, los olivos, fueron quemados». Una mujer ataviada con un chador levanta la voz, y afirma, con un dedo acusador: «Hemos venido porque tememos por nuestra vida, porque tememos perder nuestra honra: allí, violan a las mujeres».

Entre la gente, un hombre tocado con una gorra, hace su mea culpa: «Yo, siempre apoyé al partido Baas (del presidente sirio Bashar Al Asad), pero después de haber visto todo esto, es imposible».

¿Crecerán en Siria los numerosos niños concentrados en la frontera? Por el momento, sus gritos resuenan entre los olivos, cuando corean, no con demasiada seriedad, las consignas de los «grandes»: «Escucha nuestra voz, Bashar, basta ya de opresión».

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