RANGÚN, (AFP) – El régimen militar birmano reprimió ayer por segundo día consecutivo las multitudinarias protestas en favor de la democracia, con un saldo de nueve muertos, aunque la presión internacional obligó a los generales a aceptar la visita de un enviado especial de la ONU.
Como mínimo 50.000 personas, muchos de ellos jóvenes y estudiantes, salieron a las calles de Rangún con gritos y cánticos, sin dejarse intimidar por los cinco muertos y los centenares de heridos y detenidos de la jornada anterior.
Sin embargo, los soldados y policías birmanos utilizaron sus armas de nuevo y provocaron el pánico de los manifestantes, que a pesar de ello no dejaron de desfilar por las calles durante al menos seis horas.
La televisión nacional, controlada por la junta militar, aseguró que «los manifestantes lanzaron ladrillos, palos y cuchillos contra las fuerzas de seguridad, que no tuvieron otra opción que realizar disparos de advertencia».